En el contexto de la semana de Laudato Si’, los invito a reflexionar en la forma como responder al llamado de la encíclica papal, y especialmente al contexto de pandemia que vivimos hoy. En este aspecto pido que nos atrevamos a deconstruir la espiritualidad del Buen Pastor como la hemos entendido siempre, y asumirla como una característica propia de todos los cristianos, no solo del sacerdocio ministerial.

Pbro. José Pablo Valencia;

Bachiller Canónico en Teología, PUC

 

DECONSTRUYENDO LA ESPIRITUALIDAD DEL BUEN PASTOR

 

Cuántas veces hemos escuchado hablar del “Jesús Buen Pastor” en nuestras celebraciones eclesiales, donde los textos bíblicos nos muestran a Jesús como aquel que conducen su rebaño y que es capaz inclusive de dejar el rebaño por un un instante para ir a buscar a aquella oveja que se ha perdido. En esta imagen, vemos a este Jesús con una clara vocación de servicio y entrega especialmente porque aquellos que por distintas circunstancias han tomado un rumbo distinto, y sin juzgarlos, va tras ellos.

Sobre esto tenemos muchos escritos y trabajos teológicos yespirituales, sin embargo, en todos ellos se asocia esta espiritualidad, o características específica, exclusivamente a los sacerdotes ministeriales. Por muchos años los “tradicionalismos” eclesiales nos han inducido a pensar que la vocación del Buen Pastor les pertenece a un “selecto” grupo y el ejercicio de esto no podría ser del laicado o la via religiosa, ni siquiera para el más comprometido con la praxis pastoral de la Iglesia. Es justo aquí donde, a mi juicio, está el error; porque la espiritualidad y la vocación del Buen Pastor es propiedad y pertenencia universal de todos los cristianos e inclusive de los que no profesan la fe cristiana en el ejercicio de la buena voluntad. El Por qué y Cómo de esto son respuestas que intentaré dar en los siguientes párrafos, tratando de conectar con la actualidad mundial en el contexto de la emergencia sanitaria que vivimos como humanidad y del llamado que nos hace Laudato Si’ al cuidado de la casa común.

En una mirada amplia, ya desde el Antiguo Testamento se nos presenta en analogías a Dios como el “Buen pastor” especialmente en el contexto de la experiencia del pueblo de Israel al saberse liberado de Egipto[1] y/o del retorno de Babilonia[2]. En ambos casos Dios se muestra como el que acompaña y guía en el camino. Su función no se limita solo a la conducción sino que también a la protección y a la cercanía de elementos que entregan seguridad y confianza. Por otra parte, sus funciones se extienden y lo manifiestan como el anfitrión que provee las cosas necesarias y vitales para su pueblo. Dios es Pastor;  es aquel que acoge y acompaña haciéndose cargo de las necesidades de los suyos[3]. De esta forma, con el paso del tiempo, se va poco a poco configurando una cualidad característica de este Dios-Pastor, que veremos prolongada en la persona de Jesús en el Nuevo Testamento.

Jesús da un paso más en el Nuevo Testamento. El mismo Jesús se presenta como ese Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, y desde la dinámica del amor; como donación abundante de la vida por otros, reflejo de la vida cristiana donde la vida tiene sentido desde la entrega por los demás. Pero este buen pastor tiene dos caracteristicas que son intransables: debe ser reconocible y creíble; rasgos absolutamente necesarios para aquel que va a tomar la función de guiar, acompañar, orientar[4], especialmente salir en búsqueda del que anda extraviado[5]. Obviamentemente Jesús en modelo para todos nosotros, entonces es aquí surge la pregunta sobre esta “misión”, “espiritualidad” o “carisma” que se nos propone: ¿Es exclusiva del sacerdocio ministerial?, la respuesta es clara: NO.

Es tremendamente necesario que nosotros mismos vayamos deconstruyendo este discurso o pensamiento que atribuye de forma exclusiva a los sacerdotes ministeriales la “espiritualidad” (así me gusta llamarle) del Buen Pastor. Todos los cristianos estamos llamados a ser buenos pastores ejerciendo nuestra vocación, todos estamos llamados a conducir, guiar y acompañar desde los valores y principios que nos enseña Jesús en el Evangelio, cada uno en contextos y funciones distintas, no cabe duda, porque así es la vocación cristiana; multiforme por inspiración del Espíritu Santo[6]. ¡Difícil tarea! Sin duda alguna, pero debemos comenzar a entender que no es necesario ser un sacerdote ministerial para ser un Buen Pastor, y que por los mismo la dignidad y responsabilidad está en todos nosotros.

La verdad, es que en cada hogar se ejerce esta espiritualidad y vocación, porque los padres, tutores o encargados de los hijos van educando, acompañando, guiando y orientando sus procesos hasta el punto de dar la vida por ellos, atendiendo desde sus necesidades más básicas hasta las más complejas ¿Esto no es acaso ser el Buen Pastor? ¿Acaso no dejarían la casa para buscar a uno de sus hijos? En el trabajo o en el ejercicio de la vida pastoral muchas veces les toca liderar ciertos aspectos formativos, de acompañamiento, de planificación, etc. donde no solo implica la organización de actividades sino también la preocupación por aquellos que trabajan con ellos, sus procesos y todo lo que permita su desarrollo e integridad como personas (otra faceta de la espiritualidad por el extraviado). Redescubrir el ejercicio de esta espiritualidad tan hermosa y que también marca el centro de nuestra praxis cristiana, en la donación y la entrega abundante de la vida por los demás, especialmente aquellos que tienen alguna necesidad particular que requiere una mayor atención. Hermoso reconocerse como buenos pastores al ejemplo de Jesús y que, en nuestras manos está la posibilidad de servir y no dejar solos a los demás.

Ahora bien, vamos un paso más allá. Esta espiritualidad del Buen Pastor ¿es exclusiva del cristianismo? A mi parecer tampoco es exclusiva de nosotros, ya que en el mundo hay muchas personas que ejercen este rol de acompañantes, líderes, orientadores, etc. que sin la necesidad de profesar explícitamente los valores cristianos lo hacen de manera implícita con su buena voluntad y sus ganas increíbles de ayudar y ser un aporte en el mundo. Por este motivo, me parece importante mencionar, que lo distinto a uno mísmo no constituye una amenaza sino más bien todo lo contrario; es un aporte a la vida que enriquece y engrandece nuestros propios procesos. San Justino Mártir[7], habla sobre la “Semilla del Verbo” que se encuentra en toda persona[8], esa bondad que habita en toda la humanidad, independiente de su credo, es el mismo Jesús, y va despertando de diferentes maneras. Todos estamos llamados ser buenos pastores, todos podemos acompañar, educar, guiar, corregir, y por sobre todo dar la vida por los demás.

Desde aquí ,es interesante relacionar esta espiritualidad del Buen Pastor con el contexto que nos toca vivir como humanidad: la Pandemia y el cuidado de nuestro mundo. Vivimos tiempos tremendamente complejos como sociedad mundial, enfrentándonos a un enemigo que ataca en el silencio. Poco a poco, algo tan normal y hermoso como un abrazo o un beso se transformaron en armas de destrucción masiva y nos vemos obligados a distanciarnos socialmente. Pero la distancia no puede ser signo de separación; y está vocación de buenos pastores debe adecuarse a la realidad que nos toca vivir. ¿Cómo puedo ser un buen pastor en tiempos de pandemia? La respuesta es sencilla en la redacción, pero compleja en la ejecución: la viva preocupación por aquellos que están categorizados como “población de riesgo”.

Esta preocupación a la que aludo, no es solo una “buena intención” sino que debe tener una praxis que va desde el bienestar material al bienestar espiritual, ya que muchos de nuestros adultos mayores y/o enfermos crónicos además de verse enfrentados a ésta, también les ha tocado lidiar por mucho tiempo con la soledad y el abandono, otras formas de exlcusión del rebaño. Con esto, un simple “aquí estoy para ayudarte”, “este es mi número de teléfono, llámeme si necesita algo”, “un buenos días lo/la llamo para saber como amaneció y si necesita algo”; pueden ser armas que contrarrestan el duro momento que enfrentamos. La verdad, que es fácil enunciarlo, pero vivirlo es tremendamente complejo porque implica un abandono personal en virtud de la donación por y hacia otros en el contexto de la incertidumbre, el miedo y lo desconocido. Interesante, dura y hermosa forma de vivir hoy en día nuestra vocación y espiritualidad del Buen Pastor.

Son tiempos difíciles, pero son tiempos que podemos resignificar. En esa distancia que no implica separación, donde podemos volver a construir nuestra “humanidad donada y entregada por los demás”; acompañando, guiando, consolando y, tal como la figura del antiguo testamento, convertirnos en el Buen Pastor, que acompaña el camino por dificil que sea.  Estamos hoy llamados a que nuestra voz sea reconocible por los demás, que nuestras palabras se condigan con nuestro actuar, y desde ahí entregar un testimonio de ese Dios vivo que habita en cada uno de nosotros. Hoy es tiempo de reconocerse pastor, en ser conductor y guía de una porción del pueblo que Dios mismo te ha encomendado: tu familia, tu equipo pastoral, equipo laboral, tus amigos, a quienes amas… quien sea.

Ahora solo falta que aceptes este hermoso desafío de encarnar al Buen Pastor, al estilo de Jesús.  

 

[1] Cfr. Sal. 78, 19s

[2] Cfr. Sal. 77, 21s; Is 40, 11

[3] Cfr. Sal. 23.

[4] Cfr. Jn 10

[5] 1 Pe. 2, 25

[6] Cfr. 1 Cor. 12, 4s

[7]Fue un filósofo y  Santo de la Iglesia que vivió en la mitad del siglo II. Fue uno de los primeros en exponer el mensaje Cristiano tomando categorías filosóficas buscando generar puentes entre la fe y la razón. Su fiesta en la Iglesia la celebramos el día 1 de junio.

[8] Cfr. Apología I 46, 2-3

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