La segunda etapa de mi experiencia en San Manuel.
La primera etapa de mi experiencia en esta comunidad la he compartido hace días. Ahora comparto con ustedes la segunda etapa.
Si la primera vez vine con ilusión y optimismo, con audacia y generosidad, esta segunda vez vine a lo conocido y no era nada ilusionante, pero volví para completar a lo que en el fondo llamaba “mis días de purificación” porque no entendía bien para qué había venido, ya que el aprender sawí, me parecía sólo un pretexto de Dios para traerme en este lugar.
Lloré a la venida, pues mi naturaleza se resistía pasar otros días tan duros. Ver una realidad por lo que poco podía hacer y pasar de alguna manera, aunque sin comparación, por la misma realidad. Yo vivo en la escuela de jardín, es una sola clase, está todo recogido. Aquí tengo mi capilla, estamos juntos: Jesús Sacramentado y yo. Él es la segunda vez que viene, yo, la quinta vez. También es mi cocina a leña, mi lavadero, mi tendedero, mi dormitorio, mi comedor. Es la escuela donde enseño a los niños, les preparo la comida o chocolate (una vez). Les trato los piojos y les atiendo en la consulta. Todo esto es mi casa.
Cada noche doy gracias a Dios porque a pesar de la pobreza, yo puedo dormir, comer, cocinar y vivir dignamente.
Mucho ha cambiado esta segunda vez, ya no bajo al rio a bañarme porque ha crecido considerablemente y tiene mucha corriente. Cuando vi que iba a llover más, recogí suficiente agua y con eso me mantengo. Aunque también he juntado agua de lluvia.
Por otro lado ya no me produce resistencia que los niños invadan mi tiempo y mi espacio. No sólo están conmigo todo el tiempo sino que se echan a mi cuello, en mi regazo, me tocan la cabeza, los brazos y las piernas. Ya no me importa tanto pensar que tienen piojos o problemitas de la piel, no me desagradan ni les temo. Creo que la primera vez vine con ilusión, esta vez vine por amor y con amor; no el que nace de la naturaleza ni de lo humano, sino de la gracia de Dios. Volví con pocas ganas, porque veía que nada podía cambiar, sin embargo un/a misionero/a no mide lo que hace, sencillamente confía en que lo poco que siembra Dios hará crecer
Cuando me fui a Papaplaya, para “un respiro” hablé con la Alcaldesa y con la encargada del Centro de Salud para que en conjunto pudiéramos visitar periódicamente esta comunidad nativa que les pertenece y también nos pertenece como parroquia. Traté de concienciarles que corresponde a las autoridades, respetando las personas y su cultura, facilitar a la comunidad y a las familias, que no son más de diez, lo que necesitan para llevar una vida verdaderamente humana: alimentos, trabajo, salud, educación y cultura. Crear condiciones y facilitar haciéndoles partícipes de su propio desarrollo. No sólo prometer ni darles cosas por unos días, sino comprometerse con ellos para que tengan una vida más humana, más digna. Hemos quedado empezar los primeros días de marzo D.M. y así espero.
Comparto esta experiencia para que Dios sea alabado, Él que obra por medio de instrumentos reciclados para entonar “un himno de alabanza a su esplendorosa gracia con la que nos ha favorecido en el Amado (Efesios 1,6)
Les ruego que recen por mí, por la comunidad y por todos los misioneros.
Ana Lucía Reyes, cmt