Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, la fiesta de Jesús, María y José que formaron una familia centrada en el amor y el plan de Dios; una familia como muchas de las familias de hoy en el mundo, que ponen a Dios en el centro y que buscan conocer y hacer su voluntad.  ¿La diferencia? A María se le pidió ser la madre del Hijo de Dios y a José, ser su padre adoptivo. Por lo demás, y de cara a lo cotidiano del día a día y hasta que comenzó la vida pública de Jesús, fueron para todos una familia como tantas otras de aquel tiempo.   A pesar de ser Jesús el Hijo de Dios, tuvieron una vida familiar sencilla, nada de llamativa, aunque conocieron los desafíos de su tiempo: la migración, el habitar en un país ocupado por un imperio, las revueltas sociales, una religiosidad que había perdido sabor y marcada por el legalismo.

En ese contexto, es interesante el diálogo entre María y Jesús que nos presenta hoy el Evangelio de Lucas (Lucas 2, 41-52). Ella le habla como una madre angustiada por haberlo perdido y Jesús le responde con la mirada ya puesta en su misión salvadora, sin embargo… regresa con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Allí, iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

Fueron 30 años de vida familiar, de comidas compartidas, conversaciones al terminar el día, historias, oraciones, trabajo, amistades y por, sobre todo, existencias centradas en Dios y su voluntad, su plan, su Palabra. Podríamos pasar horas tratando de imaginar cómo habrá sido la vida de Jesús, María y José al interior de su hogar, pero al final, sería sólo eso, un intento. Y con todo, hoy la celebramos.

Quizás un buen ejercicio para este día de la Sagrada Familia, sería agradecer a Dios por nuestras familias, por esas personas con la cuales hemos hecho camino a lo largo de los años y de quienes recibimos amor, cuidados, enseñanzas, sabiduría, raíces, una historia sobre la cual hoy podemos construir nuestro presente y futuro, por ese espacio donde aprendimos a amar, a servir, a conocer a Dios.

De nuestros padres, madres, abuelos o personas que nos criaron fuimos asimilando valores, modos, actitudes, caminos de vida. Al convivir con ellos fuimos comprendiendo el significado del compartir, del sacrificarse por el otro, del recibir y dar amor más allá de las fragilidades y errores. En la familia hicimos seguramente también nuestras primeras experiencias de perdón y reconciliación, de comenzar de nuevo, de sabernos amados porque sí, sin mayores razones, simplemente por ser quienes somos, aunque no siempre nos guste tanto cómo somos nosotros o cómo son los demás.

Valoremos y agradezcamos en este día a nuestras familias. Asumamos que no hay padres perfectos, ni madres perfectas ni hijos perfectos. Todos vamos de camino intentado dar lo mejor de nosotros y continuamente aprendiendo a ser hijos, hermanos, nietos, padres, madres, abuelos.

Aprovechemos también de pedir a la Sagrada Familia de Nazaret que sostenga, fortalezca e ilumine a aquellas familias para las cuales el camino ha sido más difícil, las familias divididas, las familias que sufren.