Hoy, en el día de la Asunción de la Virgen, en que celebramos a la vida religiosa, queremos destacar la relevancia que tiene está vocación en nuestros días, la cual se encuentra en un profundo proceso de cambio y adaptación; sin dejar nunca de ser fieles testimonios del reino.

El P. Saverio Cannistrá, ocd, plantea que existen tres modelos para comprender la profecía en la vida religiosa.

“El primer modelo está caracterizado por una clara visibilidad y por ser bien reconocible. Es
un modo de situarse en el mundo con un estilo de vida que cuestiona el mundo. El sentido de la
profesión de los consejos evangélicos, de esta manera, se vuelve a interpretar como crítica de actitudes de la cultura contemporánea. Es un modelo de fácil comprensión y, precisamente por este motivo, muy utilizado (no sé en cuántas homilías para profesiones temporales o perpetuas lo he oído repetir)”.

Este modelo se refiere a que la vida religiosa, desde los consejos evangélicos crítica, denuncia y anuncia. Denuncia el modo de vida actual, y anuncia como se vivirá en el Reino de Dios, lo cual nos puede llevar a un desvío de la vocación profética; entendiéndola con un sentido moralista donde se identifican los votos religiosos y consejos evangélicos con valores morales contraponiéndolos a la cultura contemporánea. Cannistrá señala:

“De este modo, la vida religiosa se pone al mismo nivel del mundo, para testimoniar un modo “justo”, “honesto”, “correcto” de ser hombres, que se opone a la injusticia, la deshonestidad, la incorrección del ethos contemporáneo. En esta “mundanización” del estado de vida religiosa anida uno de los peores peligros de la religión: el de sentirse mejores y construir una valla que separa no solo interiormente, el bien del mal, sino también, exteriormente, los malos de los buenos, los espacios de la santidad de los espacios del pecado.”

De esta forma se olvidan dos puntos centrales y fundamentales; por un lado que el mundo no está hecho de oscuridad solamente, sino que en él reside Dios y su Espíritu; y que responde a la búsqueda de la verdad por la humanidad. Y por otro lado, que la vida religiosa no viene ni de certezas ni de coherencias intachables, sino que camina dentro de la humanidad por el desierto. Este modelo no es el adecuado para hablar hoy de la profecía de la vida religiosa; ya se encuentra superado.

El segundo modelo de relación profética entre la vida religiosa y la historia es el plantea el discernimiento a través de la escucha atenta a los signos de los tiempos. Este modelo plantea un valor positivo planteando al mundo y a la historia un lugar donde se manifiestan las llamadas de Dios, y permite seguir encarnando a Jesús. Este modelo responde a la invitación de Vita Consecrata:

«trabajar según sus planes, con una inserción activa y fecunda en los acontecimientos de nuestro tiempo» (VC 73).

Este modelo se ha visto impulsado desde el CVII, con mucho éxito entre los religiosos, especialmente en América Latina. Así los signos de los tiempos se han comprendido como las grandes líneas o fenómenos característicos de una época, que manifiestan o reclaman la situación existencial, moral y espiritual de nuestra realidad. Toda la acción pastoral de la vida religiosa, y de la Iglesia nace y se concibe desde esta mirada.

A diferencia del modelos anterior, acá la vida religiosa no lucha contra el mundo o lo mira desde fuera, sino que vive con él, sin perder su identidad. Pero Cannistrá en bien claro, en los límites de este segundo modelo:

“Si, por consiguiente, al hablar de los signos de los tiempos nos referimos principalmente al conocimiento de los cambios históricos, sociológicos y culturales que tienen lugar a nuestro alrededor, no estoy nada seguro de que los religiosos, por su vocación, la formación cultural recibida y las actividades que generalmente desempeñan, sean las personas más capaces y más dotadas para desempeñar esta función en la Iglesia. Tenemos que reconocer que, cuando queremos hablar de la sociedad contemporánea, necesitamos recurrir a estudiosos, a especialistas, generalmente laicos, para que nos iluminen sobre los fenómenos que presenciamos y que normalmente no somos capaces de apreciar en toda su plenitud y en toda su complejidad.”

Con esto, el religioso se muestra más como un estudiante que un maestro. La lectura de los signos de los tiempos, que propone este modelo se ve frenada muchas veces por las estructuras mentales y materiales que frenan continuamente y reprimen anhelos de renovación e intuiciones. Este modelo, según lo plantea este autor, aún no se logra alcanzar.

El último y tercer modelo, se presenta como una tensión entre el profetismo y la escatología. Acá se vuelve a colocar en el centro el elemento propio de la vida religiosa:

“El verdadero eschaton cristiano es el Cristo resucitado, que es el Viviente, presente en la forma y en la ausencia porque es el Viniente. Por este motivo la fe en el Resucitado se expresa en la forma más original como espera de su retorno (cfr. Lc 18,8). Gracias a «este Jesús» (Hechos 2,32), elevado a la derecha del Padre, que derrama el Espíritu a través de Él, es posible una escatología cristiana. Ésta no es otra cosa que una teología del tiempo y de la historia incluidos en la tensión entre el creer y anunciar un hecho que es promesa, y el esperar e invocar su cumplimiento. Es el Eschatos que convierte la historia humana en un misterio, que expande lo real mundano a las dimensiones de lo posible divino.”

Es este modelo, donde la última frase de la Biblia da la clave para comprender la vida religiosa: «Maranatha» (1Cor 16,22): « ¡Ven, Señor nuestro!», que también significa «nuestro Señor viene». Es donde la vida religiosa encuentra sentido: en la espera. Es un don a esta vocación lleno gratuidad, y no está relacionado con el funcionamiento de la estructura eclesial, ni con la transformación del mundo, no mira con rechazo al mundo ni desde fuera. La frase de Bernardo de Claraval nos puede ayudar a clarificar aún más esta postura:

“religioso es quien vive no de una presencia sino de una ausencia, basándose no en lo que es visible sino en lo que es invisible” (S. Bernardo de Claraval)

O como decía San Juan de la Cruz:

«sin arrimo y con arrimo […] sólo en su Dios arrimada»

Es de esta ausencia, que constituye el modo de estar en el mundo de la vida religiosa, que es posible surja el verdadero profetismo, que es su característica más hermosa. Es aquí la paradoja, la que no permite que la sal pierda su sabor.

En este tercer modelo, el profetismo se explica como un mirar hacia adelante, con mirada mística sobre el mundo, con fe ciega en lo prometido y esperado, sin desinterés o desprecio por el mundo, porque entiende que en el mundo sucederá todo, pero es libre respecto a sus esquemas. Posee dentro una intima relación con la paciencia como experiencia de vida. Paciencia, no resignación.

“La tensión escatológica que recorre la vida religiosa, si se mira bien, es una forma de amor radical por el mundo y la historia. El religioso, a la imagen de Cristo, los toma y los lleva consigo en el esfuerzo y la esperanza de alcanzar juntos, la meta del Reino. De este modo, abraza a sí mismo, su propia fragilidad y debilidad, la historia de su familia, de su comunidad religiosa, de su pueblo, llevando en todo esto la llama de un deseo de transfiguración y de redención que se alimenta en contacto con la persona Jesucristo.”

 

Aquí radica toda la clave; testimonio de la espera.

Orlando Carvallo C.

(Extraído y Adaptado de: ¿A qué nos referimos cuando hablamosde profecía de la vida consagrada? Saverio Cannistrà, ocd)