DOMINGO DE ADVIENTO

Hace unas noches conocí a H.N. un hombre joven, en situación de calle,  en sillas de ruedas, una silla que difícilmente avanza pues les faltan las gomas de las ruedas. Estaba  en una pequeña plaza, solo, mojado, con un olor intenso y penetrante de días de llevar allí, de muchos días de estar en esa vieja silla que se ha transformado en su casa, su cama, su baño… Allí sus días, allí sus noches, siempre igual, siempre allí… Esa noche en  no quiso que lo  lleváramos a un albergue y tampoco  quiso comida, sin embargo aceptó le cambiaran su ropas sucias. Quitábamos sus ropas y aparecían las heridas… su  cuerpo tenía llagas, muchas llagas…

Hoy comenzamos el Adviento, un  tiempo hermoso en que nos preparamos para encontrarnos  con Jesús, nuestro Salvador, el Hijo de Dios que se hace  niño frágil, que por amor quiere tomar nuestra carne y compartir vida y camino con nosotros;  Jesús, nuestro hermano que viene para  liberarnos de ataduras y esclavitudes, porque nosotros, como H.N. en muchos sentidos- como sociedad y personalmente- estamos “atados a sillas de ruedas, con ruedas sin goma”.   Pero Él viene, “se acerca nuestra liberación”,  dice el evangelio de hoy,  por eso hay que preparar el corazón para salir a su encuentro, para reconocerlo en “su venida”. Hay que estar despiertos y vigilantes para reconocer los signos de su llegada, porque en el tiempo de Dios,  El está continuamente viniendo.

Jesús viene cada viernes cuando este grupo de mamás dejan unas horas sus familias para salir al encuentro de hermanos y hermanas como H.N. para darles  cariño,  alimentos, para compartir con ellos un rato de conversación, para  hacerlos sentir hermanos queridos… Para ellos viene Cristo  cuando cambiamos sus ropas sucias,  acariciamos sus rostros ajados y los escuchamos decirnos con la voz quebrada: me siento solo, estoy tan solo… Viene  a él Cristo cuando al ser rechazado en un albergue y volver a la plaza, el guardia le ha guardado su vieja silla-casa “para que nadie se la robara”.  Y también viene Cristo en nuestro último abrazo de la noche y el  “hasta el próximo viernes”.  Y H.N. espera, cada viernes espera la cercanía amorosa de Cristo encarnada en personas concretas dispuestas a amarlo y acogerlo como es, sin juicios, sin preguntas, sólo con cariño sincero porque en Cristo H.N. es nuestro hermano, nuestro hermano muy amado.

Pero también esperamos, quienes cada viernes por la noche salimos aguardando encontrarnos con el Cristo de las calles nocturnas de la ciudad,  con esos “miembros heridos del Cuerpo Místico de Cristo”, salimos esperando encontrarlos,  y  encontrarlos bien, sonrientes, conversadores, encontrarlos vivos…

Y esperamos además que Cristo venga para renovar nuestra conciencia y compromiso eclesial, porque lo que le pasa al otro me pasa a mí; porque todos  somos miembros de un mismo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, y si mi hermano está llagado, sus llagas me tiene que doler también a mí;  porque es urgente responder a la invitación del  Beato Francisco Palau, ocd “Mírale en este cuerpo que es su Iglesia, llagado y crucificado, indigente, perseguido, despreciado y burlado. Y bajo esta consideración, ofrécete a cuidarle y prestarle aquellos servicios que estén en tu mano.” (Cta 42,2)

Abre Señor nuestros ojos y prepara nuestros corazones para reconocerte y acogerte cuando vienes envuelto en pobreza, soledad y marginación, porque así también queremos recibirte.

Sí, ven Señor Jesús, ven para H.N. para GV., ven para todos nosotros, ven a ”humanizar” la humanidad, a recordarnos que somos hermanos…ven a nuestros corazones, ven a mí corazón. Ven, te esperamos, te necesitamos.

¡VEN SEÑOR JESÚS!

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