María MISIONERA
Francisco Palau considera y presenta a María como «misionera», indispensable en la tarea evangelizadora, hasta el punto de que mostrar a María así ya es proclamar a la Iglesia:
“En adelante, en este monte mi nombre es María y será la Virgen Madre de Dios la que me representará en mis relaciones para contigo. Puesto que nuestro enlace espiritual es ya un hecho consumado, ya no hay que insistir en materia de amores. Tú me amas, yo te amo, y el amor es obras» (MR 1,19). «Predica en el mundo esta grande verdad. Yo no soy el término último del amor del hombre, sino que soy la figura de la Iglesia, Virgen pura y Madre fecunda, y es ésta la Cosa Amada designada por la ley del Evangelio, que es la ley de la caridad” (MR 8,15).
Es en la dimensión misionera de la devoción mariana, donde el P. Palau centra, de manera particular, la advocación del Carmen a quien llama abiertamente «Virgen misionera».
El carmelita ha visto siempre a la Virgen como ideal de su consagración religiosa, el espejo en que debe mirarse para ejercitarse en las virtudes. Esta dimensión ejemplarizante la llevó siempre enraizada en su espíritu el P. Palau.
María, es “la Virgen Misionera” entregada al plan de Dios y que estimula al ser humano a vivir la vocación de consagración total a la Iglesia, Cristo y los prójimos, embajadora que nos envía desde el seno de la Trinidad a anunciar que no es Ella el objeto de amor del cristiano, sino que lo es la Iglesia. La devoción mariana para nosotras es devoción eclesial, misionera:
“No me mires como objeto perfecto y último de tu amor, pues no lo soy: lo es la Iglesia” (MR 1,12).
“Me dijo: Marcha, predica el Evangelio. Esta es la ley: Amarás a Dios por ser Él quien es, bondad infinita; y a tus prójimos como a ti mismo” (MR 1,20).
“María, Madre de Dios, tipo perfecto y acabado de la Iglesia universal, viene a tu corazón para tratar no asuntos de amor, sino los intereses que miran al bien espiritual de la misma Iglesia” (MR 9,11)
Escribe el Papa Francisco:
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG 27).
La Iglesia es para la calle, una Iglesia que camina. Una Iglesia en salida, misionera, es una Iglesia que no pierde el tiempo en llorar por las cosas que no funcionan, por los valores de antaño que ya no están”.
Silencio
Oración
Oh María, en ti vemos el rostro de una Iglesia que está llamada a vivir su vocación propia: «Es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades». Nos acercamos a ti para pedirte que nos ayudes a descubrir el empuje misionero que necesitamos como Iglesia de Cristo. Amén.