Otro 8M está a la puerta. Sabemos que miles de mujeres saldremos a las calles a gritar por las que no están; por nuestras amigas, hermanas, madres, hijas, por cada compañera que siente lo que es el pavor de regresar sola a casa, de subirse a un taxi con el miedo de no poder bajar, de salir a caminar y que te desaparezcan y asesinen.
Somos muchas las que sabemos lo que significa el temor, y lamentablemente son miles las que saben como se siente el horror. Son tantas mujeres en búsqueda de otras mujeres, Madres de la “digna-rabia”, Madres que no renuncian a recuperar a su hija amada, aquella que salió de sus entrañas.
Aquí una crónica de narrativa del anterior 8M, la marcha por la Ciudad de México, y 9M que le llamamos: “el día sin mujeres”. Una narrativa que se interrumpirá por la emoción e historias de vida que nos duelen, porque lxs desaparecidxs nos faltan a todxs.
Es 8M del 2020. La pandemia empieza a asomar su nariz al continente NuestroAmericano y los distintos gobiernos evalúan sus estrategias de combate al virus que nos visita del otro lado del mundo.
Esta mega-marcha se viene calentando hace semanas, cada día más se espantan los sentidos con tantas compañeras asesinadas. Hace 30 días asesinaron y exhibieron el cuerpo de Ingrid Escamilla, y casi en esa misma cantidad de días desaparecieron, torturaron y asesinaron a la pequeña Fátima de tan solo 7 años. Y no son las únicas. En México se asesina más de 10 mujeres al día. Los pulmones se nos están haciendo más grandes de tanto gritar.
Más de 80 mil mujeres llenamos las calles de Ciudad de México. Un verdadero campo de lavandas de todas las edades, colores, acentos, músicas, artes; todo ello intentando dar comunicabilidad a la impotencia de que nos siguen matando.
Estas calles moradas a ratos rugían con una sola voz: “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más” y también: “Hija, escucha tu madre está en la lucha”. Palabras, sentencias que te estremecen, sobre todo cuando te das cuenta que marchas al lado de muchas madres que gritan y luchan por sus hijas; unas asesinadas, otras desaparecidas. La camisa de fuerza puesta a las mujeres es rota totalmente, la potencia en la voz de las mujeres de deja sentir, pero sobre todo se deja doler.
A medida que marchamos las palabras logran a ratos entrelazarse. Hay mujeres que llevan por camiseta las fotos de sus hijas colgando al pecho, con letras en mayúscula como con la intención de gritar su nombre. A todas ellas las desaparecieron (la cifra de mujeres desaparecidas y no localizadas es aproximadamente más de 18mil), las arrancaron de su lugar propio y, es otra mujer la que está en su búsqueda en las calles, y más terriblemente rascando y rasgando la tierra, con el temor de encontrarlas en una fosa clandestina.
Las madres buscadoras presentes en la marcha sorprenden y estremecen. Logran consolar los llantos de otras mujeres que recién están comenzado a vivir el tormento de la desaparición forzada. Se dan consejos entre sí: cómo buscar, a dónde acudir, con quién no hablar, incluso como oler la tierra, mirarla, examinarla, leerla para tener indicios de que en ese lugar pueden estar enterradas personas. Todo un instructivo solidario del “horror”.
Es conocido que en México la búsqueda de lxs desaparecidxs ha sido asumido por las mujeres, les han llegado a llamar: “las locas de las palas”, por andar desenterrando a aquellxs que fueron víctimas de la violencia. Estas mujeres, son como Rajab, modelo de hospitalidad y de cuidado, ahora también en el espacio público y colectivo.
Este caminar se transforma en una bella letanía de mujer, pero una letanía con sabor a dolor, a impotencia. Las madres buscadoras nos cesan ante el cansancio, ante las murallas de la corrupción y la maldad; mantienen viva la (i) lógica esperanza de encontrar a su hija amada. Mapean toda la geografía mexicana para volver a reencontrar a quien les fue arrancado. Mientras esto pasa, ellas se abrazan, muy fuerte, los llantos son unísonos; sus lágrimas dolientes y de indignación riegan las esperanzas.
La marcha culmina en el zócalo de la ciudad azteca, muchas alrededor del fuego forman comunidad en danza, en cánticos, en gritos por dignidad, verdad y justicia. Todas nos unimos a esa exigencia. Esta marcha, llena de madres en búsqueda son el preclaro reflejo de la búsqueda del crucificado muerto y resucitado: «Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco […] le dicen: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella les respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé donde le han puesto”» (Jn 20, 11-13). Tantas mujeres están en el jardín de la vida buscando dónde pusieron a sus hijas, regando la tierra con sus lágrimas, anhelando que la tierra hable y les diga dónde están. Rogamos y nos sumamos a las grietas de esperanza de estas mujeres para que pueden hallarle como la Magdalena al Señor.
Laura Matamala Lienlaf Equipo de Pastora Social, Prov. Virgen de Guadalupe