PLEASE I CAN’T BREATHE
Es el 25 de mayo 2020. Un hombre afrodescendiente entra a un local de comestibles en Minneapolis (Minnesota-USA) e intenta pagar con un billete falso de U$20. El vendedor se da cuenta y alerta a la policía, la cual se acerca al lugar y a la salida reduce al hombre contra el suelo y pone la rodilla en su cuello; el hombre solo logra balbucear: “Please I can’t breathe… my stomach hurts… my neck hurts… everything hurts… They’re going to kill me”. 8 minutos y 46 segundos después el hombre muere asfixiado. Todo esto mientras la gente que pasa por ahí señala el uso excesivo de la fuerza, que aquel hombre no se estaba resistiendo, mientras se graba todo lo sucedido.
Este es el triste final de la vida de George Floyd, muerte que ha sacudido al mundo porque ha vuelto a evidenciar un prejuicio social que se creía ya en vías de extinción: el racismo. Y es que la muerte de George ha llevado a cuestionar el por qué del actuar de la policía, evidentemente fuera de protocolo. La respuesta ha sido solo una: porque Floyd era afroamericano. La verdad es esta, aunque se encontraba invisibilizada para el resto del mundo, lo cierto es que la población afromericana de USA camina con desventaja en el país de la libertad. Según el Centro de Investigación Pew; en promedio los afroamericanos tienen el doble de probabilidades de ser pobres o de estar desempleados que la población autodenominada “blanca”. Las familias afroestadounidenses ganan poco más que la mitad que el resto, brecha que se ha estado incrementando desde la gran recesión de 2007-2009. El 24% de los muertos a manos de la policía son afroamericanos, aunque el grupo sólo constituye 13% del total de la población del país, de acuerdo con la ONG Mapping Police Violence. Según las encuestas aplicadas por el Centro Pew en 2018; el 44% de los afroestadounidenses entrevistados aseguró haber sido detenido injustamente por la policía debido a su raza. Junto con esto, las estadísticas señalan que la población afrodescendiente en USA tiene seis veces mas presos que la población restante y tiene el doble de mortalidad infantil (Centros de Control de Enfermedades y Prevención). Y estos son solo algunos datos que reflejan el gran nivel de desigualdad existente.
Las consecuencias de esta muerte han sido por todos conocidas. La ciudad de Minneapolis se ha levantado contra la policía, tomándose las calles y protestando bajo el lema “Black Lives Matter”; la rabia contenida llevó a algunos grupos a atacar locales, tiendas y hasta desmantelar y quemar el centro de policía de la ciudad. Grupos contrarios, de los autodenominados “Blancos”, y amparados bajo la ley de la tenencia legal de armas se organizaron para salir a “controlar” y “proteger”; generando una nueva respuesta violenta. Mientras que en el resto de los Estados se replicaban las manifestaciones; escalando incluso a otros países: UK, Francia, Australia, entre otros.
La verdad, no creo que sea necesario gastar palabras en desmentir la idea del “racismo”; la ciencia ya ha dado el ultimo golpe demostrando que no existe la llamada “raza” ni “pureza racial” y que todo no es mas que un constructo sociocultural basado en ideas de superioridad y sobre todo de alteridad.
La alteridad es un termino clave en este problema. Dicho concepto hace alusión a la capacidad que nos permite percibir y comprender que existe un otro, alguien diferente a mí mismo; logrando así reconocer metacognitivamente nuestra particularidad y singularidad. Según Lucian Boia, en “Entre el Ángel y la Bestia”[1], este tipo de alteridad antes descrita corresponde a la “alteridad ordinaria”; donde este otro es próximo y familiar; pero a medida que la distancia entre el otro y yo va aumentando surge la “alteridad radical”; en el cual este se vuelve un extraño; a tal punto que ya no lo veo como otro ser humano, sino como un ser tan distinto a mi que lo sublimo o lo degrado. En este último punto está el racismo; y si se aleja aún más; la mitificación y el surgimiento incluso de bestiarios imaginarios. Por lo tanto, el concepto de raza y racismo se explica en este sentido; la incapacidad de ver al otro como un igual; obviamente un problema que nos aborda como palautianos.
Cuando conocí la historia de George Floyd hace unas semanas atrás, lo primero que se me vino a la cabeza fue; ¿justicia o misericordia? Tengo claridad que en Dios la misericordia lo es todo e incluso supera a la primera[2]; porque el Dios en el que creo, y el que se va revelando todos los días es caridad y misericordia, sin embargo, pensaba… ¿puedo pedir que perdonen a aquel policía? Luego de mucho meditarlo, tuve que pedir ayuda para aclarar mis ideas.
La verdad, es que como bien dice Palau[3], siguiendo las enseñanzas de Tomás de Aquino; toda virtud debe estar siempre acompañada de la prudencia; es esta la herramienta que se nos ha dado como virtud moral y como virtud intelectual para discernir nuestro actuar. Y el primer acto, el de aquel policía que provocó la muerte de George Floyd, careció de ella. Por otra parte, la misericordia, si bien supera la justicia, la verdad es que necesariamente no la anula por completo; y aquí me di cuenta de que dicha lucha era justa, por lo que dicha muerte no podía quedar así, como un caso fortuito más. Es la prudencia la que nos indica aquí que independiente de las consecuencias de las manifestaciones, del prontuario anterior de Floyd, o de cualquier argumento que podamos encontrar; lo primero que se debe resolver es la justicia. Porque al final, si miramos todo lo que ha acontecido posterior al asesinato es consecuencia de un sistema de discriminación racial que ha oprimido a una comunidad en particular, la cual experimenta una gran necesidad de justicia. La prudencia parece estar aún ausente, con las autoridades, sus dichos y acciones, contribuyendo aún más a empeorar la situación de crisis. Pero como bien ha dicho un amigo: “Ha faltado la Justicia y la Prudencia, porque inicialmente faltó la misericordia”.
La verdad es que esto no debe sorprendernos, ya que nuestra propia Latinoamérica, lugar desde donde miro y escribo, vive las mismas situaciones; frente a la población afrodescendiente, a la población indígena, a la población migrante; consolidando estereotipos y creencias que se transmiten de generación en generación, a lo cual se suma la brecha social y económica.
¿Qué se puede hacer frente a todo esto? Mucho la verdad. Pero no se puede hacer de cualquier forma, sino con el cuidado necesario, porque no son solo ideas, sino personas. Quisiera atreverme ahora a señalar algunas de las acciones importante que podemos realizar como Iglesia, como familia carismática, y muchos de nosotros, desde nuestra situación de privilegio en la que nos encontramos (ya que no se nos cuestiona como nos vemos ni nuestra ascendencia):
Lo primero, no protagonizar luchas que no son nuestras. Si estamos en contra de la discriminación racial o de cualquier otra, no podemos ser nosotros los que alcemos la voz y estemos en primera línea luchando; porque no es nuestra lucha, porque no sabemos ni hemos experimentado lo que ellos viven a diario; porque no conocemos como piensan, como se piensan ni como los hacemos sentir. Nuestro deber es apoyar, como un igual, a un costado; dando espacio; y no seguir apagando las voces que siempre han estado silenciadas.
En segundo lugar; visibilizar. Sí, visibilizar a los actores protagónicos de esta lucha por igualdad de derechos, de condiciones y de dignidad en nuestras sociedades. Promovamos a quienes hablan y necesitan ser escuchados, publiquemos y difundamos por todos los medios a los actores sociales afrodescendientes, de los pueblos originarios o migrantes; y hagamos que otros los escuchen. Cuidado con el paternalismo; otra forma de racismo en este contexto.
Tercero, aprendamos a reconocer los microracismo normalizados, incluso en nosotros mismos, y desaprendámoslos. A veces no somos capaces de darnos cuenta de expresiones o palabras y hasta acciones que son racistas y que se encuentran como naturales y hasta validadas en nuestro diario vivir; como asumir que porque en la esquina de la calle hay un grupo de haitianos es mejor cruzar porque es peligroso, o estar de acuerdo que con la llegada de inmigrantes venezolanos y colombianos se incrementa la droga y la prostitución; o señalar, como se dice en Chile, que los peruanos son “come palomas”. Para que hablar del lenguaje; en mis viajes me ha sorprendido escuchar en Argentina hablar de los “bolitas” por la población boliviana, o en España de “moros o moritos” por la población magreví, con toda naturalidad e incluso validando los vocablos (hablo de laicos y hermanas), palabras absolutamente peyorativas y que no contribuyen a la humanización del otro que nosotros carismáticamente buscamos.
Cuarto, no ser neutral. Ser la “Suiza” de la sociedad nunca es bueno para un palautiano, Francesc nunca lo fue, a pesar de los riesgos. La neutralidad en situaciones de injusticia no es otra cosa que elegir el lado del opresor contra el oprimido. Es hacer vista gorda a las necesidades de los necesitados, de los ensombrecidos, de a quienes se les ha cerrado la boca. Nosotros no somos neutrales; a nosotros Jesús no nos vomita por la boca[4]; porque esa frase no está hecha solo para temas de fe y de moral religiosa, esta hecha para estas injusticias también.
Por último, se hace necesario hoy educarnos, infornarnos y enseñar a otros en el antirracismo. Buscar información, que hoy, hay de sobra. Participar y donar a las comunidades y grupos sociales por la igualdad de derechos; cuestionarnos nuestro propio pensamiento, nuestra realidad, nuestro entorno, y también la “blanquitud” si así te consideras. Sólo está herramienta es la que permitirá el cambio estructural que se requiere para darnos cuenta que somos solo una especie humana, que somos solo un cuerpo; porque lamentablemente esto es un sistema, y no solo parte de una región, país o continente. Al hablar de racismo pareciera que habláramos de la esclavitud del siglo XVI al XIX, algo pasado, pero la verdad es que los derechos civiles para los afroestadounidenses se ganaron hace relativamente poco tiempo si lo miras en perspectiva.
Hoy es tiempo, no es tarde creo yo. Te dejo con la pregunta que yo mismo me hice frente a esto: ¿Qué estoy haciendo yo para combatir el racismo?
[1] Véase en: Boia, L. Entre el Ángel y la Bestia, Trad. A. Morales, Ed. Andrés Bello, Santiago (Chile), 1997, p. 11-13.
[2] Véase en: St. 2, 13.
[3] Véase en: Palau, F. “Catecismo de las Virtudes”, en: Escritos, Serie Maestros Espirituales Cristianos 7, Ed. Monte Carmelo, Burgos (España), 1997, p. 282, n. 4.
[4] Véase en: Ap. 3,16.