Hoy la Palabra nos invita a salir de nuestras seguridades para conocer el rostro de Dios, su gloria, su cercanía, su fidelidad.

Igual que a Abram, se nos pide dejar “nuestra tierra”,   la  externa, muchas veces, pero  sobre todo  la interna, esa tierra de los apegos a las personas y  las cosas que nos hacen vivir dependientes de ellos y no de Dios, que nos amarran y nos quitan la libertad; dejar los orgullos, los “tengo razón”,  la autosuficiencia que se apoya en los éxitos personales, pastorales, laborales, sin reconocer que todo viene de Dios, sin asumir que Él tiene un plan para cada uno y que en ese plan nos pide confiar en Él, en sus promesas, en sus maneras y tiempos y no en nosotros mismos y nuestras solas fuerzas.

Salir, aunque asuste a veces un poco el quedarse a la intemperie. En el caso de todo parecía desventaja: era ya viejo, sin hijos,  y se le pedía  dejar su tierra, su historia, sus parientes, la casa de su padre, para lanzarse a la aventura de seguir “la voz de Dios” : «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.». (Primera lectura Génesis 12,1-4a)  ¡Y lo hizo!  Venciendo los temores y la comodidad, dejó todo porque creyó en Dios, le creyó a Dios y confió en su amor y fidelidad.

También a nosotros se nos pide eso que no es fácil: salir de “nuestra tierra”, de nuestra zona de confort, de individualismo, de autosuficiencia,  para caminar por las sendas de Dios, del evangelio,  del Reino, sendas que inevitablemente nos llevarán hacia los demás, sendas que nos llevarán a darnos  a los otros, a gastar la vida cada día por el bien de los demás, por el bien de la humanidad, sendas que nos llevarán a dejar de ser indiferentes,  a no sólo conmovernos con la pobreza o la desgracia de los demás sino también a ponernos en acción cuando nuestro corazón se conmueva. Y podemos correr el riesgo de creer que se nos pide sólo compartir lo que tenemos, pero no es sólo eso, Dios pide mucho más, pero mucho más. Él quiere que compartamos vida con los otros, que gastemos tiempo con los otros, que les hagamos sentir nuestra cercanía y afecto antes que sólo darles cosas que tranquilizan nuestras conciencias.   Estas son las sendas que somos invitados a recorrer.

Como Pedro Santiago y Juan tenemos que hacer un esfuerzo si queremos ver la gloria de Dios, tenemos que “subir” a la montaña con Él  para ver su rostro glorioso. Sólo cuando empecemos a entregar la vida toda, día a día, momento  a momento, persona a persona, podremos ver su rostro,  gozar de su gloria y comprender en el fondo del corazón que nosotros también, al igual que Jesús, somos hijos e hijas muy amados, y  así como de Jesús dice “ Este es mi hijo amado”, así también de mí y de ti,  que estás leyendo estas líneas, Él dice que somos hijos e hijas amados, y aunque nos resistamos o despreciemos ese amor,  seguirá allí, porque Dios  te quiso desde siempre, te quiere y te querrá siempre, porque Él es así: amante y fiel.

Y finalmente recordar que Dios no nos pide renunciar, desechar o despreciar todo lo que hemos conseguido con trabajo, con esfuerzo, con tesón, con honradez y sacrificio y con todos los dones que nos regaló. Dios pide y espera que vivamos agradecido pero desprendidos de esas cosas, que no dependamos de ellas para sentirnos seguros, importantes o amados, porque su amor es gratuito, incondicional, permanente. Dios quiere que confiemos en Él aunque a veces no entendamos mucho.

A lo largo de la vida  no quiere  llevar a  lugares especiales, a momentos especiales. A Abram lo llevó al desierto y le regaló un hijo, a Pedro Santiago y Juan los llevó a una montaña  alta y les dejó ver su gloria. A esos lugares y momentos especiales hay que dejarse conducir, porque en esos momentos y lugares pasan “cosas de Dios “ en nuestras vidas y comenzamos a resplandecer. Todos, alguna vez, nos hemos encontrado con personas llenas de bondad,  verdad, alegría, amor, personas cuyo rostro irradiaba algo bello, con las cuales nos sentimos como en paz, personas cuyo rostro,  ojos y  sonrisa nos llevaron a Dios..

En este domingo escuchemos como Dios nos dice que somos hijos e hijas amados y atrevámonos a caminar por sus sendas, a querer resplandecer de amor, aunque ello implique dejar atrás nuestro equipaje.