El título de María Madre de la Iglesia tiene raíces profundas en el sentir eclesial de San Agustín y San León Magno. El título específico de “Madre de la Iglesia” aparece en algunos textos de autores espirituales y en el Magisterio de Benedicto XIV y León XIII. Hay que llegar a Pablo VI, sin embargo, para el punto de inflexión: el 21 de noviembre de 1964, en el contexto del Concilio Vaticano II, se declaró a la Santísima Virgen “Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman la Madre Santísima”.

En 1975, la Santa Sede propone una Misa votiva en honor a la Madre de la Iglesia y se inserta en el Misal Romano. En Polonia, Argentina y algunas órdenes religiosas, la celebran regularmente.

En 1980, Juan Pablo II introdujo en las letanías el titulo de “Madre de la Iglesia”. En el 2018, recordando la primera aparición de Lourdes, el Papa Francisco universaliza la celebración de “María, Madre De la Iglesia”, incluyéndola en el Calendario Litúrgico, el lunes después de Pentecostés.

Para nosotros, como hijos de Palau, el titulo nos es muy cercano y muy fácil de asimilar; no tan solo como madre, sino también como esposa e hija; y como tipo perfecto y acabado de la Iglesia.

Reproducimos a continuación unos fragmentos del texto “A la Iglesia por María. Por Maria a la Iglesia: Experiencia y Doctrina de Francisco Palau” de la Hna. Josefa Pastor, CMT; publicada en Revista de Espiritualidad, Nº 47 (1988), en el cual se profundiza esta imagen de María en un análisis de la doctrina palautiana; en la celebración de esta fiesta:

 

A la Iglesia por María. Por Maria a la Iglesia: Experiencia y Doctrina de Francisco Palau

El 24 de abril era proclamado «beato» el Carmelita Francisco Palau y Quer. Juan Pablo II, en nombre de la Iglesia, reconocía su santidad, lo que equivale a decir implícitamente la ortodoxia de su doctrina; en nombre de la Iglesia, por la que el P. Palau había sufrido y confesó haber vivido. Ha sido lema en la beatificación: «Vivo y viviré por ella; vivo y moriré por ella».

El secreto Íntimo de este Carmelita Teresiano fue stl amor apasionado por la Iglesia y por María, «espejo» de esa Iglesia. Le gustaba llamarla así, mirarla así. Iglesia y María en un único amor. Por ello propagador incansable de la devoción mariana, pero sobre todo profeta que intuyó a través de la contemplación y la lectura de la palabra de Dios la misión de la Madre de Dios en favor del hombre, necesitado de salvación.

En su breve estancia en el convento asimiló perfectamente el lema del Carmelo: «Todo de María», pero lo traspasó con originalidad más allá de los moldes y fórmulas de su tiempo. Su pensamiento doctrinal ha sido avalado por el Vaticano Ir y por la doctrina postconciliar, pero Francisco Palau sólo llegó al Vaticano I y éste desconoció la vinculación entre devoción mariana y plan salvífico de Dios centrado en el dinamismo eclesial.

 

1. Experiencia eclesial y devoción mariana

La vocación de Francisco Palau es netamente eclesial. Su vida y oración, su ser y quehacer, su espiritualidad, son específicamente eclesiales, centradas en la Iglesia como objeto único y último. Ahí hay que situar su devoción mariana. Nada hizo ni vivió sin María, pero en la Iglesia y desde la Iglesia. En su proceso se superó el interés limitado de la propia vocación, de la personal felicidad, al quedar ésta comprendida y realizada en el amor más grande de la afirmación del prójimo por parte de Dios. El amor que Dios puso en su corazón y que descubrió y vivió con pasión desde niño y joven debía ser compartido, porque compartir ese amor con los otros ya era estar en comunión con Dios. A partir de últimos de 1860 y en progreso ésta será la única forma posible de amar, de estar en comunión con

Dios y con Cristo: «Ya no me es posible tener relaciones con el Hijo de Dios y con su Padre si no son en relación con su Iglesia». «Todas mis relaciones con el Hijo de Dios y con su Padre son siempre en relación con su Iglesia». Estas confesiones cobran mayor énfasis al compararlas con esta otra: «El objeto de mi amor era para mí Dios, de un modo confuso y vago, sin detalles. Yo deseaba como todos amar y ser amado, amar y ser correspondido en mi amor». «Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley ele la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible. ¿Qué amaba yo? ¿Quién era la cosa amada?». «Yo pensaba que eran objetos separados. No pensaba que Dios y los prójimos fueran cabeza y cuerpo, no creía que la Iglesia fuese mi Amada». Clarificado el objeto, todo cobra novedad, nuevo sentido en su vida. «Impulsado por el amor buscaba yo mi cosa amada en Dios». Y fue el Espíritu ele Dios quien le hizo descubrir la unidad, no cosas separadas; no dos amores, amor de Dios y amor del prójimo, ni siquiera dos uniones, la unidad. Y a esa unidad la llamó Palau Iglesia, Cristo Místico, Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo. Es formulación repetida en sus escritos. «Yo soy la Iglesia, somos dos en uno -le habla Jesús-, como el cuerpo y la cabeza. Y esa unidad es la que se te da, y esa unidad es tu amada y tu amante».

La mente y el corazón de Francisco Palau han estado siempre fijos en la Iglesia, pero se ha dado el paso de lo externo a lo más íntimo. La Mujer del Apocalipsis es la Iglesia y es María. A través de ella, la concibe «cosa real y viva», «una Mujer Virgen Madre», «cuerpo animado y vivificado por el Espíritu de Dios», «la Hija de Dios», etc. Es experiencia de fe, y en esta experiencia la mirada está en Jesucristo, pero el Jesús que mira Palau es el Jesús desposado con el hombre, el Cristo cabeza de su cuerpo, el Jesús hecho prójimo, Jesús Místico como razón de la personal devoción y vida espiritual, incluso de los votos religiosos. Algo inaudito para su tiempo y todavía para el nuestro y que en él resultó habitual al renovar su profesión religiosa y ofrecer sus votos a la Iglesia. En ella engloba todos los misterios del cristianismo: Encarnación, Eucaristía, María, etc. Aparecen ante su entendimiento como círculos concéntricos de un único misterio eclesial. Así ve a María predestinada y elegida desde toda la eternidad para ser figura acabada y perfecta De la Iglesia en su realidad de Virgen Madre, Ella preside y anhela como tal las relaciones, pero no es ella el objeto de amor, de la consagración: «La fe católica, radiando sobre nuestra alma, descubre a nuestro entendimiento activo el objeto de nuestro amor. Dice la ley: ‘Amarás a Dios, amarás a tus prójimos’, Dios Hombre forma como cabeza un cuerpo moral con los prójimos, y este cuerpo moral es la Iglesia, La Iglesia, pues, es la Cosa Amada, La Iglesia es, en parte, invisible, y siendo un cuerpo moral invisible alojo mortal, no puede concebirse por nuestro entendimiento sino mirándola en una cosa singular. De ahí es el presentárnosla bajo la figura de una Mujer. La Iglesia es una realidad y la Mujer (María) otra realidad. Y ésta, desde que el entendimiento activo la concibe forma y figura, queda esta forma, figura o concepto impreso en el entendimiento pasivo. En esta figura o sombra ve el entendimiento activo a María, Madre de Días, a Rebeca, a Ester, etc. En estas mujeres, a la Iglesia». En esta concepción y en la costumbre arraigada de renovar sus votos religiosos a la Iglesia se fusionan devoción mariana y experiencia eclesial. También aquí es la unidad la que se impone.