Hoy somos invitados a mirar el gran don de la Palabra para nuestra vida de fe, a nivel personal y comunitario. Nehemías en la primera lectura nos mueve a reconocer el lugar central que ella ocupa.

Lo primero que descubrimos en el pasaje de hoy (Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10) es el poder que tiene la Palabra para convocar al Pueblo de Dios “Esdras leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley”

Una de las instancias más bellas y fecundas que como Iglesia hemos vivido desde el Vaticano II son las diversas experiencias de comunidades que se reúnen periódicamente para compartir la vida y la Palabra, para mirar e interpretar los acontecimientos a la luz del mensaje de Cristo recogido en las Sagradas Escritura. ¿Cómo no agradecer las Comunidades Eclesiales de Base, los Grupos de Jesús promovidos por el P. Pagola y otras tantas experiencias centradas en la Palabra de Dios?

¿Cómo no agradecer la belleza y el tesoro de poder juntarnos con otros para simplemente dejarnos enseñar por la Palabra permitiéndole que nos cuestione, nos anime, nos fortalezca e ilumine?

Reconocemos también que la Palabra del Señor, si nos la tomamos en serio y la dejamos calar nuestro interior, se transforma en fuente inagotable de dones que van transformando nuestra vida y la van haciendo más al estilo de Jesús. Ella nos facilita el identificarnos con nuestro Maestro, el comprender qué piensa, qué siente, que desea para la humanidad, cómo no mira, cómo nos ama, a qué nos envía…

En el Evangelio de hoy nos encontramos con Jesús, que después de volver del desierto, va por las sinagogas “enseñando”… y lo vemos entrando en la sinagoga de Nazaret donde recibe el volumen del profeta Isaías y lee el pasaje que señala la misión a la que ha venido:  “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.

¿Queremos conocer la voluntad y el plan de Dios para nosotros y para este momento histórico que vivimos? Practiquemos la lectura orante de la Palabra, busquemos una comunidad donde crecer y hacer nuestros discernimientos a la luz del Evangelio, dejemos que también el Pan de la Palabra nos alimente.

Si bien es cierto que los católicos podemos acudir a dos mesas: la mesa de la Eucaristía y la mesa de la Palabra, es también muy cierto que necesitamos ir con más frecuencia y con más hambre a esta segunda… porque también allí hay Vida para nosotros, también allí encontraremos consuelo para el alma, alegría para el corazón…luz para el camino…verdad y justicia, como señala el salmista hoy, (Salmo 18, 8. 9. 10. 15)

Hay, por último, otra capacidad especial de la Palabra: es generadora de hermandad, de unidad… y esto es particularmente interesante cuando pensamos en nuestros hermanos cristianos; ella facilita la unión entre nosotros pues ahí tenemos un punto de comunión, de unidad… ella nos hermana…

Dejémonos seducir por la Palabra de Dios, dediquemos a las Sagrada Escritura no sólo tiempo sino sobre todo “atención del corazón” para que pueda hacer su obra en nosotros, en los ambientes donde nos movemos y en nuestra respuesta a Dios que nos envía…