El hombre y la mujer que han hecho experiencia del amor, cercanía y fidelidad de Dios, son personas básicamente felices en medio de los muchos desafíos de la vida; se mantienen serenas en la adversidad, fuertes en el dolor, esperanzadas en medio del más oscuro panorama, capaces de comprometerse con el bienestar de todos, de luchar por un mundo mejor, de tomar decisiones y hacer elecciones coherentes con su fe y con sinceridad pueden decir con el salmista de hoy “El Señor sostiene mi vida” (Sal 53)
Esta realidad molesta, incomoda, perturba, a quienes buscan vivir el aquí y el ahora a toda costa y sin límites, a esas personas que desean construir un mundo sin Dios, y por eso muchas veces dicen: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”
Jesús sabía muy bien de esta incomodidad, y sabía también las consecuencias que a Él le iba a provocar: «Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él», decía la primera lectura (Sab 2,12.17-20). Ahora en el evangelio, Jesús dice a sus discípulos «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» (Marcos 9,30-37)
Los discípulos no entendían aquello- o no querían entender- y les daba miedo preguntarle. A ellos les atraía más la gloria del maestro sabio y sanador, la fama del nazareno al que seguían las multitudes. Jesús era creído, seguido, reconocido como alguien importante, muy importante ¡Si hasta resucitaba muertos! Ellos querían compartir esa gloria y esa fama, por eso discutían sobre el lugar que cada uno ocupaba en el grupo de Jesús.
Frente a este panorama, Jesús les indica el camino de la importancia verdadera: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Esta lección sin duda los desconcertó. ¿Ser el último? … ¿Servir?
También a nosotros, hijos e hijas de una cultura del bienestar, la comodidad, de lo fácil e inmediato, del protagonismo y el empoderamiento, nos cuesta entender y tenemos miedo. Surgen resistencias en nosotros cuando se trata de asumir las consecuencias concretas de creer, amar y seguir a Jesús, y mucho más del hacer nuestras sus enseñanzas y ser felices con ellas.
Pero, aunque nos resistamos, no hay otro camino que éste. La genuina grandeza se alcanza en el servicio, en el darse por el bien del otro. Quien en el camino de la vida cotidiana va entregando a los demás tiempo, bienes, presencia y escucha, ha comenzado a comprender las palabras que Jesús dirige hoy a los Doce; la persona que en toda circunstancia y lugar trabaja y se esfuerza para que florezcan la justicia, la paz y la verdad ha comprendido el significado del servir ; quien mientras va de camino se relaciona desde el diálogo, respeto y la misericordia será sin duda el primero en el corazón de Dios y probablemente también el primero en el corazón de quienes va encontrando en su camino… Éste es el camino de Jesús, el Hijo de Dios. Éste es el camino que incomoda a los indiferentes, los incrédulos, los autosuficientes
El testimonio de Cristo y su entrega de amor es la escuela donde aprendemos la hondura y alcance de todo esto, mirándolo entregar la vida es donde comprendemos eso de que vino “no para ser servido, sino para servir”
El Papa Francisco escribió un libro al que puso por título “El verdadero poder es el servicio”. Y basta mirar la historia para darnos cuenta cuánto poder sobre el devenir de la humanidad tuvo y sigue teniendo el carpintero de Nazaret, Jesús, Hijo de Dios, que vino para entregarse y que llevó su servicio hasta las últimas consecuencias… hasta la última gota de su sangre… … hasta llegar a ti y a mí… hasta llegar con su servicio de amor salvador a la última persona de todos los tiempos.
¿Queremos amar mejor? ¡Sirvamos!
¿Queremos ser más felices? ¡Sirvamos!
¿Queremos que el mundo sea distinto? ¡Sirvamos!
¿Queremos ser los primeros? ¡Sirvamos !
Sirvamos…y sigamos sirviendo… porque éste es el camino hacia la Vida, el camino que da sentido de la existencia y que lleva a la felicidad, libertad y plenitud.