Recuerdo aquel 2 de abril de 1836, en Barbastro, con el ambiente hostil que se respiraba en todas partes, fui ordenado sacerdote. En una celebración sencilla, pero llena de grandeza, el Señor me revestía de sus vestiduras para hacerlo presente cada vez más en un mundo que quería a Dios cada vez menos. Entregaría mi vida a la oración y al apostolado…
En circunstacias muy adversas, el provincial Carmelita, José de Santa Concordia, mandó a fray Francisco de Jesús, María, José que se ordenara sacerdote. Obedeció. Lo tuvo que hacer en Barbastro (Huesca) por no haber ordenaciones en Lleida. Fue el 2 de abril de 1836, medio a escondidas, en el oratorio privado del obispo Jaime Fort y Puig. Fray Francisco comenzó a ser el padre Palau. Era la fiesta de su santo patrón san Francisco de Paula. Todavía hoy puede visitarse la capilla, que sigue siendo el oratorio del obispo de Barbastro…
En la Iglesia de Jesucristo ha habido siempre, y siempre habrá, sacerdotes llamados por el Espíritu del Señor…
“La predicación del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo Dios, en lengua elegida para órgano de la palabra del Padre y purificada al efecto por la virtud del Espíritu Santo.
En la Iglesia de Jesucristo ha habido siempre, y siempre habrá, sacerdotes llamados por el Espíritu del Señor para emplearse exclusivamente al ministerio de la predicación de la palabra de Dios, bajo aquellas formas especiales que requieran las necesidades espirituales de los pueblos a los que son enviados.
…Se titulan misioneros…
Estos son en el reino de los cielos arcángeles enviados por el Señor, Dios de las misericordias, al socorro de las necesidades extraordinarias de la tierra.
Son astros que tienen su órbita en la esfera de las altas inteligencias y hacen su carrera elevados sobre los más sublimes montes de la política humana; y por esto, aunque agitada ésta por el vértigo de las pasiones se entumezca, se ensoberbezca, encrespe y espume sus irritadas olas amenazando engullírselos vivos, ellos siguen pacíficos su curso, derramando a su paso su influencia vivificadora, regeneradora y salvadora sobre el país a que son llamados.
Son cometas que se dejan ver y pasan por el firmamento de la Iglesia a tiempos prefinidos y fijados por la Providencia como signos extraordinarios que anuncian al mundo todas sus catástrofes.
Son las lenguas de fuego [Hch 2,3] bajo cuya figura y por cuyo órgano desciende el Espíritu Santo sobre la tierra para encender en ella el fuego del amor divino…” (Francisco Palau en EVV 1,9-10)