«Tomó Jesús los panes y después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron… Obrad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna» (Jn. 6,13.27).
La Hna. Teresa experimentó en la unión eucarística el “cielo comenzado” de que habla Sor Isabel de la Trinidad y, según la consigna teresiana, prolongó en la acción de gracias su encuentro con el Señor: «estaos de buena gana; no perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado».
Muy pronto comenzó Teresa este «negociar» con el Señor, según atestigua su hermana Magdalena refiriéndose al día de la primera comunión de la Teresa y al tiempo que siguió hasta la entrada en el Carmelo:
*Este día fue el primer encuentro de Teresa con Jesús: no me extrañaría que se dijeran algo especial ese día.
Otros testimonios nos relatan:
*Por mucho trabajo que tuviera, no dejó un solo día de asistir a misa a las cinco de la mañana, comulgaba con mucho fervor, hacía la meditación diaria, su acostumbrada plegaria a la Virgen del Carmen y al Niño Jesús de Praga.
*Sabíamos que pasaba muchos ratos ante el Señor sacramentado […]. Nos decía que a Nuestro Señor y también a ella, les gustaba que dijéramos: “Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar “ […]. Era muy amante de la Eucaristía. Sufría porque veía que nuestro Señor no era tan amado como debía.
Inculcaba a todos su amor y respeto a la Eucaristía. A los monaguillos que ella atendía, les enseñó a repetir durante la consagración: «Señor mío y Dios mío». También les decía:
«No os creáis que, por pasar muchas horas en el templo, debéis tomaros tal confianza con Dios que hasta le faltéis al respeto».

(cmtroma.com)