Dios tiene un plan sobre la humanidad, sobre la vida de cada uno de nosotros y Juan Pablo II  lo denominaba “El plan original de Dios” sobre la humanidad, sobre los hombres y mujeres de todos los tiempos.

La liturgia nos remite hoy al Génesis, a ese momento donde Dios, por amor, decide crearnos y comenzar a hacer historia con nosotros, sus hijos e hijas.   (Gn 2, 18-24) “En aquel día, dijo el Señor Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle a alguien como él, para que lo ayude”. Se la llevó al hombre y éste exclamó: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque ha sido formada del hombre”. Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa.

En ese plan, fuimos creados para relacionarnos, complementarnos, ayudarnos y potenciar todo lo que el otro y la otra es; en ese plan el amor es el camino, la meta y el modo de ser humanidad, y es un amor al modo trinitario, al modo de Dios, donde la relación del hombre y la mujer- los colaboradores de la obra creadora- es una autodonación en libertad, fidelidad, totalidad, una entrega mutua tan generosa y profunda que es capaz de generar vida nueva, una entrega que no tiene fecha de término,  que más allá de las tormentas y dolores,  permanece  en el tiempo.

Pero vivir según el plan original de Dios de Dios, no es fácil, porque nosotros, aun cuando somos hijos e hijas de Dios, somos frágiles, volubles, tenemos esa tendencia a hacer las cosas “a nuestro modo” y por eso, en cada época hemos ido generando y recibiendo ofertas de otros caminos, otras maneras, otras metas distintas a las de Dios para encontrar el ansiado amor.

Somos seres muy inteligentes, hemos hecho muchísimos descubrimientos, hemos creado tantísimo, avanzamos cada vez más en la tecnología, la ciencia, la cibernética, nuestros modos de vivir y de ser sociedad han sufrido cambios inimaginables hace unos pocos años atrás… y sin embargo, hay algo allí adentro que no cambia: el ser humano busca amar y ser amado…de verdad…Lo diga o no lo diga, es más, se dé cuenta o no,  allí está esa nostalgia de un amor verdadero, puro, sincero, incondicional, duradero, fiel… Y buscamos vivir eso que intuimos en lo más íntimo del corazón. Vamos probando a ver si esa búsqueda encuentra, ese vacío se llena, esa nostalgia halla lo que el corazón intuye….  Pero, la manera en que decidamos vivir la relaciones nos puede acercar o alejar del plan original, y con ello plenificar nuestro corazón o por el contrario dejarlo confuso, insatisfecho, un poco complicado.

En este domingo miremos nuestro interior y reconozcamos que el único amor capaz de saciar el corazón hasta lo más hondo es el amor de Dios y todo amor humano que se le parezca. ¿Cómo no experimentarnos plenos, agradecidos, felices, seguros cuando nos damos cuenta que quien nos ama lo hace desde su libertad, y con un amor fiel, total, permanente, generoso, dispuesto a engendrar vida en nosotros, capaz de querer traer vida nueva a la familia, al mundo, a la humanidad?

En el Evangelio de hoy (Mc 10, 2-16) Jesús dice con claridad a sus discípulos que el plan original es tan válido ahora como lo fue al principio, que los cambios hechos a lo largo de la historia son fruto de nuestros corazones endurecidos.  Pero para poder comprender esto hay que entrar en el mundo de Dios, en la mentalidad de Dios, en el corazón de Dios… y para llegar a eso hay que tener corazón de niño, un corazón puro, abierto a la novedad, inocente, dispuesto a aprender.  “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos.”   Seamos como niños, acerquémonos a nuestro Dios y Maestro para aprender a amar.

Hoy es un buen día para mirar nuestros amores…

¿Cómo amamos? ¿Cómo estamos siendo amados?

¿Este amor se parece al amor de Dios? Me siento amado/a así? ¿Estoy intentando amar así?