NOCHEBUENA 2016
Cuando nace un bebé, hay, dolor, vida, esperanza y por sobre todo, alegría. La espera acaba, se olvidan los dolores, hay gozo, alegría; se abraza al recién nacido, se produce una profunda paz porque todo salió bien. Y el milagro de la vida nueva lo transforma todo. Nada volverá a ser como antes después del nacimiento de un hijo o hija. Es lo que regala Jesús al hacerse uno de nosotros. Nada volverá a ser como antes después de su venida.
Él nació en medio de una humanidad que sufría por diversas razones: el dominio del Imperio Romano; la religión que se había convertido para muchos en el cumplimento de reglas que no tocaban el corazón; las multitudes andaban “como ovejas sin pastor”; había muchos ciegos, cojos, leprosos, endemoniados paralíticos sin esperanza; muchos corazones rasgados por los golpes de la vida y el pecado; los leprosos y endemoniados vivían en soledad y marginación; había injusticias, como la de los cobradores de impuestos; hipocresía, como la de los hombres que querían apedrear a la mujer pecadora; lujuria, como la del Rey Herodes con la hija de su amante, divisiones,
Pero por otro lado, otros muchos esperaban al Mesías; con el corazón expectante y con fe viva esperaban la llegada del Salvador. Para TODOS ellos vino Jesús.
Aquel mundo y sociedad no era tan distinto del nuestro, o mejor dicho, el mundo que hoy estamos construyendo no es tan distinto de aquél. También tenemos abusos de poder, enfermos, marginados, hipocresías, lujuria, falta de fe, una religiosidad a veces distorsionada. La humanidad lo necesitaba entonces. También nosotros lo necesitamos hoy.
Por eso, con agradecimiento y verdad podemos decir: para TODOS NOSOTROS nace Jesús, los que lo esperamos y quienes no, los que lo aceptamos y quienes no, los que lo conocen y lo que no, los que lo buscan y quienes no. Para todos –todos- viene el Hijo de Dios, porque a todos ama, a todos espera, a todos quiere junto a Él, formando una gran familia, hoy, aquí y ahora, y también en la gloriosa eternidad.
El viene como “Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre”. (De la Primera lectura Isaías 9, 1-3. 5-6). Y trae esa paz, primero y principalmente, a los corazones de cada uno, porque allí, y sólo allí, se engendra toda posible paz en la Humanidad.
Jesús trae la verdadera paz, esa que está hecha de perdón y reconciliación, de valoración mutua, de diálogo y verdad; esa paz que brota del encuentro del Cielo y la Humanidad en el humilde pesebre de Belén; esa paz que esta noche es capaz de detener guerras, de reunir familias, de sacar lo mejor que llevamos dentro, de hacernos experimentar a los demás como hermanos; esa paz que esta noche nos hace dejar por unas horas nuestras ambiciones, luchas, egoísmos y rencores, para simplemente dejarnos tocar por la gracia de la Nochebuena, la gracia del Amor que nace en Belén, la gracia del amar y mostrar el cariño y la ternura que llevamos dentro, la gracia de mostrar la emoción de sabernos amados, la gracia de asumirnos necesitados de Dios, de arrodillarnos frente a Él y decirle: Yo te adoro, mi Dios.
El Amor, sincero, luminoso, puro, lleno de ternura, es el gran milagro que provoca en nuestros corazones este pequeño niño naciendo en ese pesebre olvidado de Belén, en medio de la noche y los animales.
El trae consigo el poder más fuerte que conoce la humanidad: el poder del amor, el poder de olvidarse de uno mismo para que el otro sea feliz, el poder de despojarse de la propia grandeza para caminar con el otro, a su paso, en su tierra, su tierra sagrada.
Celebremos con gozo y alegría esta Fiesta del Amor, porque a ti, a mí y a todos, esta noche nos dice el ángel “ «No teman, les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lucas 2, 1-14).
Sí, celebremos y adoremos a nuestro Salvador. Digámosle agradecidos:
Gracias Jesús, gracias por tu amor.
En el pesebre de mi corazón,
yo te adoro, te alabo y te bendigo,
porque has querido nacer aquí,
en medio de nuestras noches y nuestras soledades,
en el secreto más profundo de nuestra humanidad,
y nos has regalado la luz y la paz,
la esperanza y la vida,
el amor y la salvación.
Gracias Jesús, porque
te has hecho nuestro hermano por amor.
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