Estamos comenzando el tiempo de Adviento, tiempo de espera y preparación. Esperamos la venida de Jesús, el Hijo de Dios, que por amor se hace uno de nosotros y que viene para enseñarnos la grandeza y fidelidad del perdón y el amor de Dios; tiempo de preparación, porque hemos de preparar el corazón y la vida para aprovechar este gran regalo que gratuitamente se nos da.

Las tiendas ya están llenas de cosas de Navidad; muchos comienzan a hacer listas de regalos, planifican encuentros, viajes y otros panoramas; los comerciantes sacan cuentas alegres y las casas y calles se van vistiendo de luces y adornos.

¿Estamos planificando cómo preparar el corazón para la llegada de Jesús? ¿Cómo vamos a disponer nuestra vida para acoger a Cristo?

Las lecturas de hoy nos invitan precisamente a eso: a prepararnos, a no vivir distraídos entre las muchas cosas de la vida, a darnos momentos para reflexionar y orar en el significado profundo de la Encarnación del Hijo de Dios y lo que eso significa y podría significar  para nuestra vida y la historia, si lo acogemos de verdad.

Prepararnos es caminar hacia Dios porque, como dice el profeta Isaías (2,1-5) Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas. Y si hacemos nuestra su enseñanza tendremos una vida de paz, de fraternidad, de luz. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. […] caminemos a la luz del Señor.

Prepararnos es escuchar al San Pablo, que en la segunda lectura de hoy (Romanos 13,11-14) nos dice que “ya es hora de despertarse del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad.”.

Prepararnos es esperar despiertos sin dejarnos adormecer por las músicas, luces y ambiente comercial, es velar… estar en vigilia… No es aislarse de la sociedad ni juzgar lo que otros hacen, es simplemente hacer una opción por vivir el adviento de otra manera, una manera que nos facilite llegar a la Nochebuena y alegrarnos en el fondo del corazón, que nos ayude a experimentar algún cambio concreto en nuestras vidas más allá de tener nuevos regalos y comidas, una manera que permita que la alegría, la paz, la fraternidad y  novedad de la Navidad perdure en el tiempo y no se apague junto con las luces.