Domingo 32 Ciclo C

Al leer la primera lectura de hoy (Macabeos 7,1-2.9-14) es difícil no pensar en nuestros hermanos de Siria y otros territorios ocupados por el estado Islámico. Hombres, mujeres y niños cristianos sufriendo por su fe, siendo torturados por su fe, muriendo por su fe. Hoy, a esta hora, mientras lees esta reflexión, hay hermanos cristianos dispuestos a dar   la vida antes que renegar de su fe, hay hermanos y hermanas arriesgándose cada vez que se reúnen a celebrar la Eucaristía.  ¿Su delito? Creer en Cristo, vivir el Evangelio. Sin embargo se mantienen, se arriesgan, se aferran a Cristo, con valentía, de pie, firmes, como los hijos de la primera lectura. Saben exactamente lo que arriesgan…pero también saben exactamente lo que ganan, es como si repitieran las palabras de aquello jóvenes frente a sus verdugos: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna», ”Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará” .

Hagámonos solidarios con nuestros hermanos y hermanas que sufren y oremos con ellos y por ellos con las palabras del salmista (Sal 16,1.5-6.8.15) “Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi súplica vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante”.

Pero en el mundo hay otros lugares donde sí se puede vivir y expresar la fe en Cristo con libertad, lugares donde no hay  persecución religiosa, donde los creyentes no necesitamos ocultarnos ni celebrar en la clandestinidad, y sin embargo, sí  una gran amenaza a  nuestra vida de fe: la mentalidad de una sociedad que quiere vivir sin Dios, que no quiere escuchar hablar de Él, que ridiculiza a quienes creemos y en lo que creemos; y si bien es cierto no provoca muertes físicas, va deteriorando nuestra vida interior, la va socavando silenciosa y lentamente, y esta muerte es peor que la otra, porque nos convierte en muertos en vida, y el Evangelio de hoy  (Lucas 20,27-38) nos dice que nuestro Dios “No es Dios de muertos, sino de vivos.”

Vivos nos quiere el Señor, pero vivos por dentro, porque ésa es la vida que vence a la muerte, la vida interior que proviene de la fe en Él y su Evangelio;  la vida interior que nos lanza a servir y amar a los demás, la vida interior que nos hace vencedores frente a las invitaciones de la mentalidad de moda, y por ello cuando nos sugiere indiferencia, los creyentes elegimos servir; cuando nos pide odiar, nosotros elegimos amar; cuando nos anima  al rencor nos esforzamos por perdonar; cuando nos desafía a  tener más  y más, nosotros nos decidimos a compartir;  cuando nos empuja a competir y llegar los primeros, los creyentes preferimos caminar junto a los demás hasta donde los caminos de Dios nos lleven.

Esto sí es vivir. Atrevámonos a vivir, arriesguémonos a vivir.