XIX DOMINGO ORDINARIO

La fe es el gran don que llena de sentido nuestra existencia. Creer en Dios  y sobre “creerle a Dios” es lo que mueve nuestra barca hacia mares profundos, hacia camino desconocidos, hacia riscos que nos asustan; creerle  a Dios nos hace realizar las cosas más descabelladas y esperar las cosas más impensables…creerle a Dios nos hace esperar lo imposible… porque Él es Dios y nos ama, porque Él es Dios y nos ha elegido, me ha elegido…a mí, justo a mí, que muchas veces  voy luchando para no perder la fe.

Qué hermoso ver hoy al pueblo de Israel (Sabiduría: 18, 6-9)  celebrando lo que se le había prometido antes que pasara. Le creyeron de tal modo a Dios que no necesitaban ver para creer y antes que sucediera ya celebraron con himnos y con promesas de compartir todos los bienes y peligros del camino de liberación, un camino que ni habían comenzado. En su corazón hay tanta confianza que no necesitan tocar o ver “ahora”. Ellos han experimentado la fidelidad de Dios y en ella ponen toda su confianza.

 “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven”, comienza diciendo  la segunda lectura de hoy. (Hebreos, 11, 1-2. 8-19) ¡Qué libertad y gozo vivir así! ¡Qué paz en el corazón el saber que todo lo que Jesús nos dijo y nos dice hoy se cumplirá; que asombro el ver cómo, día a día, lo que nos ha asegurado en la profundo de nuestra fe va tomando cuerpo y haciéndose realidad.  ¡Cómo no alabarlo y celebrarlo y cantarle himnos como hacía el pueblo de Israel!; ¡Cómo no cantarle con el salmista (Salmo 32) “Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, dichoso el pueblo que eligió por suyo“, porque yo soy esa nación y ese pueblo, a mí me ha elegido, a mí me promete caminos de liberación…

Creer y esperar es la gran invitación de este domingo (Lucas: 12, 32-48), creer y esperar sin cansarnos, preparar la vida y el corazón para el cumplimiento de sus promesas, prepararnos para su cercanía, sin desalentarnos en el camino, desprendiéndonos de todo aquello que nos roba la confianza en su amor y fidelidad,  buscando bolsas que no se destruyen para guardar “los tesoros de cielo” que vamos recibiendo, ¡Y recibimos tantos!

Cuidemos la fe que se nos ha regalado, cultivemos la confianza en Dios, para que, como los israelitas, celebremos con gozo aquellos que aún no vemos pero sabemos vendrá;  abandonemos todos nuestros pensamientos lógicos y bien fundados, y  como los hebreos,  sumerjámonos en el abismo de la fe y poseamos hoy lo que esperamos, lo que se nos ha prometido en lo íntimo del corazón, allí donde nos habita Dios.

Estemos listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas, porque nuestro Dios viene.