“Le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así?
Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Él les contestó: ¿Por qué me buscaban?
¿No saben que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón”
La iglesia nos invita hoy a contemplar la Familia de Nazaret con una mirada que vaya al corazón de ese hogar. Y la liturgia no nos muestra ni cómo ni dónde viven sino la manera en que se relacionan, los valores, las actitudes y prioridades que van guiando su caminar y que los hacen ser verdaderamente una familia y que los distingue de un grupo de personas que sólo viven juntas.
Esos mismos valores, actitudes y prioridades, vividos por y desde el amor, son los que pueden ir conformando nuestras propias familias con la familia de Jesús María y José. Ellos son un faro, una luz que nos muestra cómo ser familia.
Y lo primero que descubrimos es que Dios es el centro de sus vidas, la luz que alumbra su caminar. Dios es el sentido y fin de lo que viven y de cómo lo viven. También nosotros estamos invitados a poner al Señor en el centro de nuestros hogares, a vivir los esfuerzos, las búsquedas y luchas de cada día con Él, a caminar animados y sostenidos por la fe, por la certeza de saber que, aun cuando humanamente no comprendamos, en su plan todo tiene sentido, y por eso, como María, guardamos en nuestro corazón las cosas difíciles y a veces misteriosas, y las meditamos y oramos una y otra vez. ¡Cuántas cosas guardadas en el corazón de las madres! ¡Cuántos respetuosos silencios en el corazón de los esposos!
Una segunda luz es el respeto mutuo, el respeto por el misterio que habita en el otro, porque, por mucho que nos conozcamos, siempre hay un espacio misterioso en el interior de mi padre, de mi madre, de mi hijo, de mi hermana, de mi esposo o esposa; un espacio que nos invita a dejarnos sorprender, a tener esperanza, a dar gracias, porque en el otro puede haber siempre novedad, puede haber siempre un regalo inesperado.
En la familia de Nazaret hay además un peregrinar juntos, preocupándose e interesándose por lo que el otro vive, por lo que al otro le pasa. Jesús no está y retornan, lo buscan, averiguan, hasta que lo hallan… Su manera de relacionarse es un gran no a la indiferencia y un gran si al cariño hecho gestos concretos, sacrificios reales, palabras con significado. ¡Cuánto iluminan esas familias que se han decidido a traducir su amor e interés por el otro y la otra en gestos concretos! ¡Cuántos problemas se evitan las familias que expresan, preguntan y acogen con paz o que el otro puede decir!
Hagamos de este domingo de la Sagrada Familia una gran celebración y acción de gracias por Jesús, María y José, pero también por nuestras propias familias, porque ellas son el espacio donde nos sentimos amados, seguros, valorados, animados; allí encontramos escucha, apoyo, silencio respetuoso frente a los procesos que podamos estar viviendo; ellas son el lugar donde queremos retornar en la hora del dolor, de la soledad, de las dificultades porque sabemos que allí encontraremos una madre, un padre, un esposo o esposa, una abuela o hermano, que simplemente nos abrazará, enjugará nuestras lágrimas y hará silencio, un silencio que consuela y sana…
Demos gracias a Dios por nuestras familias, con su verdad hecha de bien y también fragilidad, pero de la cual hemos recibido tanto, a la cual le debemos tanto.
Que sea un día de orar y alabar al Señor por cada uno de sus integrantes, los vivos y los que ya han partido al cielo.
Que sea un día de expresarles nuestro cariño y agradecimiento porque, aunque nos encontremos lejos continúan siendo un bálsamo en la hora del dolor, un faro en nuestras vidas, una luz que nos indica el camino.
Hna. Adriana Montenegro