Domingo XXXIII B: Evangelio en Clave Palautiana

Hoy es un domingo en que el corazón todavía se estremece por lo ocurrido en Paris, un hecho tremendamente doloroso  que nos hace verbalizar preguntas importantes: ¿Qué nos está pasando?, ¿Hacia dónde vamos? ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué no podemos vivir en paz?  ¿Cuándo viviremos como hermanos? Y muchas otras preguntas que se unen a sentimientos intensos, mezcla de desconcierto, miedo, dolor, impotencia, inseguridad, deseos de fraternidad, anhelo profundo de paz…

Y frente a esto, el Evangelio de hoy llega como un bálsamo para el espíritu porque el  Señor nos dice que  “El cielo y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán”. Y la gran y maravillosa palabra que El ha pronunciado es AMOR… un  amor hecho sacrifico,  oblación; un amor generoso,  gratuito, que engendra vida y no muerte, unidad y no división, luz y no oscuridad, perdón y no rencor, reconciliación y no venganza, paz y no violencia.

Las lecturas de hoy son una gran invitación a nunca olvidar esta verdad y a desde ella  contemplar la historia. Nos invitan  a ir más allá de las apariencias, a releer lo que vive la humanidad para descubrir el mensaje que allí hay para nosotros. Porque no se trata de quedar atrapados en lo negativo sino de, empatizando con los que sufren, mirar más allá y más adentro, escuchando el mensaje que se me intenta decir, la misión que se me quiere dar.  Dice el evangelio “Aprendan de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducen que el verano está cerca”.  El desafío  para quienes creemos y seguimos a Cristo es descifrar el llamado de vida que esconden estos acontecimientos dolorosos, difíciles  y tantas veces inentendibles en el devenir de la historia, y responder a ellos desde el Amor, amando…

Qué cada vez que nos pregunten ¿Cómo reaccionar frente a tanto horror? Respondamos ¡Amando!

Dejémonos  invadir por el  amor de Cristo, ese amor para el que fuimos creados desde el vientre materno, ese amor divino que llevamos impreso en nuestro ser desde el momento en que Dios nuestro Padre nos creó a su imagen y semejanza, ese amor de Dios que hace posible que  vivamos  en comunión,  fraternidad,  y unidad, donándonos  al otro, comprometiéndonos con su vida y especialmente sus dolores.

Y en este domingo el Papa nos pide hacer real ese compromiso rezando por nuestros hermanos cristianos que sufren,  por esos hermanos y hermanas que en este siglo XXI son perseguidos, torturados y asesinados por causa de su fe, por creer y seguir al Dios que es Amor.

No nos quedemos en las apariencias, démonos tiempo para solidarizar con el que sufre, para encontrarnos con Cristo en la oración y la historia. Él está hablando, escuchemos su voz… iGLESIA QUE SUFRE