EVANGELIO EN CLAVE PALAUTIANA (DOM XXX B)
Cuando recién llegué a vivir en Vancouver, a los pocos días conocí a Manuel, que había perdido la vista producto de una enfermedad, y si bien es cierto físicamente no podía ver, con el corazón veía mucho más de lo que imaginábamos. Un día Manuel me preguntó por qué me había hecho religiosa. Quería saber, porque no calzaba lo poco que sabía o se imaginaba de la vida religiosa con una hermana a la que sentía, según sus palabras, “como un cervatillo hecho para correr libre por las praderas”. Y me conmoví de sus palabras porque era capaz de verme aún sin verme. Porque allí estaba yo, frente a él, joven, feliz, llena de amor y fe, energías y creatividad, libre, enamorada, queriendo contagiar al mundo con mi amor para ponerlo a los pies de Cristo, para ponerlo en su seno lleno de ternura…. Y decirle «aquí están tus favoritos…» Y él lo vió. Manuel y Bartimeo se parecen en esa manera honda de mirar con los ojos espirituales. Ven adentro, ven profundo, ven más allá de las apariencias…
El ciego de Jericó, al sentir pasar a Jesús, con su “mirada interior” reconoce que Él es capaz de transformar su existencia. Cree en Jesús, en su poder sanador, en su corazón compasivo, por eso grita, una y otra vez, despreocupado del qué dirán, liberado de las muchas voces que deseaban acallar su confianza en Cristo.
Miro mi vida, contemplo mi alrededor y reconozco y descubro las muchas veces en que Cristo se ha compadecido de mí, de nosotros, de la humanidad. Y lo alabo por esas situaciones en que, luego de un encuentro íntimo con el Señor, ya no queremos seguir sentados al borde de cualquier camino a esperar quien sabe qué, sino que nos decidimos a ponernos de pie para seguirlo porque en Él, y sólo en Él, encontramos sentido a nuestra entrega, nuestra vida, nuestro caminar.
Regalémonos un momento en estos días para cultivar una mirada honda, como la de Manuel y Bartimeo, que nos permita contemplar “el paso de Jesús” en la historia, en mí historia. Pongamos en el corazón compasivo de Jesús el corazón palpitante de la humanidad, con sus alegrías y dolores, desafíos y esperanzas, duelos y resurrecciones. Que en esta semana, como sucede a Bartimeo, nuestra esa oración sea un grito de fe y confianza en nuestro Maestro y Salvador.
Hna. Adriana Montenegro, cmt