Para los que servimos junto al Carmelo Misionero Teresiano, pero vivimos en la V región costa, nos es mas difícil mantener una vida cercana a las actividades y ritmos propios de la congregación y a un contacto cercano con las hermanas que nos recuerde siempre el regalo con el que hemos sido donados (el carisma). Esto porque en esta zona aparte de algunos miembros del CEP y una o dos comunidades MILPA; no hay más presencias, no existen casas de religiosas, solo estos pequeños enclaves.

Es por esto que un grupo de miembros del CEP se reunió este jueves santo, dispuesto a vivirlo juntos. Emprendimos el viaje desde Villa Alemana, hasta la Población Porvenir Bajo, Capilla Jesús Nazareno, Playa Ancha (Valparaíso), para encontrarnos con el P. Maurice, sacerdote amigo y miembro del CEP, quien nos presento a la comunidad con la que viviríamos el Jueves Santo.

Era una pequeña comunidad de no mas de 20 personas; jóvenes, adultos y ancianos. El padre ya nos había avisado que era una liturgia muy especial, donde ademas de la misa, se reviviría la cena pascual y haríamos adoración al santísimo. Nos sorprendió entrar y ver que la bancas estaban alrededor de una mesa; y al frente del altar. Sin embargo apenas comenzó la liturgia ya no era sorpresa lo que sentíamos, sino sobrecogimiento. En esta pequeña comunidad todos hacían de todo; desde los cantos, el guión, acolitaban, se lavaban los pies unos a otros literalmente, movían las bancas y mejor aún todos se conocían muy bien.

Lo mejor fue la homilía, que realmente fue un compartir entre todos los presentes, desde el evangelio y las lecturas hasta el acontecer de Valparaíso y el desastre del incendio. No faltó quien se emocionó por lo visto en los cerros quemados. Durante el lavatorio de pies; se sentaron algunos haciendo de apóstoles, mientras otros junto al padre les lavaban los pies. Sentido y emotivo este momento, más aun cuando luego los que habían hecho de apóstoles comentaban lo significativo que fue que una de las señora que lavaba los pies, teniendo problemas a su espalda que le causaban mucho dolor haya aún así hecho ese signo; o por ejemplo que una madre le lavara los pies a su hija; señalando después: “No se los lavaba desde que era niña”.

Al terminar la misa, todos se levantaron y ordenaron la pequeña capillita para la adoración. El sol ya había caído en el mar en un atardecer hermoso desde esa loma que caía a los acantilados de playa ancha, y con unas pocas velas comenzamos a adorar. No hubo palio ni umbrella; pero estuvo el Espíritu de Dios aleteando por ahí.

Pensamos que esto era lo mas parecido a lo que deben haber sido las primeras comunidades cristianas, pensamos que habíamos pedido tanto una Semana Santa diferente, y para nosotros que venimos de una parroquia grande y multitudinaria, estar ahí era encontrarnos realmente con Dios en la humildad, sencillez y profundidad de esa comunidad.

Nosotros dimos gracias también por esta mirada eclesial que Dios nos regaló, este carisma que nos permite ver donde otros miran. Donde todos podrían ver poca gente, una capilla pequeña e desprolijo; nosotros vimos a la Iglesia. ¡¡Ojalá todos los Jueves Santos fueran como este!!

Ana Navarro, Cristian Carreño, Orlando Carvallo, y Pbro. Maurice Alvarado, CEP.