El profeta Ezequiel en la primera lectura (Ez 33, 7-9) y  el Evangelio de San Mateo (Mt18, 15-20) nos recuerdan que la fe no es una experiencia intimista o privada sino una realidad que nos une a nuestros hermanos, que nos lleva a caminar junto  a los otros, a vivir el seguimiento de Cristo junto a los demás, y en concreto hoy, a ser corresponsables unos de los otros.

Cuando rezamos el Padrenuestro decimos precisamente eso Padre “nuestro”; en Él y por Él somos hermanos y hermanas,  por eso cuando nos agredimos unos a otros se nos hace la misma pregunta que a Caín ¿Dónde está tu hermano?, cuando nos peleamos se nos invita a perdonar setenta veces siete, a reconciliarnos antes de llevar nuestras ofrendas y oraciones al Señor, cuando alguno está en necesidad y pide el manto darle también la túnica. Porque somos hijos y hermanos, Cristo igual el amor a Él con el amor concreto a nuestros hermanos, y nos dice en Mateo 25  que cada vez que a unos de sus hermanos más pequeños le dimos de comer, de beber, de vestir, lo hospedamos o visitamos en la cárcel o  lecho de enfermo, con Él lo hicimos

Sí, porque somos hermanos y hermanas somos corresponsables  unos de los otros, y esta corresponsabilidad implica que no podemos ni debemos ser indiferentes cuando alguno de nuestros hermanos está viviendo o actuando de un modo que haga daño a otros o a él o ella misma, que no podemos callarnos cuando alguien nos ofende, por el bien del otro y de la comunidad. Y esto no es fácil porque hoy por hoy estamos muy acostumbrados al individualismo, al vivir la propia vida como se nos dé la gana, a que los demás no me digan lo que debo o no debo hacer o cómo lo debo hacer, a que vivamos como islas conectadas muchos veces sólo por el trabajo o la diversión pero sin que bajemos a valores, actitudes o estilos de vida; acompañados pero solos, en sociedad pero “libres”, con otros mientras no me digan algo que me moleste o cuestione.  Es más cómodo ser silenciosos cómplices que fieles a lo que nuestro corazón y conciencia nos muestran. Es más fácil poner barreras para no escuchar lo que se me dice que dejarnos interpelar por los demás.

Pero la Palabra de hoy no llama precisamente a eso: dejar de ser cómodos, dejar de levantar barreras. Tener la valentía de decirle al hermano o la hermana “Sabes, estás equivocado en esa actitud”, estás haciendo daño. Y del otro lado, escuchar cuando alguien me diga que he hecho mal, acoger aquella palabra de corrección, de invitación a mejorar.

No se crece como persona ni como cristiano sin  dolor, de alguna manera siempre el crecimiento duele un poco, especialmente cuando nos pide cambios interiores. Pero vale la pena pasar por ese momento, porque después, vivimos una gran paz por haber sido fieles a nuestra conciencia y  una gran paz de haber experimentado un momento de comunión profunda con el otro en una reconciliación.

Que en este domingo nos animemos a vivir así el ser hermanos y hermanas, comprometidos con la vida del otro, comprometidos con su crecimiento espiritual y cristiano.