María: ESPEJO de la Iglesia
El secreto íntimo de este Carmelita Teresiano fue su amor apasionado por la Iglesia y por María, «espejo» de esa Iglesia. Le gustaba llamarla así, mirarla así. Iglesia y María en un único amor. En su breve estancia en el convento asimiló perfectamente el lema del Carmelo: «Todo de María», pero lo traspasó con originalidad más allá de las fórmulas de su tiempo. Su pensamiento doctrinal ha sido avalado por el Vaticano II y por la doctrina postconciliar.
Cuando Palau «mira» a María, «ve» a la Iglesia.
«No mires -me dijo- el espejo que soy yo; mira sí en mí la imagen de la Iglesia, tu Amada, grabada por el dedo del mismo Dios. Y yo miré esa imagen y vi entonces en María a mi Amada, vi la Iglesia Santa» (MR 4,2). “No puede ser de otro modo. Yo soy la sombra que figura en ti una Virgen por nombre María. En mí y por mí verás a esa Virgen bella y hermosa. En María verás otra Virgen por nombre Iglesia, Esposa del Cordero inmaculado» (MR 4,4).
Por tanto, el primer paso es «mirar a María», fijar la mirada en ella, descubrir su belleza, sus virtudes y perfecciones. Después la conclusión se impone: mirar en María a la Iglesia.
“Dios en su sabia providencia crió un tipo perfecto que representara su pureza, su virginidad, su maternidad y fecundidad y su belleza. Y al efecto convino que esa mujer fuera virgen, inmaculada, siempre pura y madre, y que tanto en el orden moral como en el físico reuniera todas las dotes, todas las gracias y todas las perfecciones que son posibles en una pura criatura. Tal fue y tal es la Virgen María, Madre de Dios, es ella un espejo limpidísimo donde el hombre puede contemplar la Iglesia santa. Y así como por Cristo vamos al Padre, por María nuestro corazón eleva las llamas de su amor hacia su cosa amada, que es la Iglesia” (MR 11,21)
Oración
María, miembro vivo, Madre, figura y espejo de la Iglesia: Ruega por nosotros, para que seamos fieles a los impulsos del Espíritu, vivamos nuestra fe en comunidad y seamos miembros activos de la Iglesia.
“Yo te felicito, oh María, Madre de Dios, por haberte el Señor formado tan bella, tan pura, tan perfecta, cual convenía a la que había sido destinada para ser la Madre de Dios” (cf. MR 4,1)