“Como comunidad educativa profundizamos el sentido de la escuela desde la mirada Palautiana que viene a ser respuesta a este tiempo tan particular que estamos viviendo en pandemia”

 

El padre Francisco Palau nos dejó una piedra angular, un principio: la Iglesia es Dios y los prójimos, fundamentalmente, el Otro. Pero ese otro no es un concepto, ni una idea, es otro concreto, atravesado de una historia particular, lleno de sueños, con algunos miedos y un proyecto individual. Ese otro es quien nos interpela y nos convoca a salir de la “cueva”. Nos extrañamos frente a la diversidad que encontramos en el mundo, pero también el encuentro con el otro nos permite trascender todo prejuicio y mezquindad.

María Zambrano decía, respecto de nuestros pequeños otros, “el alumno comienza a serlo cuando se revela la pregunta dentro agazapada, a la pregunta que es, al ser formulada, el inicio del despertar. No tener maestro es no tener a quien preguntar y más hondamente todavía no tener ante quien preguntarse. Es quedar encerrado dentro del laberinto primario qué es la mente: encerrado como el minotauro desbordante de ímpetu sin salida”. Ese otro de nuestras aulas nos necesita y nos resiste, porque somos alguien ante quienes pueden mirarse y pensarse antes de salir de sus cuevas a un mundo que debe recibirlos y alojarlos.
En el aula los otros son distintos, más chicos, a veces más revoltosos, a veces difíciles, a veces indefensos, a veces muy solos. Los pequeños otros que nos ponen en jaque con sus preguntas, que nos movilizan y motivan, esos “otros” allí sentados frente a nosotros o tras una pantalla, son el propósito de nuestros planes y el sentido de nuestras elecciones pedagógicas.

Cada vez que entramos a un aula (material o virtual) esos otros nos resignifican, porque aún a pesar del cansancio o del hastío, estamos movidos por el deseo de que aprendan esto que venimos a ofrecer. Nuestro otro del aprendizaje, nuestro otro colega, nuestro otro compañero, nos son una metáfora bonita, son una realidad que nos convoca a salir de nuestras cuevas personales, a saltar nuestras barreras y abrirnos a dar, pero también a recibir un poco de calor humano.

La escuela es el otro, porque es ese otro el sentido de lo cotidiano y de las metas mayores, es el otro porque nos humaniza, nos conmueve, nos muestra un camino nuevo cuando nos sentimos cercados y nuevas alas cuando nos sentimos atados. Esos rostros que son el rostro de Cristo, con miradas huidizas, pícaras, bromistas, ilusionadas, esperanzadas o asustadas, nuestros pequeños otros en sus bancos y en tras la pantalla, esperando de nosotros entrega, paciencia y saber.

Lic. Marcela Oviedo Zelarayan – Asesora Pedagógica del Colegio del Carmen y San José. Catamarca – Argentina