La Hna. Elżbieta Katarzyna Róża Strach, es Carmelita Misionera Teresiana, originaria de Bochnia (Małopolska-Polonia). Perteneciente a una familia católica, vivió su vida colaborando arduamente en la parroquia de su localidad.
Posteriormente cursó estudios de derecho en la Universidad de Rzeszów (Podkarpackie-Polonia), y durante ese periodo tomó un año sabático en Brighton (South East England, UK) para perfeccionar su manejo del idioma inglés. Ingresó al postulantado en la ciudad de Sopot (Pomorskie, Polonia), para luego realizar el noviciado en Palencia (Castilla y León, España).
Sirve en diferentes comunidades de España y Polonia, posteriormente cursa estudios de “Educational Manager” en la Universidad de Wyższa Szkoła Bankowa w Gdańsku (Pomorskie-Polonia) y Teología en la Facultad San Vicente Ferrer (Valencia-España).
Actualmente sirve a la provincia Francisco Palau de Europa como Secretaria Provincial y Coordinadora del Equipo Provincial de Comunicaciones; y a la congregación como miembro del Equipo de General Pastoral de las Comunicaciones y Evangelización Digital.
Se destaca por ser una mujer progresista y pluralista, abierta al cambio y segura de su identidad religiosa. Reflexiva y profunda, sensible y emotiva; capaz de abrirse a ejercer lazos de igualdad con quien se relacione y vincule con ella.
¿CÓMO AMAR PARA NO ARREPENTIRME?
“Amamos siempre poco y demasiado tarde.” Esas palabras retumbaban en mi cabeza esta tarde. Un verso de Jan Twardowski, un sacerdote católico y poeta polaco, una línea del poema que inicia con: “Démonos prisa a amar, la gente se va tan pronto”. Una afirmación que me suena a reprimenda, nostalgia, incluso arrepentimiento y dolor. Como una invocación a amar, a ponernos urgentemente manos a la obra.
Alguno en seguida pensará que es algo comprensible, o incluso lógico, hablar de estos sentimientos. Dado que estamos rozando las fechas en las que recordamos a los que nos han precedido en el camino hacia la patria eterna. Los santos, pero también los “simples” difuntos, todos los muertos. Podría ser. O tal vez, que me ha dado por recordar las muertes sufridas por tantos y tantos, fruto de la pandemia del covid-19.
Parece natural volver la mirada hacia el tema de las pérdidas que sufrimos a lo largo de la vida. Los duelos, elaborados o no, tras la pérdida de un ser querido, de una ilusión, de un trabajo… De tantas cosas y realidades que de un momento a otro dejan de formar parte de nuestra vida. Me imagino que tú también, en algún momento de tu vida habrás sufrido pérdidas, inesperadas o cuya llegada se anticipaba. Por eso comparto, confiando que sea útil.
Hace muy poco, una persona amadísima de mi corazón, compartió conmigo la noticia dolorosa que siempre nos llega inesperada. Está muy malita, muriéndose de una enfermedad que tal vez en otras circunstancias, o con más medios, podría superar. Pero ahora mismo, solo un milagro podría cambiar el guion que va escribiendo su vida. Además de los sentimientos de rabia, de impotencia que experimento, brotan los deseos de estar a su lado cuando está lentamente apagándose; de hacerla disfrutar de lo que trae el momento presente; de hacerla reír, sentirse arropada y acompañada…
Habiendo oído tantas instrucciones, me encuentro improvisando en esta, como en otras. Busco cómo hacerla disfrutar el momento, y a la vez aprendo que cada detalle tiene un valor enorme, si se entrega de corazón. “Busco en los servicios ocasión de complacerte”, diría Palau. Parece que se hace más suave la carga. Mi pregunta y mi inquietud: ¿Cómo hacerla reír sin banalizar la situación? Cuando el que tengo a mi lado sufre, ¿me hace sufrir? ¿Cómo reaccionar?
Cuántas personas conocemos que viven esta realidad, y no nos afecta. Apenas, tal vez. Somos continuamente bombardeados por las noticias de acontecimientos dolorosos, de muerte, de sufrimiento, y parece que nos vamos acostumbrando, inmunizándonos, anestesiando la empatía, impidiendo que nos conmovamos ante el dolor del prójimo, que nos empieza a resultar más lejano que próximo.
Ahora viene este acontecimiento, y me duele, me saca de mí y me cuestiona. Frente a esta perspectiva, de lucha, de emociones; un duelo que se hace realidad en la vida de ambas, brota en mí un “memento mori” particular. Y a lo que yo me siento invitada más, es a revisar la calidad y prontitud de mi amor para con la Iglesia, Dios y los prójimos. Es una invitación a hacer un examen de mis relaciones con la Iglesia, Dios y los prójimos, con la Iglesia de hermanos y hermanas, con los que me topé en la vida. Y más, escuchando la voz del magisterio reciente de la Encíclica “Fratelli tutti”, que invita a dar pasos en la fraternidad, a mirar sobre todo mis relaciones fraternas (o no) con cada uno de ellos. A hacerme yo prójimo, próximo, al otro.
Y me urge con fuerza a examinar mi conciencia: ¿cómo amo? ¿Qué entiendo por relación fraterna? ¿Qué es y qué no es? Eso de ser hermanos, de sabernos iguales, igualmente dignos, valiosos. Sabernos acogidos, aceptados con las riquezas y miserias. Vivir la confianza, la seguridad; pendientes el uno del otro, pero en libertad, en relación, pero sin asfixiar o asfixiarnos. Y contagiar ese ambiente de familia, de cercanía.
El amor de Cristo, ¿me urge a amar? ¿A tener detalles con el otro? Con todo otro, ya que él es para mí cuerpo de Cristo, juntamente con Dios, es su Iglesia. Sí, Dios y los prójimos. A veces nosotros mismos nos engañamos, pensando que se puede amar a Dios solo…
¿Cómo me relaciono con el que tengo a mi lado? Me dejo afectar por su vida, por sus penas y alegrías… Hasta me siento invitado a participar de esas. Claro, más fácil me resultará, si es un ser amable, bondadoso. Pero, ¿y si no? ¿Pongo esfuerzo por ver a mi amada, la Iglesia, en el rostro y en la vida del migrante, marginado, desecho de la sociedad? El amor es obras, decía santa Teresa. No buenas razones, no ideas o teorías. ¿Me apena su dolor? ¿Me preocupa?
¿Cómo vivo en relación con la persona que me llega a hacer daño, que no tiene esa naturaleza agradable o que siempre me saca de quicio? En eso, siento que necesito pedir ayuda al Espíritu Santo, para que en mí ame, para que me inspire gestos de ternura, amor, o por lo menos la no violencia, el desear bien, el bien-decir.
¿Te has preguntado alguna vez porqué las lápidas de los cementerios están prácticamente todas recordando al “queridísimo esposo y padre” o a la “amadísma madre, abuela” y, sin embargo, a diario no dejamos de hablar mal de cualquier vecino?
Palau, en Lucha 20, marca alto el listón del grado de amar: “Cuando el amor es verdadero, no queda paso por dar ni medicina que probar; se emplean todos los recursos y se expone hasta la misma vida.”
Los antiguos tenían su “memento mori”. “Recuerda que morirás”, que venía juntamente con la invitación a la conversión, a valorar altamente lo “del mundo futuro” y despreciar lo terrenal. Nosotros, de ordinario, tendemos a pensar en lo horizontal, lo terrenal. Pero no es para apreciarlo como un don de Dios para disfrutar ni para hacer visible con los gestos el amor.
Nos dejamos envolver por las prisas; ese maratón de eficacia, de lo intelectual, lo productivo, lo competitivo. Y se nos va la vida. Se escapa entre los dedos que tratan de agarrar cuanto más, mejor. Las prisas nos pueden, nos secan el alma, matan la sensibilidad, y nos dejan hechos estériles maquinitas de fábrica.
Perdemos tiempo, muchas veces, en cosas fútiles e insignificantes. Cargamos responsabilidades y exigencias, buscamos utilidad de personas (sic!) y no disfrutamos ya de nada. Se nos olvida parar y ver qué realmente tiene valor y por qué cosas vale la pena apostar, dedicar el tiempo y, en definitiva, dar la vida. En qué y en quiénes gastamos nuestro tiempo, fuerzas, amor y nuestro todo. Y elegir a conciencia dónde invertir todo ese capital.
Es la hora de ver que cada momento tiene valor de la eternidad. Que con mi tiempo y presencia puedo hacer palpable a Dios en la vida de los que me encuentre. Que por muchas cosas que tenga que hacer, no soy imprescindible en este mundo por lo que hago. Lo soy por cómo amo. Que sí, que es cuestión de prioridades. Por eso, en medio del dolor por la pérdida esperada, me toca y me hace repensar qué es lo que vale la pena y qué no. Por qué cosas luchar y cuáles dejar.
Es la hora de ejercitar en mi vida esa ecología integral de la que tanto se habla: dejar las prisas, las eficacias por encima de todo, buscar armonía, volver a vivir según el sueño de Dios para nuestras vidas. Porque cualquier abuso genera cadena de abusos. Y si no respeto mis necesidades, difícilmente respetaré las del otro. Seguiré aportando a la cultura de la muerte, al crecer el mal en la sociedad.
Es la hora de amar. Para no arrepentirme. Amar, amar, amar. En las cosas más pequeñas, sin pretender grandezas. En la ternura, en la escucha, en los detalles. A cualquiera que se me acerque o al que me aproxime yo… Amarme y amar al hermano. Con un amor sano, liberador, gratuito, bondadoso. Desechar abuso ejercido sobre mí mismo, sobre el otro o sobre la naturaleza.
La frase de Twardowski, se hace un “memento mori” que puntualiza que “amamos siempre poco y demasiado tarde”. Un “memento mori” que suena al “Tarde te amé” de san Agustín o al palautiano: “Yo no la conocía, y la buscaba, pero entre velos la miraba gloriosa en el empíreo; y creyendo que solo allí podía verla, deseaba acabara pronto mi vida sacrificada y consagrada a su amor” (MR 10,14). Una invocación a vivir la vida a tope, para vivirla bien. Me recuerda que lo único que al final importa es el amor. Como si nos dijera, a los palautianos: tu amada está aquí, en esta realidad en la que te ves envuelto, ámala, dedícale tu tiempo, tus esfuerzos, tu ternura.
No perdamos tiempo en trivialidades. Amemos. Con pasión, con determinación, con humildad. Relacionémonos para no estar arrepentidos cuando llegue nuestra hora o cuando toque despedir al amigo, al amado, al hermano… Arrepentidos porque “amamos siempre poco y demasiado tarde”.
Y no nos quedemos, como Francisco Palau en un momento de su vida, convencidos que solo en el cielo podría verla y soñando que la vida acabe pronto para gozar del encuentro con la Iglesia. Si Dios se hizo hombre por nosotros, hagámonos humanos por los nuestros. Cercanos, de carne y hueso, presentes, vivos, entregados. Sencillos como él.
Para los que queráis sumergiros en el poema del sacerdote polaco mencionado, viene adjunto.
Démonos Prisa
Démonos prisa a amar, la gente se va tan pronto,
sólo dejan tras ellos sus zapatos y un teléfono mudo.
Sólo lo fútil se arrastra pesadamente,
lo importante es tan veloz que sucede de repente
y luego un silencio normal y por eso insoportable,
como la pureza nacida del más simple desconsuelo,
cuando pensamos en alguien y nos quedamos sin él.
No estés tan seguro de tener tiempo, lo seguro es inseguro,
nos quita lo sensible como toda dicha,
llega simultáneamente como el humor y lo solemne,
como dos pasiones siempre más débiles que una.
Desaparecen tan pronto como calla el tordo en julio,
como un sonido algo torpe o como una sorda reverencia.
Para ver de verdad cierran los ojos,
aunque es más arriesgado nacer que morir.
Amamos siempre poco y demasiado tarde.
No escribas sobre esto con frecuencia,
sino de una vez por todas
y serás como un delfín bondadoso y fuerte.
Démonos prisa a amar, la gente se va tan pronto
y los que no se van, no siempre vuelven
y al hablar de amor nunca se sabe si el primero
es el último o el último el primero.
Śpieszmy się
Śpieszmy się kochać ludzi tak szybko odchodzą
zostaną po nich buty i telefon głuchy
tylko to co nieważne jak krowa się wlecze
najważniejsze tak prędkie że nagle się staje
potem cisza normalna więc całkiem nieznośna
jak czystość urodzona najprościej z rozpaczy
kiedy myślimy o kimś zostając bez niego.
Nie bądź pewny że czas masz bo pewność niepewna
zabiera nam wrażliwość tak jak każde szczęście
przychodzi jednocześnie jak patos i humor
jak dwie namiętności wciąż słabsze od jednej
tak szybko stąd odchodzą jak drozd milkną w lipcu
jak dźwięk trochę niezgrabny lub jak suchy ukłon
żeby widzieć naprawdę zamykają oczy
chociaż większym ryzykiem rodzić się niż umrzeć
kochamy wciąż za mało i stale za późno
Nie pisz o tym zbyt często lecz pisz raz na zawsze
a będziesz tak jak delfin łagodny i mocny
Śpieszmy się kochać ludzi tak szybko odchodzą
i ci co nie odchodzą nie zawsze powrócą
i nigdy nie wiadomo mówiąc o miłości
czy pierwsza jest ostatnia czy ostatnia pierwsza.