Papaplaya (San Martín-Perú) 29 de Junio 2020

Finaliza un mes más, desde que ingresamos al periodo de emergencia por Covid-19 que nos trajo esta pandemia, y hemos podido experimentar varios sentimientos entremezclados que nos han permitido crecer un poco más como comunidad, como hermanas y como mujeres entregadas por  y para la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Hemos intensificado nuestras oraciones y momentos de dialogo con el Santísimo, presentándole al pueblo y a toda la humanidad y pidiéndole que ya finalice esta pandemia.

El primer mes fue como un ir descubriendo nuevas cosas, y paralizar programas. El segundo mes pensamos proyectarnos viendo que se podría hacer para acompañar a tanta gente que aún no tomaba conciencia de lo que estaba sucediendo. La tranquilidad de muchos nos cuestionaba; algunos hacían alusiones a la fe que con su fe nada les podía suceder que había que confiar, una confianza si bien es cierto que nos llamaba la atención, ya que era una confianza un tanto cómoda pues se le dejaba a Dios toda la responsabilidad. Aquella misma responsabilidad que como hijos teníamos que asumir teniendo presentes y cumpliendo algunas normas necesarias para evitar el contagio.

Sin embargo, de pronto fue ingresando el virus a nuestra querido Papaplaya. Surgieron también ayudas cuando menos esperábamos y cuando más pensábamos en cómo ayudar a quienes no fueron favorecidos con la ayuda del gobierno. Entonces cuando nuestras mentes y nuestro corazón se dedicaban a ver estos asuntos y resolviendo comprar algunos alimentos para colaborar, llego la ayuda de Dios por medio de donaciones, de entre ellas la del Vicario Apostólico, el padre Jesús María, quien nos trajo arroz, fideos, aceite, atún y avena. Seguidamente la Hna. Ana recibió una llamada que luego nos compartió llena de gozo: un empresario enviaría alimentos a toda la población de Papaplaya y quería que la Iglesia fuese quien se encargara de distribuir. Para realizar esta labor nos apoyaron algunos jóvenes miembros del grupo de teatro y de la pastoral, así como algunas familias, todos bien comprometidos cargando y luego embolsando los alimentos. Fueron días llenos de compromiso y solidaridad.

Estas son las muestras del cuidado amoroso de Dios para con sus pequeños hijos, tanto es así que parecía que los alimentos se multiplicaban ya que hasta se entregó en un pueblo vecino dónde Hna. Ana y Hna. Carmen fueron a realizar la entrega. Al regresar nos contaron con alegría como todos quedaron felices y agradecidos.

Pero no terminó allí, vinieron más ayudas y esta vez desde nuestra familia de CMT, y aunque ya la situación estaba empeorando se intentó responder a las necesidades entregando material necesario para las postas y el hospital.

En medio de estas alegrías sucedió la partida de un profesor del pueblo por causa del covid-19.  Por ello nuestra preocupación mayor era que se tuvieran en las postas y en el hospital oxígeno para que las personas no necesiten viajar hasta Tarapoto, la ciudad más cercana. Ahora nos urgía más contar con oxígeno y algunas medicinas para que nadie más vea partir a un familiar y mientras sucede eso estábamos pendientes de quienes necesitan aliviar sus dolores entregándoles medicamentos, o unas palabras de aliento.

A pesar de esto, comenzaron  partir a la casa del Padre algunas personas; unas resultado del civid y otras no sabemos con certeza si fue por ello. Entre estos le dimos el adiós a una fiel feligresa a quien cada domingo la veíamos sentada, una abuelita llena de amor para con todos, acogedora y orante. Rezamos una de mañana y una de tarde con la familia en su velorio. Pidieron traerla a la parroquia y las campanas tocaron un adiós para ella y una bienvenida a la vida eterna.

Tal vez no es mucho lo que hacemos pero todo está centrado en la premisa: amar a Dios es amar al prójimo.

 

Hna. Gissella Rea, CMT.