Nuestra web general ha publicado hoy, 21 de Mayo 2020, el siguiente artículo testimonial que les dejamos a continuación. En él, Orlando Carvallo, miembro del Equipo General de Espiritualidad y del Equipo de Espiritualidad de América, nos cuenta bajo el marco de Laudato Si’ su conversión a la Iglesia, y ala vez un llamado y una crítica a nuestro contexto actual.
LA ÍNTIMA UNIDAD DE TODO
El Descubrimiento de mi Vocación a la Iglesia
Cuando hace 5 años se publicó Laudato Si’ me pareció un gran signo que la iglesia comenzara a hablar de temas de contingencia, y más aún del cuidado del medio ambiente. Sin embargo, para ser sincero no pasé más allá de ese entusiasmo. Y es que los documentos papales pocas veces han logrado sensibilizarme o guiarme como sí lo hacen otros escritos. En esta semana, en que se celebran los 5 años de este documento, me he permitido mirarlo nuevamente. Hoy, con la experiencia de años cruciales en mi vida personal, laboral, pastoral y espiritual; y mi visión es algo diferente.
Dos frases de este documento y de esta semana logran interpelarme profundamente, activando mi “gen palautiano”, ese que traemos dentro de cada uno de nosotros desde la concepción. La primera corresponde al lema de esta semana, “Todo está conectado” ¡Que palabras más palautianas! Todo está conectado puede ser la frase actualizada del misterio que se reveló a Francesc; y no es que la esté privando de su sentido más general, sino que la entiendo en el sentido profundo de la ecología integral, desde el misterio de la unidad de todos los hombres y mujeres, de todos unidos en Cristo, y de todos unidos e interdependientes con la naturaleza, con el cosmos y con el todo. No olvidemos que Palau en su diario personal, Mis Relaciones, va describiendo cómo a poco a poco la naturaleza va participando cada vez más del misterio que se manifiesta de continuo, en camino a esa comunión universal donde todo lo que salió de Dios en la creación, volverá a la unidad íntima con Él. La segunda frase la encontramos en el nº49 de la Encíclica: “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social”; la interdependencia es tal entre todos los seres, que la forma en que habitamos no sólo afecta al medio ambiente sino que a nosotros mismos; por eso nuestra misión de recuperar la belleza de la Iglesia, no es solo hacia las personas sino también en la preservación del medio natural para que sirva de sustento a otras personas y comunidades.
Como dije anteriormente, mi gen palautiano se activó con ambas frases.Y como hoy me es imposible no ver las cosas con otros ojos que no sean el de este carisma, han resonado fuerte dentro, invitandome, al ejemplo de Palau, a revisar mi vida en este espíritu de interdependencia y de cuidado de todos. De esta forma, ha aparecido la claridad sólo antes insinuada, y ha sido mi vocación particular la que se ha presentado, como si la misma Iglesia me dijera: Siempre estuve ahí.
Yo soy profesor, mi asignatura es Historia. Y ser profesor de historia en Chile es complejo dado que el mercado laboral se encuentra colapsado. Es una carrera barata de implementar en un sistema neoliberal donde la educación es privatizada a la máxima expresión posible. Si bien cuando elegí la carrera mi primera motivación fue que me gustaba la historia, con el paso de los años de estudio me di cuenta que lo que deseaba era hacer clases, y hacer vibrar a los demás tanto como yo lo hacía al aprender sobre todo el pasado, y ahí decidí que me daría por entero a mis clases hasta incluso, románticamente, morir haciendo clases. Comencé a ejercer en diferentes colegios, a romper esquemas, a innovar, a jugarmela por una didáctica significativa; sin embargo, tras varios años me vi desempleado y sin posibilidades. Este periodo no fue solo un tiempo, se extendió por casi tres años. La depresión y la frustración se presentaron con fuerza; y todo el proyecto que había planteado para mi futuro quedó en nada.
Pero de improviso y sin buscarlo, una oportunidad surgió, y fui seleccionado para un trabajo de profesor. ¿Dónde? En un lugar donde nunca había imaginado; un centro de reclusión de menores de edad, en otras palabras, una cárcel de jóvenes. El objetivo era colaborar que estos jóvenes terminaran sus estudios. Según la ley de mi país, todo joven que cometa algún delito antes de los 18 años, dependiendo de su gravedad puede cumplir su condena ya sea en libertad vigilada o en reclusión, en un centro especializado para la reinserción. Aún cuando luego cumpla los 18 años, seguirá cumpliendo su condena en el mismo centro, a pesar que pueda llegar tener hasta 25 años. Dije que sí, por dos razones: necesitaba trabajar y me pareció muy hermoso poder servir con mi vocación ahí.
La verdad es que el romanticismo de la decisión se diluyó rápidamente. Aquel centro estaba lejos de ser para la reinserción social. Las instalaciones no eran adecuadas y estaban sin mantención, los jóvenes vivían hacinados en algunas “casas”, en otras se encontraban aislados, a veces eran sujetos de violencia por quienes los cuidaban, muchas veces los veíamos bajo el consumo de drogas, aun cuando eso estaba prohibido en ese lugar. No todos los profesionales eran responsables en sus labores; y el sistema era muy fácil de viciar; además se aplicaba el peso de la costumbre, por lo cual quien intentaba cambiar las cosas era fácilmente marcado, rechazado, aislado o se le impedía ejercer su labor.
Por otro lado, yo tampoco estaba trabajando con jóvenes que fueran solo pobres marginados de la sociedad, vulnerables e indefensos. En realidad, estaban lejos de ser los jóvenes ávidos de conocimiento y con ganas de cambiar su vida que yo esperaba; eran esos jóvenes vulneradores que sí podían afirmarse sobre el más débil lo harían; quienes te relataban sus delitos como si fueran grandes proezas; quien quemó una casa en venganza por la ofensa de otro y la quemó pensando que el ofensor estaba dentro, quien ató y secuestró a su madre y la amarró a una silla y con un cuchillo de vez en cuando la cortaba; quien asesinó al chofer del camión que se ofreció a llevarlo para quitarle un paquete de patatas fritas, o el otro cuyo nivel de consumo de pasta base lo llevó a robarle todo el sueldo a su madre para comprar la droga, la chica transgénero que se prostituye desde los 10 años y que le roba a todos los clientes y te cuenta como todos son hombres casados y con familia; el que participó en una “mexicana” para robar droga, y muchos más. La dureza de su realidad, y subcultura, fue sol el primer impacto.
En todos estos casos, además subyacía la negligencia de sus padres; comercio sexual infantil que les costaba asumir cuando hablabas con ellos, padres que los enviaban a robar exigiendoles que no volvieran a la casa, o no comerían, si no llegaba con algo de dinero u otros casos donde habían sido abandonados y robar fue la forma de poder sobrevivir. Conocer sus historias era irse rompiendo por dentro poco a poco con la miseria humana; pero no esa miseria de los pobres inocentes, sino con aquella de los que estaban ahí porque habían dañado a otro, a veces incluso tomado vidas. Un caso en particular era el de un joven que era rechazado por todo el centro; no le permitían caminar ni hablar ni moverse con libertad; tenía marcado un lugar en la muralla donde los otros jóvenes le obligaban a estar. Él había cometido el delito más grave para ellos, que nunca sería perdonado, era un “violeta” (violador); había abusado sexualmente de sus dos sobrinos de 3 y 5 años. Tenía serios problemas cognitivos de base que nunca habían sido atendidos, y lo que nadie decía, es que su madre, cuando él tenía 5 años lo había entregado a un chofer de autobús como “ayudante”, lo que en realidad eran favores sexuales de todo tipo, a cambio de alguna monedas al día.
Por sobre todos ellos, habían aspectos transversales, que aunque no fueran conscientes, pervivian en todos los casos. Pobres, eso eran, pobres. De todos los casos que conocí desde que trabajo con estos jóvenes, solo 1 vez conoci dos jóvenes que no podían ser clasificados como tales. Del resto, solo unos pocos superaban la línea de la pobreza, todos vivían en los márgenes de las ciudades, tenían compromiso delictivo transgeneracional, el cual se transmitía de padres a hijos una y otra vez; sin servicios, sin apoyos suficientes, y siendo comúnmente padres adolescentes. Además, todos expulsados de la escuela ya fuera por abandono escolar, comportamiento u otras razones; algunos descendiendo en la escala desde buenos colegios, hasta centro de estudios de dos años en uno, para terminar en programas de reescolarización ineficaces. La media de la población no superaba el 5º grado.
¿Qué hacía yo aquí? ¿Cómo llegué acá? Muchas veces ir a “intervenir” significaba luchar para poder terminar una clase, en un patio sucio y maloliente, con jóvenes golpeándose entre ellos, gritandote, ofendiendome, señalando que eres “perkin” (sirviente) por trabajar por un sueldo, que el “hampa” (el mundo del delito) es lo que valida a las personas. ¿Cómo había pasado de enseñar la historia de los pensadores políticos de Europa a enseñar a un joven como se escribe su nombre mientras él me ofendía o intentaba robarme los lápices y cuadernos? ¿Cómo me preparé 5 años con las diferentes corrientes historiográficas de América para terminar enseñando a contar, sumar o restar? Pues todo esto despertó mi vocación a la Iglesia; no en el estilo de vida como en la vida consagrada, sino en el mundo, como laico.
Todos los días debía bajarme en la carretera y caminar 1,5 km hasta el Centro, que quedaba en una zona rural aislado de todo, para llegar a trabajar. Durante ese camino, siempre pensaba en estas cosas, o me hacía consciente del dolor de estomago que me daba al pensar en llegar a ese lugar. Pero un día, mientras hacía ese camino, entendí todo: Estaba ahí por la Iglesia. De alguna u otra forma entendí que yo estaba ahí por un llamado profundo de la Iglesia, de ese Dios-Relación al que clamaba de noche por servirlo, imaginándome como misionero en África o charlista por Europa. Sin embargo, mi llamado era a estar ahí; en medio de ese dolor. ¿Pero por qué? De alguna forma entendí que esos jóvenes eran como yo, vivían en las mismas poblaciones donde yo crecí y jugué, pero no tuvieron quien los cuidara y protegiera como yo sí lo tuve; entendí también que eran yo mismo. Pero a la vez, sentía un llamado profundo a curar ese cuerpo podrido, necrosado, cuerpo que yo mismo había colaborado a que estuviera en ese estado; muchas veces callando, omitiendo, discriminando, haciendo oídos sordos, e incluso con acciones concretas. Y ahora la Iglesia me daba la oportunidad de resarcir ese error sobre mi cuerpo, sobre su cuerpo, sobre el cuerpo de Cristo que yo mismo había puesto así; yo como individuo, yo como sociedad. Entendí, sin saberlo, el sentido profundo del lema de Laudato Si’: Todo está conectado.
Y mi praxis docente, esa incansable tarea por enseñar a quien no quiere aprender, por recomponer derechos y oportunidades robadas, era mi campo de acción. Era mi forma de hablar de Dios sin siquiera decirlo, y sin poder nombrarlo (era un trabajo del estado, no podíamos hacer proselitismo religioso). Yo, estaba ahí, junto a otros, luchando por quienes nadie lucha, por quienes nadie quiere, por aquellos que todos dicen “a la cárcel, ¡encierrenlos!”; y sin embargo, yo podía ver en ellos personas. Aquí aprendí a no escandalizarme. Mi trabajo, era mi herramienta civil de evangelización; y era mi forma de luchar por la justicia, era también la forma de cuidar a ese todo interconectado que había descubierto; porque comprendía que cambiando el modelo económico, el modelo de habitar, impactaba directamente en la forma de vida de las personas, y en la vida de estos jóvenes y sus hijos que todos los miércoles llegaban a las 16:00 hrs a hacer filas para entrar a visitarlos un par de horas; mi presencia colaboraba en ese planteamiento ambiental que siempre es un planteamiento social. Entendí también porque el 80% de los que allí trabajaban eran de pensamiento de izquierda, y yo era uno de los 3 católicos allí presentes, y me cuestioné: ¿Dónde están todos los demás?
Este descubrimiento epifánico no hizo que todo cambiara, la verdad todo siguió igual, incluso a veces peor; desde ese momento han muerto 5 chicos en riñas, acribillamientos y otras circunstancias. Aunque con los años la cárcel te valida por antigüedad y eso lo hace un poco más fácil. Pero yo cambié; por dentro. Ya sabía desde donde hacía las cosas, por qué las hacía, porque me tragaba las lágrimas cuando los veía tirar las cosas al suelo y gritar que esto no servía para nada, que para que les enseñaba si ellos solos servían para robar y delinquir; porque los visitaba en sus casas con sus familias cuando salían de aquel lugar tratando que no abandonaran nuevamente los estudios; porque celebraba con la gran fiesta sus pequeños logros: como cuando uno aprendió a leer con 18 años frente a mis ojos, o aquel que le enseñé a escribir su nombre a los 23; o aquel que me ofrecía protección en la calle; o a los que todavía, de vez en cuando, me los encuentro en la calle y me saludan afectuosamente aunque a veces no los reconozco.
Hoy ya no trabajo en el centro cerrado, sino con los que cumplen libertad vigilada; que es la misma población, y la situación es igual. Ha tenido costos esta misión laboral; me han dicho que he perdido la dulzura que me caracterizaba, así que he comenzado a buscarla para que vuelva a mi. Pero estoy claro que mis acciones colaboran directamente a la propuesta de Laudato Si’; si bien no parto desde lo ambiental a lo social, sino a la inversa; estoy seguro que estoy colaborando poco a poco y de manera invisible con una nueva forma de habitar; una nueva forma de curar al cuerpo de Cristo; a que ellos no pierdan del todo su belleza infantil que les fue borrada.
Hoy estamos en contexto de pandemia por COVID-19; y he escuchado muchas veces en estos días, que ojalá pase todo para volver a la normalidad. Me niego a volver a la normalidad, todo lo que está pasando hoy no es provocado solo por el coronavirus; sino es la evidencia que antes ya existían problemas serios en nuestra sociedad mundial; y esta enfermedad solo las ha hecho visibles. No es tiempo que todo vuelva a la normalidad, es tiempo de que lo hagamos bien. Y nosotros como cristianos, tenemos un rol relevante, que antes no fuimos capaces de asumir del todo, pero que ahora tenemos una nueva oportunidad y creo que podemos hacerlo.
Sanar la Iglesia, Sanar a la Humanidad, Sanar la Tierra; tres frases de una misma acción.
VIA: cmtpalau.cl