En el Evangelio de hoy (Marcos 10,17-30) nos encontramos con un hombre bueno, un joven que toda su vida había intentado vivir los mandatos del Señor, que se había esforzado y que acude a Jesús porque, muy dentro, presiente que hay algo más por dar, por vivir, por descubrir. Y con inocencia y buena voluntad pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Y Jesús le indica ese “algo más” que presentía: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.» Y sigue la lectura diciendo «A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.»
A este rico joven se le pide tener la sabiduría de elegir aquello que lleva a la vida eterna y no pudo, no supo, no quiso. Y es que la vida eterna no es algo que recibimos como una medalla de honores al final de la vida, sino que es el fruto de una serie de elecciones a lo largo de nuestra vida. En cada acto, cada situación, cada proyecto, cada circunstancia tenemos opciones y cuando elegimos nos acercamos o nos alejamos del camino que lleva a la vida con Dios por siempre. En esta vida, cada vez que elegimos a Cristo y su camino, estamos saboreando la vida eterna. Si elijo amar en lugar de odiar, comprometerme con EL DOLOR DE los otros en lugar de mantenerme indiferente, perdonar en lugar de guardar rencor, pronunciar palabras de luz y no aquellas que siembran sombras, asumir el Evangelio más allá de mis perezas y cobardías… pues ya estamos en el camino de la vida eterna, ya estamos gozando de ella.
Además, no debemos olvidar que somos habitados por el Espíritu de Dios y por eso llevamos eternidad en nosotros; yo, que estoy escribiendo esto y tú que lo lees, somos eternos… no moriremos; hoy y acá estamos eligiendo como será ese “para siempre” después de la muerte”.
No nos engañemos. Cuando dejemos este mundo hermoso continuaremos viviendo lo que aquí comenzamos, no habrá sorpresas. Y tú y yo, hoy, sabemos exactamente las veces en que hemos dejado todo para seguir a Cristo y las otras en que, como el joven rico, hemos fruncido el ceño y nos hemos alejado porque Dios “pide demasiado” y no estamos listos.
Por eso es tan importante dejarnos tocar por la primera lectura (Sabiduría 7,7-11) y pedir la sabiduría de saber elegir, para vivir eligiendo bien:
“Preferí la sabiduría a toda otra riqueza […] La preferí a cetros y tronos
Todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro.
Me propuse tenerla por luz.
Porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
El joven rico no era malo ni mediocre, ni perezoso, al contrario, era alguien que se esforzaba por vivir de acuerdo a la ley del Señor, se interesaba por seguir creciendo y por eso va donde Jesús, pero… cunado el Señor le pidió un poco más que vivir sólo la ley… cuando le pidió ir a lo hondo, ir a lo profundo y ser más sabio que la sola ley, el joven no pudo, no supo… no quiso. No sabemos sus motivaciones, pero lo cierto es que eligió alejarse. Le faltó sabiduría para comprender lo que dejaba atrás…
Que las lecturas de este domingo, nos animen a preguntarnos por las elecciones que vamos haciendo cada día. ¿Somos hombres sabios? ¿Somos mujeres sabias?
Pidamos el don de saber elegir lo que perdura y dejar aquello que nos aleja y dispersa, porque no es mañana, ni el próximo año ni el día que morimos cuando se elige camino, es hoy y ahora.