La primera lectura de hoy (Nm 11,25-29) nos habla de profecía, es decir, del llamado a comunicar el mensaje de Dios al pueblo bajo la influencia del Espíritu; un llamado que no es para unos pocos privilegiados o iluminados sino para todo aquel que se deje conducir por el Espíritu y abra su ser para acoger aquella palabra de Dios que ha de ser pronunciada, que se deje conducir por aquel mensaje que ha de ser anunciado, que se deje tocar por aquella injusticia o infidelidad que ha de ser denunciada.
Dice Moisés: «¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu!»
Como Iglesia estamos viviendo un tiempo duro, difícil, triste. Frente a nuestros ojos y nuestros corazones creyentes contemplamos y sufrimos un panorama amargo, terrible, injusto, avergonzante, aberrante… Abusos en USA, Irlanda, Chile, Australia, Alemania, Canadá, Bélgica, Austria, Holanda, México, Ecuador, Colombia… No hay palabras para describirlo, no hay manera de entender lo que ha sucedido, simplemente nunca debió pasar ¡Nunca! Y podremos llorar mares de lágrimas, y hacer infinidad de reflexiones, agendar más y más reuniones y elaborar muchos documentos… y nada bastará, porque es grande el daño y terribles sus consecuencias.
Ciertamente es tiempo de hacer duelo por las inocencias muertas… por las historias lastimadas… por los creyentes heridos, por las vidas rotas y las confianzas quebradas; porque los abusos no han sido simples errores ni debilidades…ha brotado muerte de ellos. ¿Cómo no estremecerse entonces con las palabras del Evangelio de hoy “Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar”? (Marcos 9,38-43.45.47-48). También en los tiempos de Jesús hubo personas en posición de autoridad moral cuyas acciones y testimonios se alejaban del bien y cuyo pecado dañaba y escandalizaba. Y también en ese momento brotaba la tentación de negar, dificultar, prohibir a quienes no eran del grupo de los “especialistas, privilegiados o iluminados” el poder realizar un milagro, decir una palabra, hablar de Jesucristo.
En nuestros tiempos, hay personas no católicas que nos recuerdan que de la Iglesia se esperan actitudes y reacciones muy distintas a las que estamos viendo. Y para ellos vale lo que hoy dice Jesús en el Evangelio “nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Y agradecemos sus palabras, su interés, su deseo de que prime el bien.
En esta hora en que muchos estamos tristes, desconcertados, con rabia, asombrados, perplejos, y mucho más, nos preguntamos ¿Cómo podremos reparar tanto daño? La justicia hará lo que tiene que hacer, es cierto, pero, ¿eso a nosotros nos basta? Y la respuesta es no, no basta…o al menos no debería bastarnos… Una opción real por las víctimas pide de nosotros acciones concretas para que esto nunca vuelva repetirse; pide acogerlas, acompañarlas, escucharlas, apoyarlas, a ellas/os y sus familias; pide que empaticemos con su dolor y tragedia, a veces arrastrada silenciosamente durante años… Una opción real por las víctimas supone que nuestras actitudes expresen la cercanía de Dios, con una presencia que, llena de ternura, traiga a sus vidas paz y fortaleza, una presencia y cercanía que ayude a reconstruir las confianzas.
Es tiempo de mirarnos en el espejo del Evangelio, de la persona y mensaje de Cristo y avanzar hacia su proyecto salvador. Es tiempo de tomar decisiones concretas, claras, evangélicas.
Quien más, quien menos, todos los miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, podemos y debemos hacer algo en relación a todos los tipos de abusos que como institución estamos descubriendo y sufriendo y, si bien es cierto no todos somos culpables de estos terribles hechos, si somos responsables de qué haremos con esta realidad que como seguidores de Cristo nos está tocando vivir. ¿Qué puedo hacer yo para que esta Iglesia, a quien amo y de la cual soy parte constituyente, sea más santa, menos pecadora y corrupta? ¿Cuál será mi aporte para que al interior de esta Iglesia del siglo XXI prevalezcan la verdad, la luz, el bien, la santidad? ¿Qué haré yo para que en la Iglesia católica prevalezca Cristo?
Es una realidad que en este tema de los abusos sexuales y de poder, no todos hemos roto la alianza con Dios y con nuestros hermanos, no todos hemos dañado el cuerpo de Cristo en sus miembros más débiles y vulnerables, como son los niños y jóvenes que se nos han confiado… Somos muchos los laicos, religiosos y sacerdotes que nos esforzamos cada día por vivir nuestra fe con coherencia, con santidad, verdad, queriendo ser hijos de la Luz, esforzándonos por ser mejores hermanos y hermanas, soñando con aportar a un mundo que se relacione desde la comunión y la fraternidad que nos enseñó Jesús, un mundo donde hayan paz, justicia y relaciones teñidas de humanidad porque el otro y la otra son mi hermano y mi hermana, porque tenemos un mismo Padre y en Cristo somos todos una sola y gran familia.
Nosotros, la gran masa de católicos no podemos quedarnos paralizados por el dolor o la vergüenza, hemos de asumir el desafío de encarnar un nuevo modo de ser y hacer Iglesia para que estos horrores no se repitan, es nuestra responsabilidad de hermanos y hermanas en Cristo facilitar la justicia, acompañar a las víctimas y santificar nuestras relaciones- en todos los sentidos; es nuestro desafío desterrar toda búsqueda de poder y devolver a la Iglesia Cuerpo de Cristo la santidad, la humildad, la pobreza, verdad, la pureza…
La Iglesia renacerá luminosa si en nuestras vidas y en el accionar de cada día hay luz y santidad; la Iglesia de Jesús renacerá evangélica si en mi familia, en mi comunidad parroquial, en mi movimiento eclesial, en mi congregación religiosa Cristo está al centro; ella resplandecerá si en nuestra manera de ser, de amar, de relacionarnos, de velar, de cuidarnos dejamos brillar la justicia, la verdad, la comunión, la fraternidad.
¿Cuál es la Iglesia que nuestra vida personal, comunitaria y eclesial puede profetizar a la humanidad del siglo XXII? Escuchemos a nuestro Señor; Él necesita que pronunciemos una palabra al mundo de hoy…necesita que nuestro ser profetas desde el bautismo sea algo real y comprometido. Cristo Iglesia necesita nuestra santidad para para sanar, purificar, reparar…
Manos a la obra… porque la Iglesia somos tu y yo.