En este domingo se nos brinda la oportunidad de contemplar nuestra vida y reconocer todas las bendiciones que hemos recibido…la vida, la fe, la familia, la creación, personas que nos aman y a quienes amamos, personas que han tenido gestos de humanidad hacia nosotros, que se ocupan de nosotros, personas a quienes podemos ayudar; tenemos una historia, un trabajo, posibilidades de tantas cosas, libertad.
Desde pequeños y hasta ahora Dios ha estado presente, su amor nos ha rodeado, incluso en aquellos momentos más duros, difíciles y oscuros en que parecía ausente, allí estaba… cercano, silencioso, sosteniéndonos, confortándonos.
Desde que nos pensó en su corazón, ya antes de crearnos, Él tuvo un plan para nosotros; y con nosotros un plan para el mundo, para el pedazo de historia que nos toca vivir. En nosotros, como en la viña de la que habla la primera lectura, luego de darnos todo lo que necesitamos, Él puso su amor y su confianza (Is 5,1-5).
Yo, tú y todos, somos su viña amada, esa de la que el profeta Isaías en la primera lectura dice “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó quitando las piedras y plantó cepas escogidas. En medio de ella construyó una torre y también cavó un lagar. El esperaba que diera uvas”.
El esperaba… confiaba. Dios siempre confía en esas posibilidades que nos regaló, porque sabe que podemos más, sabe que podemos vivir mejor y actuar de mejor manera. Lo sabe, por eso espera…y espera…¨porque nos ha dado todo, porque nos ha preparado y cuidado para que demos uvas, y en su amor infinito y misericordioso confía y espera.
Pero nosotros llevamos dentro ese afán de adueñarnos de lo que es un don, un regalo gratuito de Dios y nos sentimos poseedores absolutos de nuestras vidas y capacidades, olvidando que somos y existimos gracias a Otro y a su amor. Y buscamos “liberarnos”, ser independientes y autónomos; buscamos adueñarnos de la viña que se nos encomendó (Mt 21,33-43) y nuestro corazón poco a poco se va alejando de Dios y nos pasa como en la viña del Evangelio: no queremos escuchar ni saber que Otro es el dueño, y somos capaces de las cosas más tristes y egoístas con tal de mantener la pobre mentira de sentirnos dueños.
Miremos nuestra vida, nuestra familia, nuestra sociedad… ¿Dónde nos están llevando la lejanía de Dios y las ambiciones? ¿Qué estamos haciendo con la viña del Señor, con el mundo que nos regaló? ¿No son acaso nuestras acciones, nuestras complicidades e indiferencias, nuestros silencios y comodidades los responsables de tantas uvas amargas y agraces? ¿No somos acaso nosotros como sociedad los responsables de tantas violencias y muertes?
Si lo que vemos toca nuestro corazón, si lo que contemplamos nos inquieta, preguntémonos: ¿Qué puedo hacer para cuidar mejor la viña del Señor, de mi Señor?
Con los dones que he recibido y que cada día se me siguen regalando ¿Qué puedo hacer para cantar en nombre de mi amigo (Dios) un canto de amor a su viña?
Pongámonos en acción. Dios confía en nosotros, Él sabe que podemos más, porque sabe cómo y para qué nos creó. Se trata sólo de dejar crecer esa uva dulce que llevamos dentro; se trata sólo de reconocer que en la viña de mi vida y de este mundo Él es el Señor.