Damos gracias a Dios por la vida y consagración de Hna Rosa. Hace 80 años hizo su profesión religiosa en Argentina, su país natal. Nació en Goya, Corrientes, República Argentina. Hizo su profesión religiosa en nuestra congregación de Carmelitas Misioneras Teresianas el 15 de julio de 1935. Estuvo destinada en varias comunidades de Argentina y Uruguay. El año 1961 fue destinada a Chile siendo una de las fundadoras de la congregación en este país en nuestra primera comunidad, el Hogar del Inmigrante en Santiago.
En estos 54 años en la delegación primero y luego en la Semiprovincia, Hna Rosa se ha caracterizado por su fidelidad al Señor. Hemos admirado su disponibilidad, su servicio dedicado, su testimonio de trabajo sencillo, callado y humilde, que generalmente la llevaba a olvidarse de cansancios, horarios, riesgos y tiempos. Los demás y sus necesidades eran su primera preocupación.
Quienes han vivido con ella la describen como una mujer “muy maternal, comprensiva, agradecida, rezadora , llena de caridad, acogedora con la gente que sufria y muy generosa”. Destacan también su alegría, sencillez y autenticidad. Hna Rosa además gustaba de la lectura, la repostería y también comer todo lo que fuera dulce.
Algo que siempre nos ha conmovido es su valoración, cariño y respeto al ministerio sacerdotal. Amó sus años de servicio en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago y somos testigos que tanto cariño sembrado es reconocido y agradecido por muchos sacerdotes que pasaron por este seminario.
El 25 de julio del año 2000, de manos del entonces Arzobispo de Santiago, Monseñor Francisco Javier Errázuriz, recibió el Premio Cruz del Apóstol Santiago, otorgado por la arquidiócesis de Santiago en reconocimiento a su servicio prestado a la Evangelización.
Destacamos también su capacidad de inculturización en Chile. Nos ha hecho bien ver cómo vibraba con las fiestas patrias y otras costumbres del país. Sin duda provenía de esa actitud de constante y profundo agradecimiento.
Hoy, a sus 100 años de vida, su presencia entre nosotras continúa siendo un estímulo a nuestra propia consagración en la vida religiosa. Más allá de las limitaciones propias de la edad, Hna Rosa conserva su alegría y el deseo de encontrarse con su Señor a diario en la comunión y la oración.
Alabamos y bendecimos a Dios por ella y pedimos que su testimonio nos ayude a ser mujeres fieles, profundas y entregadas.