Las tradiciones y costumbres son una manera de hacer presente lo que ocurrió o lo que se acostumbraba hacer en tiempos pasados. Son los hechos u obras que se transmiten de una generación a otra de forma oral o escrita. La palabra tradición viene del latín “traditio” que viene del verbo “tradere” que significa entregar. Se podría decir que tradición es lo que nuestros antepasados nos han entregado.
En el caso de la Navidad, lo más importante de las tradiciones y costumbres no es sólo el aspecto exterior sino su significado interior. Se debe conocer por qué y para qué se llevan a cabo las tradiciones y costumbres para así poder vivirlas intensamente. Este es un modo de evangelizar.
Existen muchas tradiciones y costumbres tanto del Adviento como de la Navidad, las cuales nos ayudan a vivir el espíritu navideño; sin embargo, debemos recordar que este espíritu se encuentra en la meditación del misterio que se celebra.
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Las tres misas que señalan para esta fecha el Misal de Gelasio y el Gregoriano, y éstas con un martirologio especial y sublime, y con la dispensa, si fuera necesaria, de la abstinencia, todavía hoy son guardadas. Si bien Roma señala sólo tres Misas para la Navidad, Ildefonso, un Obispo español en el 845, alude a una triple Misa en Navidad: Pascua, Pentecostés, y la Transfiguración. Estas Misas, de medianoche, al alba, e in die, están místicamente relacionadas con la distribución judía y cristiana, o al triple “nacimiento” de Cristo: en la Eternidad, en el Tiempo, y en el Alma. Los colores litúrgicos variaban: negro, blanco, rojo; y el Gloria era sólo entonado al principio de la primera Misa de ese día.
En el año 1223 San Francisco de Asís dio origen a los pesebres o nacimientos que actualmente conocemos, popularizando entre los laicos una costumbre que hasta ese momento era del clero, haciéndola extra-litúrgica y popular. La presencia del buey y del burro se debe a una errónea interpretación de Isaías 1, 3 y de Habacuc 3, 2 (versión “Itala”), aunque aparecen en el magnífico “Pesebre” del siglo cuarto, descubierto en las catacumbas de San Sebastián en el año 1877.
Los primeros villancicos que se conocen fueron compuestos por los evangelizadores en el siglo V con la finalidad de llevar la Buena Nueva a los aldeanos y campesinos que no sabían leer. Sus letras hablaban en lenguaje popular sobre el misterio de la encarnación y estaban inspirados en la liturgia de la Navidad. Se llamaban “villanus” al aldeano y con el tiempo el nombre cambió a “villancicos”. Éstos hablan en un tono sensible e ingenioso de los sentimientos de la Virgen María y de los pastores ante el Nacimiento de Cristo. En el siglo XIII se extienden por todo el mundo junto con los nacimientos de San Francisco de Asís. El famoso “Stabat Mater Speciosa” es atribuido a Jacopone Todi (1230-1306); “Adeste Fideles” data del siglo decimoséptimo. Pero, éstos aires populares, e incluso palabras, deben de haber existido desde mucho tiempo antes de que fueran puesto por escrito. Los villancicos favorecen la participación en la liturgia de Adviento y de Navidad. Cantar villancicos es un modo de demostrar nuestra alegría y gratitud a Jesús y escucharlos durante el Adviento ayuda a la preparación del corazón para el acontecimiento de la Navidad.
La costumbre de enviar mensajes navideños se originó en las escuelas inglesas, donde se pedía a los estudiantes que escribieran algo que tuviera que ver con la temporada navideña antes de salir de vacaciones de invierno y lo enviaran por correo a su casa, con la finalidad de que enviaran a sus padres un mensaje de Navidad. En 1843, W.E. Dobson y Sir Henry Cole hicieron las primeras tarjetas de Navidad impresas, con la única intención de poner al alcance del pueblo inglés las obras de arte que representaban al Nacimiento de Jesús. En 1860, Thomas Nast, creador de la imagen de Santa Claus, organizó la primera venta masiva de tarjetas de Navidad en las que aparecía impresa la frase “Feliz Navidad”.
Los antiguos germanos creían que el mundo y todos los astros estaban sostenidos pendiendo de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el “dios Odín”, al que le rendían culto cada año, en el solsticio de invierno, cuando suponían que se renovaba la vida. La celebración de ese día consistía en adornar un árbol de encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a este árbol bailaban y cantaban adorando a su dios. Cuentan que San Bonifacio, evangelizador de Alemania, derribó el árbol que representaba al dios Odín, y en el mismo lugar plantó un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador. Esta costumbre se difundió por toda Europa en la Edad Media y con las conquistas y migraciones llegó a América. Poco a poco, la tradición fue evolucionando: se cambiaron las manzanas por esferas y las velas por focos que representan la alegría y la luz que Jesucristo trajo al mundo. Las esferas actualmente simbolizan las oraciones que hacemos durante el periodo de Adviento. Las esferas azules son oraciones de arrepentimiento, las plateadas de agradecimiento, las doradas de alabanza y las rojas de petición. Se acostumbra poner una estrella en la punta del pino que representa la fe que debe guiar nuestras vidas. También se suelen poner adornos de diversas figuras en el árbol de Navidad. Éstos representan las buenas acciones y sacrificios, los “regalos” que le daremos a Jesús en la Navidad. Para aprovechar la tradición: Adornar el árbol de Navidad a lo largo de todo el adviento, explicando a los niños el simbolismo. Los niños elaborarán sus propias esferas (24 a 28 dependiendo de los días que tenga el Adviento) con una oración o un propósito en cada una, y conforme pasen los días las irán colgando en el árbol de Navidad hasta el día del nacimiento de Jesús.
La imagen de Santa Claus, viejecito regordete y sonriente que trae regalos a los niños buenos el día de Navidad tuvo su origen en la historia de San Nicolás. Existen varias leyendas que hablan acerca de la vida de este santo: En cierta ocasión, el jefe de la guardia romana de aquella época, llamado Marco, quería vender como esclavo a un niño muy pequeño llamado Adrián y Nicolás se lo impidió. En otra ocasión, Marco quería apoderarse de unas jovencitas si su padre no le pagaba una deuda. Nicolás se enteró del problema y decidió ayudarlas. Tomó tres sacos llenos de oro y en la Noche de Navidad, en plena oscuridad, llegó hasta la casa y arrojó los sacos por la chimenea, salvando así a las muchachas. Marco, quien quería acabar con la fe cristiana, mandó quemar todas las iglesias y encarcelar a todos los cristianos que no quisieran renegar de su fe. Así fue como Nicolás fue capturado y encarcelado. Cuando el emperador Constantino se convirtió y mando liberar a todos los cristianos, Nicolás había envejecido. Cuando salió de la cárcel, tenía la barba crecida y blanca y llevaba sus ropajes rojos que lo distinguían como obispo; sin embargo, los largos años de cárcel no lograron quitarle su bondad y su buen humor. Los cristianos de Alemania tomaron la historia de los tres sacos de oro echados por la chimenea el día de Navidad y la imagen de Nicolás al salir de la cárcel, para entretejer la historia de Santa Claus, viejecito sonriente vestido de rojo, que entra por la chimenea el día de Navidad para dejar regalos a los niños buenos. El Nombre de Santa Claus viene de la evolución paulatina del nombre de San Nicolás: St. Nicklauss, St, Nick, St. Klauss, Santa Claus, Santa Clos.
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(Fuentes: www.aciprensa.com)