Orlando Carvallo, nacido en Providencia, pero oriundo de San Felipe de Aconcagua, ha vivido su vida entre Villa Alemana, Valparaíso y Santiago.
Desde su conversión a los 15 años a raíz de una misión urbana de la congregación del Verbo Encarnado en la ciudad de Quilpué, ingresó a la parroquia Nuestra Señora del Rosario donde participó de la comunidad Fe Juvenil, coordinó la pastoral parroquial y decanal, además de participar en la pastoral diocesana y nacional.
Posteriormente de ser expulsado de sus servicios, fue invitado a participar en la congregación de las CMT donde coordinó el Equipo de Espiritualidad, Equipo de Pastoral y Centro de Espiritualidad Palautiana de la extinta semiprovincia Virgen del Carmen de Chile.
En el año 2014 participa de un Seminario de Espiritualidad organizó por dicha provincia en la Cova del Pare Palau durante un mes, donde convive junto a otros laicos y hermanas chilenos como una comunidad de vida, experiencia que lo marca profundamente y lo anima a seguir profundizando en el carisma, en especial en relación a una relectura laica del carisma.
Desde el 2013, ingresa a trabajar a la reescolarización de jóvenes infractores de ley, en medio cerrado y medio libre, que experimenta como una llamada personal de la Iglesia a sanar la juventud llagada. Además desde el 2015 es miembro del Equipo General de Espiritualidad Palautiana de la congregación.
Actualmente cursa el Diplomado de Teología Espiritual en el IED, asociado al Teresianum; y es miembro de la comunidad de vida de Laicos Palautianos de Chile.
RESONANCIAS, SILBIDOS Y ECOS DEL CANTAR DE LOS CANTARES:
EN MIS RELACIONES DE FRANCESC PALAU
El Cantar de los Cantares o “Shir Hashirim”, es uno de los libros del antiguo testamento con más interpretaciones posible entre los libros sagrados, y esto se debe a que sus múltiples lecturas y puntos de análisis se acompañan con lo hermético del libro y la profunda mística que se encuentra en él; mística que como tal se abre y revela a quien posea un corazón sensible a la experiencia, más que al que quiera comprenderlo todo desde un aspecto puramente racional.
Lo cierto es que varios en la historia han podido sintonizar y entrar en dialogo con este texto; el cual ha abierto sus sellos a experiencias profundas de amor; ejemplo de esto son tanto Teresa de Jesús como Juan de la Cruz; y también Francesc Palau.
El “Shir Hashirim” es uno de los libros que compone el Antiguo Testamento cristiano y el Tanaj hebreo. Sobre su autor y datación, la tradición del pueblo de Israel ha buscado atribuirlo al rey Salomón, pero lo cierto que los arameísmos y vocablos griegos del texto, además de la forma de composición y léxico nos remiten a una composición mucho más tardía en la historia hebrea; alrededor del siglo IV A.C. Por otro lado, algunos autores actuales, basados en el protagonismo de la amada en el texto, han planteado incluso que su composición podría ser femenina y no masculina como siempre se ha asumido[1]. Su contenido se revela como una obra dramático-lírica compuesta por dos amantes; “Kalá” y “Dodí”. La historia de ambos no deja clara que relación tienen, solo que se aman, y lo hacen en paisajes paradisiacos, exóticos, frugales y maravillosos, lleno de lirismos y erotismo.
Todo el texto está lleno de lugares exuberantes; hay hasta un monte de mirra y una colina de incienso; oro y plata, perlas y zarcillos, joyas de Tarsis y diamantes. Madera preciosa del Líbano. Un jardín paradisíaco, donde acaricia la brisa perfumada, brilla la luna, se muestra la aurora, lo baña el rocío, todo huele a primavera, que anuncia la tórtola y sonríen las flores, adornan los lirios y perfumean las azucenas[2]. Este panorama idílico ha tenido diferentes interpretaciones; así lo afirma por ejemplo Secundino Castro en “Las Meditaciones sobre los Cantares; un camino evangélico”[3], en el cual plantea que por un lado algunos autores han interpretado estos componentes como parte de los dos amantes, es decir, la descripción de estos lugares y objetos corresponde exclusivamente a los amantes, no habiendo nada más aparte de ellos dos.
Sea cual sea el misterio o la verdadera motivación del autor o autora del texto, que quizás nunca podamos aprehender en su totalidad, lo cierto es que a lo largo de la historia se han ido analizando diferentes aproximaciones a su significado. El primero de ellos es el que plantea que es un texto lleno de laicismo, que no busca mas que ensalzar al amor y la pasión entre el Pastor y la Sulamita; y cuyo lenguaje busca expresar en las bellezas de la creación lo que sienten en las entrañas. En realidad, en todo el texto solo aparece el nombre de “Dios” solo una vez, cuando señala la “Salhebetyah”[4] o la “llama de Yahvéh”, algo muy extraño o inaudito para un libro sagrado[5]. Una segunda línea de interpretación, entre los que se encuentran los padres de la Iglesia, son los que han visto en todo esto un lenguaje alegórico, realizando una relectura testamentaria del texto[6], en cuya estructura han buscado calzar la historia total de la antigua alianza y la nueva alianza en los cantos allí descritos. Una tercera vía se ha abierto con posterioridad, una vía basada en la metáfora; intermedia si se quiere entre la literal y la alegórica. Esta última, entiende en lenguaje metafórico el amor de Dios y la humanidad como un símil de la relación esponsal humana, o del verbo y su Iglesia, sin que por esto cada hecho o situación expresada en el Cantar, implique un ejemplo concreto de la historia salvífica, sino como telón de fondo.
La espiritualidad que emana del Cantar, independiente de cuál de las tres líneas de interpretación escojamos, ha siempre calado hondo en los lectores, tanto en los antiguos hebreos como en nosotros hoy. Como ya dijimos, parece que este libro ha sido de especial sintonía con las experiencias místicas; Teresa de Jesús resonó con él tanto en su “Castillo Interior” como en sus “Meditaciones sobre el Cantar de los Cantares”, mientras que Juan de la Cruz se embebió de él en el “Cántico Espiritual”.
Francesc Palau, catalán, hermano y sacerdote carmelita descalzo, hijo espiritual de los dos anteriores, tampoco estuvo ajeno a la seducción del Cantar y encontró en él modelos, formas, palabras, alegorías y metáforas que le permitieron expresar lo que experimentaba, para lo cual no encontraba palabras, y también, como queremos presentar acá; la espiritualidad propia de estos poemas influyó en él para levantar una mirada específica en su espiritualidad particular, y el ejemplo claro de esto es su diario personal; “Mis Relaciones con la Iglesia”[7].
En “Mis Relaciones con la Iglesia” Palau plasma, tanto en el día a día de su escrito y los diferentes ciclos de retiro y soledad, sus coloquios con la divinidad. Estos coloquios poseen resonancias y ecos que encuentran asiento en el Cantar. De partida, la experiencia mística de 1860 en la catedral de Ciudadela (Baleares) en la cual Francesc comprende la unidad inseparable de Dios y los prójimos se le presenta en forma femenina, y descubriéndose desde siempre enamorado de ella, encuentra un modelo de donde asirse con fuerza para expresar lo que vive; el Cantar le entrega las herramientas para ello. Palau se convierte así en “el Amante” (Dodí) y “Dios y los Prójimos” en “la Amada” (Kalá).
Tras esta aclaración como marco referencial, cabe señalar la gran influencia de este texto bíblico como tal en el diario personal palautiano. La primera y más evidente, es la influencia literaria del Cantar en Palau; influencia que va desde el léxico hasta las figuras literarias usadas. La primera de ellas es la comparación analógica, que es muy usada en el Cantar, y no tanto en Mis Relaciones, sin embargo, los ecos y resonancias son absolutamente evidentes a quien se adentre en ambos textos y demuestran con evidencias la fuerte influencia sapiensal de uno en el otro, y la consciencia del místico catalán de hacer referencia al texto bíblico al escribir su cuaderno.
Cantar[8]
“¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente!
Paloma mía, en las grietas de la roca,
en escarpados escondrijos,
Muéstrame tu semblante,
déjame oír tu voz;
Mis Relaciones[9]
Soy indigno de ti. Tú eres,
paloma mía, infinitamente amable,
porque eres toda hermosa y toda bella. (…)
Habla, paloma mía, habla,
tu amante te escucha. ¿Quién eres tú?
Otras manifestaciones que nos parecen silbidos o sintonías entre ambos textos corresponden a la correlación de metáforas, perífrasis verbales, antítesis, onomatopeyas, anáforas y clímax. No profundizaremos en este ámbito, dado que no es el foco de este escrito el análisis literario de este texto sino su espiritualidad y resonancia entre los dos escritos protagonistas. Si hemos nombrado estos ejemplos es para denotar que, aunque el “Cantar” está escrito en versos y “Mis Relaciones” en prosa, ambos sintonizan incluso en términos de léxico y literatura.
Existe además otra profundidad mayor entre el Cantar de los Cantares y su influencia en Francesc Palau y se hace evidente al analizar los textos desde la estructura propia de los dramas descritos. Ambos textos giran en relación con el amor profundo y desmedido entre los amantes, demarcando el Cantar un derrotero en cuanto itinerario espiritual amoroso que parece hacerle mucho sentido a Palau para explicar todo lo que le pasa, y que necesita digerir y decantar. El Cantar se ordena en este sentido en cuatro grandes etapas: la Ausencia del Ser Amado, el Encuentro, los Desencuentros y la Entrega.
El primero de ellos, la “Ausencia del Ser Amado” se presenta desde los primeros versículos del texto bíblico:
“Indícame, amor de mi alma,
dónde apacientas el rebaño,
donde lo llevas a sestear a mediodía,
para que no ande yo como errante
tras los rebaños de tus compañeros”[10]
Lo anterior se corresponde también con los primeros párrafos de Mis Relaciones, donde Palau nos cuenta con sus palabras todo el proceso de búsqueda en torno a la “Cosa Amada”:
“Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con todas tus fuerzas… Y esta voz eficaz creó en él una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud. Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley de la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible. ¿Qué amaba yo? ¿Quién era la cosa amada?”[11]
En ambas etapas es claro la pasión de ambos personajes; aunque los protagonismos se invierten en cuanto a género; mientras en el “Cantar” la protagonista que busca al “Amado” es la “Amada”, en el texto palautiano es él quien la busca a ella. En este sentido Palau, lejos de identificarse con el género opuesto, usa su propia identidad de género masculina para realizar el camino de amor al que se siente llamado, y encuentra a la Iglesia como la figura femenina en quien desembocar su amor.
La segunda etapa es la más clara en ambos textos; las resonancias del “Cantar” siguen fuertemente el mismo orden en “Mis Relaciones”, como si este espejará al escrito bíblico, aun cuando hay una fuerte influencia intermedia de la mirada de Juan de la Cruz que enlaza ambos textos y a la vez los filtra. A pesar de esto, ambos escritores, el del Cantar y el de Mis Relaciones, logran tocarse directamente:
Cantar:
“La voz de mi amado!
Helo aquí que ya viene,
Saltando por los montes,
Brincando por los collados.
Semejante es mi amado a una gacela,
O un joven cervatillo.
Vedle ya que se para
Detrás de nuestra cerca,
Mira por las ventanas, atisba por las rejas.
Empieza a hablar mi amado,
Y me dice:
“Levántate, amada mía,
Hermosa mía, y vente.
Porque, mira, ha pasado ya el invierno,
Han cesado las lluvias y se han ido.”[12]
Mis Relaciones:
¡Iglesia santa! Veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía, porque tú te ocultabas bajo las sombras obscuras del enigma, de los tropos, de las metáforas y no podía yo verte sino bajo las especies de un ser para mí incomprensible; así te miraba y así te amaba. Eres tú, ¡oh Iglesia santa, mi cosa amada! ¡Eres tú el objeto único de mis amores! ¡Ah! puesto que tantos años hacía que yo penaba por ti, ¿por qué te cubrías y escondías a mi vista? ¡Oh, qué dicha la mía! Te he ya encontrado. Te amo, tú lo sabes (…). La pasión del amor que me devora hallará en ti su pábulo, porque eres tan bella como Dios”[13]
En ambos ejemplos es clara la alegría del encuentro, alegría que domina y transforma; si bien ambos textos resuenan el uno en el otro, el camino del “Cantar” va delineando una huella que parece seguir Palau, pues sintoniza perfectamente con el camino místico que ha experimentado.
Los “Desencuentros” corresponden a la tercera etapa, fragmento del camino del “Cantar” que muchas veces es obviado por algunos autores y exegetas, pero que, sin embargo, es de primordial importancia para entender no tan solo la ruta del amor de “Kalá y Dodí”, sino también, las etapas del camino místico espiritual que subyace al texto, que explica a su vez lo expuesto en “Mis Relaciones”:
Cantar:
“En mi lecho, por las noches, he buscado
Al amor de mi alma.
Busquéle y no le hallé.
Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad.
Por las calles y las plazas
Buscaré al amor de mi alma.
Busquéle y no le hallé”[14]
Mis Relaciones:
“Pensaba en la Iglesia, la invocaba la llamaba, la tenía no muy lejos y miraba su cabeza, ¡Buena preparación para predicar! ¿Quién eres tú, hija mía? ¿Quién eres? ¡Ay! cuanto más te miro, más nueva te veo, déjate ver.
Diciendo esto, vínome una duda: ¡eres loco! ¿Qué invocas? ¿A quién hablas? ¿Puede la Iglesia hablarte?”[15]
La etapa de los Desencuentros tiene un dramatismo importante dentro del lirismo del Cantar; pues la Amada, una vez transcurrido el primer encuentro pena por despertar en el lecho sin su Amado; idea que se expande en mis relaciones, donde Palau nos relata sus dudas sobre si la Iglesia lo ama, sus dudas sobre ser digno de este amor, sus ayes y lamentos llamando a la Iglesia que se presente y se quede con él. Y ella, la Amada/Amado; en ese juego de seducción de aparecer y desaparecer:
“Me levanté
Para abrir a mi amado,
Y mis manos destilaron mirra,
Mirra fluida mis dedos,
en el pestillo de la cerradura.
Abrí a mi amado,
Pero mi amado se había ido de largo.
El alma se me salió a su huida.
Le busqué y no le hallé,
Le llamé, y no me respondió”[16]
Situación que también experimenta Palau:
“La misma noche, al retirarme a mi cueva, vi a mi lado una sombra; y la sombra tenía una figura, y figuraba una realidad.
La figura era toda clarificada como la luz de la luna. Y la sombra me habló, y dijo:
– ¿Yo soy la que tú buscas y llamas?
– Ay, no puedo contentarme con figuras y sombras.
– Sí, es verdad –contestó– pero entre sombras, enigmas,
especies y figuras, viene figurada la realidad; y sin ellas no va ni puedes verla mientras tus ojos sean de carne mortal.
– ¡Mísera condición!
– Sí, confórmate.
– ¿Quién eres tú?
– Yo soy tu Amada.
– ¡Una sombra! ¿Una figura?
– Sí, la figura de tu Amada.
– ¿Sin realidad?
– ¿Crees en mí?
– Sí, creo en ti”[17]
La última estructura del Cantar, la Entrega, debemos entenderla en sí como el Matrimonio; la fructificación de la relación amorosa donde se vuelve esponsal. Esta etapa tiene un lugar especial en la obra palautiana, y es correlativa a las otras etapas, es decir, al igual que presentamos anteriormente, sigue el esquema en el mismo orden que se presenta en el Cantar.
El Matrimonio ya sea entre el Pastor y la Sulamita, el Amado y la Amada, Dios y el Pueblo Escogido, el Espíritu Santo y el Alma, Cristo y su Iglesia, Palau y la Cosa Amada, siempre se presenta como un nivel alto de amor, que siempre puede crecer muchos más; donde la entrega es mutua entre ambos:
“¿Quién es ésta que sube del desierto,
apoyada en su amado?
Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió la que te dio a luz.
Ponme cual sello sobre tu corazón,
como un sello en tu brazo.
Porque es fuerte el amor como la muerte”[18]
Así de fuerte, experimenta también el matrimonio espiritual Palau; un matrimonio particular, pues tiene como nota especial que no es solo con la divinidad, sino también con la Iglesia; que incluye sin posibilidad de separación también al ser humano:
“Llegada la hora de la solemnidad, llamé a la que me había dado la cita: ¡Oh la más pura, la más casta, la más bella, la más perfecta de las vírgenes, Iglesia santa! Ya estoy aquí solo, te espero. Ven, Amada mía, ven, te espera este miserable hijo de Adán que no puede ya vivir sin ti: ¡Ven!
No se hizo esperar mucho. Apenas la llamé se hizo sentir su presencia al fondo de mi alma. Su presencia todo lo vivifica, todo lo lava, todo lo glorifica y salva.
Presente la Esposa, «¿qué quieres de mí –me dijo– qué pides»?
– Te quiero a ti, te pido a ti, porque no puedo vivir fuera de ti.
– Puesto que me quieres y me pides a mí, yo, Hija única del eterno Padre, me doy a ti toda, con todo cuanto soy y me pertenezco: tuya soy, y tuya seré eternamente; yo soy y seré tu herencia. ¿Aceptas tal don?
– Sí, yo lo recibo, yo lo acepto: mía eres y mía serás”[19]
Así, tras realizar la comparación de ambos textos, sin agotarlos del todo por supuesto, quedan aún dos acentos relevantes a plantear. El primero de ellos, es lo que el amor provoca en el objeto del amor, es decir en el Amado, en el caso del Cantar, y en la Amada en el caso de Palau. En ambos, y tras el desposorio y consumación del matrimonio espiritual, es el objeto del amor quien logra ver a quién la busca y desea en todo su esplendor y belleza. Se trata de esa mirada que renueva y transforma, que devuelve la humanidad total a quien mira; que restaura:
“Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá,
encantadora, como Jeruralén,
imponente como batallones.
Retira de mí tus ojos,
Que me subyugan.
Tu melena cual rebaño de cabras
que ondulan por el monte Galaad. (…)
Única es mi paloma,
Mi perfecta.
Ella, la única de su madre,
La preferida de la que engendró”[20]
Francesc lo experimenta también, cuando luego de presentar continuamente sus dudas sobre la dignidad del amor que la Iglesia tiene para con él, por fin ella le despeja las dudas con la metáfora del espejo; dejándole claro que él es infinitamente bello, pues tiene dentro el reflejo de ella:
“Pues bien, mi presencia en ti por fe en mí produce mi propia imagen en ti, que eres el espejo. Esta imagen soy yo misma y eres tú: entre yo y mi imagen que eres tú no hay diferencia. Amando yo la imagen de mí misma que eres tú, me amo a mí; y siendo yo una belleza sumamente amable, lo es también mi figura, especie e imagen; y amando en ti lo que yo tengo y pongo de mío, amo lo infinitamente bello, amo cosa digna de amor”[21]
El otro punto, y con el cual espero concluir este escrito sobre las resonancias, silbidos y ecos del Cantar en Mis Relaciones, se refiere a que la experiencia palautiana rebasa la experiencia mística del texto bíblico; y la rebasa no en cuanto a profundidad, sino que en la experiencia palautiana existe un capítulo más aún por contar. Mientras en el Cantar los poemas se estructuran en cuatro etapas (Ausencia, Encuentro, Desencuentro y Entrega), Palau sigue el mismo esquema, pero una vez consumado el matrimonio, se produce en él y en su Cosa Amada una necesidad generativa; una fructificación particular que le permite estructurar una etapa más; la de la Maternidad-Paternidad:
“El amor en sus grados
1º – El amante y la cosa amada … amor
2º – El amigo y la amiga …………… amistad
3º – El esposo y la esposa ……….. desposorios
4º – El marido y la mujer ………….. matrimonio
5º – El padre y la mujer e hijos …. paternidad”[22]
Para el desarrollo de esta última etapa, Francesc se desprende del marco del Cantar, para volar ya en su experiencia a partir de otras referencias, y con menos modelos que antes. Es una etapa nueva que se presenta ante él, y que le permite vivir la paternidad sobre la Iglesia, Dios y los Prójimos unidos indisolublemente (gran aporte de Palau a la eclesiología), que ama.
Bibliografía
- Fernández, E. “Los Mitos y el Mito del Cantar de los Cantares”, en: Reseña Bíblica, n° 22, verano 1999, Ed. Verbo Divino – Asociación Bíblica Española, España, 1999.
- Ravasi, G. El Cantar de los Cantares, Ed. San Pablo, Madrid, 1993.
- Castro, S. “Las Meditaciones sobre los Cantares; un camino evangélico. Hacia las cumbres del amor por el Cantar de los Cantares”, en: Revista de Espiritualidad: Los Saberes Teresianos, n° 295 [en línea], abril-junio 2015. Disponible en: http://revistadeespiritualidad.com/
- Biblia de Jerusalén, edición española, Dir. José Ángel Ubieta, Desclee de Brouwer, Bilbao, España, 1975.
- Palau, F., “Mis Relaciones con la Iglesia”, en: Escritos, Coord. Eulogio Pacho, Ed. Monte Carmelo, Burgos, España, 1997.
[1] Vid. Fernández, E. “Los Mitos y el Mito del Cantar de los Cantares”, en: Reseña Bíblica, n° 22, verano 1999, Ed. Verbo Divino – Asociación Bíblica Española, España, 1999, pp. 62-63.
[2] Vid. Ravasi, G. El Cantar de los Cantares, Ed. San Pablo, Madrid, 1993, p. 45-48.
[3] Castro, S. “Las Meditaciones sobre los Cantares; un camino evangélico. Hacia las cumbres del amor por el Cantar de los Cantares”, en: Revista de Espiritualidad: Los Saberes Teresianos, n° 295 [en línea], abril-junio 2015. Disponible en: http://revistadeespiritualidad.com/
[4] “Ponme cual sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el Seol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahvéh”. (Ct. 8,6), en: Biblia de Jerusalén, edición española, Dir. José Ángel Ubieta, Desclee de Brouwer, Bilbao, España, 1975.
[5] Vid. Op. Cit. (Castro, S.), p. 166.
[6] Vid: Ibidem, p. 164.
[7] Palau, F., “Mis Relaciones con la Iglesia”, en: Escritos, Coord. Eulogio Pacho, Ed. Monte Carmelo, Burgos, España, 1997.
[8] Ct. 2, 13-14a. Op. Cit. (Biblia), p. 915.
[9] MR. 850, 36. 962, 2. Op. Cit. (Palau), p. 850. 962.
[10] Ct. 1, 7. Op. Cit. (Biblia), p. 913.
[11] MR. 719, 2. Op. Cit (Palau), p. 719.
[12] Ct. 2, 8-11. Op. Cit. (Biblia), p. 915.
[13] MR. 722, 1-2. Op. Cit (Palau), p. 722.
[14] Ct. 3, 1-2. Op. Cit. (Biblia), p. 916.
[15] MR. 724, 1. Op. Cit (Palau), p. 724.
[16] Ct. 5, 5-6. Op. Cit. (Biblia), p. 919.
[17] MR. 735, 10. Op. Cit (Palau), p. 735.
[18] Ct. 8, 5-6. Op. Cit. (Biblia), p. 923.
[19] MR. 753, 6. Op. Cit (Palau), p. 753.
[20] Ct. 6, 8-9. Op. Cit. (Biblia), p. 921.
[21] MR. 957, Op. Cit (Palau), p. 957.
[22] MR. 906. Cap. 15. Ibidem, p. 906.