El 8 de septiembre se cumplió 30 años del Silencio de María Soledad Morales. En este marco su compañera Rosana (Roly) Medina nos compartió su testimonio:
Escribí lo siguiente cuando se cumplieron 25 años de su ausencia, hoy lo vuelvo a compartir, con el mismo sentimiento, el mismo dolor.
En una cálida mañana de Marzo de 1990, comenzaban las clases, y en el patio central, con su mejor sonrisa, la hermana Martha Pelloni, CMT; nos deseaba éxitos y auguraba especialmente a la promoción 90′, un año inolvidable. Y no se equivocaba… Ese iba a ser un año imposible de olvidar, tanto así, que marcaría para siempre a nuestro 5 Año “A”.
30 años han pasado, cierro los ojos, y los recuerdos vuelven a mí… Soledad, nuestra amada Soledad, con la frescura de los 17 años, con tanta vida en sus ojos, en sus gestos, pero sobre todo en su risa. Un ser bondadoso, sin egoísmos, ni mezquindades humanas. Trato de recordarla con la misma alegría que ella regalaba, pero las lágrimas traicionan.
Compañera, amiga, esperaba todo de la vida, se imaginaba dentro de 10 años y se veía con hijos, casada, feliz. Soñaba despierta. Pero un día, el odio de los hombres arrebató su vida despiadadamente. ¡Esa última noche estaba tan linda y feliz! No sabíamos que esa sería la última vez que estaríamos todas juntas.
Fue ese triste lunes de septiembre, al regresar al aula, cuando nos dieron la noticia más dolorosa: la de su partida. Aquella aula que se iluminaba con nuestras risas, en ese instante se cubrió de negro, se llenó de gritos, llantos y el eco de solo dos palabras: “No Dios”!!!!!
Nuestro mundo se hacía pedazos y nosotras con él. La muerte nos preparó una trampa y se burló de nosotras llevándose a Sole. La pesadilla acababa de comenzar…
Ahora teníamos que luchar para que su muerte no fuera en vano. Su muerte debía enseñarnos a valorar la vida, la amistad, a cultivar la paz, el amor, el perdón, desterrando así el odio y el desprecio por la vida.
Sacamos fuerzas del dolor, sacamos esperanzas del llanto, sacamos valor del temor. Y decidimos salir a la calle, en busca de justicia para un Ángel, en un laberinto de dinero, poder y tinieblas, pero con la Fe intacta en Dios, quien nos guiaría hasta la luz de la verdad.
Y fue así que marchamos sumidas en el silencio del dolor. Un silencio que aturdía y hería.
María Soledad dejó de ser solo nuestra, para ser de todo un pueblo, que a pesar de no haberla conocido, la amó y salió conmovido a reclamar justicia.
El tiempo pasó, las agujas del reloj corrieron sin piedad, pero no pasó el dolor, el vacío, la soledad…
Los que la conocimos y amamos seguiremos honrando su memoria, aunque la tristeza de no tenerla hoy nos desgarra el alma. Fuimos adolescentes que vimos unidas nuestras vidas por un lazo de amor y dolor. Adolescentes que en el acto de graduación solo estábamos 33, porque la bestialidad humana truncó la vida de Soledad. ¡Sus sueños, sus ilusiones, su vida, volaron alto, tan alto que se elevaron al cielo para permanecer allí para siempre!
Pasaron los años y jamás pudimos olvidar su risa, sus enojos, sus lágrimas, su hermosa amistad. Ella vive en nosotros, porque los seres que amamos nunca nos dejan, ¡¡¡viven en nosotros para siempre!!!
Rosana Medina.