IMPACIENCIA POR LOS “DESPOSORIOS”
La etapa previa a entrar a la clausura, por una parte, muestra en sus escritos un amor incondicional y, a la vez, una “impaciencia” por lograr la unión íntima con Dios, semejante a la propia de su niñez por recibir la comunión:
“Entre tanto, qué siglos son los años que se esperan para darle el dulcísimo nombre de Esposo. Qué tristes días de destierro. Pero Él está junto a mí y me dice muy seguido: «Amiga muy querida» […] ¡Ah!, ¿dónde será el lugar donde celebremos nuestros desposorios y el lugar donde viviremos unidos? Me ha dicho el Carmen”
A ello añade detalles propios de su oración unitiva con la Divinidad que la desaniman y atemorizan sobre el porvenir:
“[…] cada vez que quiero mirarlo más de cerca, parece que Él lo cubre todo con un velo para que nada vea, y sin esperanza me retiro triste y desolada. Veo que mi cuerpo no resistirá y todos los que están al cabo me repiten: es muy austera esa Orden y tú eres muy delicada”
Asimismo apunta cómo se le manifiestan paralelamente señales auspiciosas para su futuro:
“[…] Cuando salí a la casa por el día, me encontré que la Madre Superiora del Carmen, sin conocerme, me había enviado un retrato de Teresita del Niño Jesús, con mi mamá; lo que me ha proporcionado mucho gusto. Me encomendaré a Teresita para que me sane y pueda ser Carmelita. Pero no quiero sino que se cumpla la voluntad de Dios. El sabe mejor lo que me conviene. ¡Oh, Jesús, te amo; te adoro con toda mi alma!”
Por otra parte, Juanita va dando paulatinamente pasos, tanto espirituales como terrenales para llegar a su ansiado destino. Uno de ellos es el voto de castidad, comprometiéndose definitivamente:
“Hoy, ocho de diciembre de 1915, de edad de quince años, hago el voto delante de la Sma. Trinidad y en presencia de la Virgen María y de todos los santos del Cielo, de no admitir otro Esposo sino a mi Señor Jesucristo, a quien amo de todo corazón y a quien quiero servir hasta el último momento de mi vida. Hecho por la novena de la Inmaculada para ser renovado con el permiso de mi confesor”
Luego de este compromiso vital, la vocación religiosa y específicamente la posibilidad de ser carmelita, pasa a ser el leitmotiv de sus escritos, llevándola a afirmar por ejemplo: “El porvenir no se me ha revelado; pero Jesús me ha descorrido la cortina y he divisado las hermosas playas del Carmelo”.
A partir de 1917, Juanita más cerca del Carmelo, comienza a nutrirse con mayor intensidad del espíritu de la Orden. Sus escritos que ya evidenciaban el amor esponsal por su radical decisión al matrimonio místico en la vida oculta “tras las rejas del Carmelo”, son fruto ahora de un alma más instruida y entregada. La lectura de Santa Teresa de Jesús y de Isabel de la Trinidad la empapan y la invitan a hacer oración según su escuela:
“He leído en la Vida de Santa Teresa qué recomienda esta Santa para aquellos que principian a tener oración. Entonces, que al principiar a tener oración, figurarse el alma como un huerto que está lleno de hierbas y árboles dañinos y todo muy seco. Entonces, que al principiar a tener oración, el Señor pone en él plantas hermosas y que nosotras debemos cuidar de ellas para que no se sequen. Para esto, siempre los que principian tienen que sacar agua del pozo, que cuesta, pues son las dificultades con que cada uno tropieza al comenzar la oración”
Lo más probable es que haya conocido desde antes la obra de Santa Teresa, pues son muchas las escenas que ha descrito con antelación a esta fecha en que su forma de contemplar la humanidad de Cristo recuerdan las propias de la santa abulense. Por ejemplo, al manifestarle a Rebeca “el secreto de su vocación”, muestra cómo se ha dejado empapar por la Pasión de Jesús5: “Él viene con una Cruz, y sobre ella está escrita una sola palabra que conmueve mi corazón hasta sus más íntimas fibras: «Amor». ¡oh, qué bello se ve con su túnica de sangre! Esa sangre vale para mí más que las joyas y los diamantes de toda la tierra”.
En el caso de la carmelita francesa, Juanita se siente interpretada por ella dada la similitud de sus almas, como ya apuntáramos, y a partir de su lectura, una vez más, idealiza su futuro en la clausura: “Desde entonces he comprendido que el Carmen es un cachito de cielo y que a ese Monte santo me llamaba el Señor”.
Días antes de cumplir los 17 años, un nuevo hito marca la biografía de Juanita. Pasa a formar parte de las Hija de María del colegio del Sagrado Corazón, con lo cual se siente más unida a Cristo:
“15 de junio 1917. No solo soy Esposa de Jesús, sino que hoy me unido más a Él. Soy [su] hermana. Soy Hija de María. Desde hoy, como las princesas que las llevan al palacio del prometido para ser formadas como él, ahora también voy a entrar a mi alma, la casa de Dios. Allí me espera mi Madre y mi Jesús. ¡oh, cuánto le amo!”
Las Hijas de María constituían una minoría selecta dentro del colegio. En sus filas, esta asociación debía tener a mujeres que representaran al ideal de alumna del Sagrado Corazón. Dirigidas por un sacerdote y con un reglamento concreto, al volver al mundo conservaban esta dignidad y seguían agrupadas bajo el título de “Hijas de María de afuera”. Además de ser una forma de mantener el vínculo entre el colegio y sus antiguas alumnas, era la prueba de que la formación recibida no terminaba al salir del pensionado, sino que permanecía de por vida en sus almas. Tenían símbolos y ritos propios como la “resolución de fidelidad a sus ejercicios de piedad” y la medalla —la misma en todo el mundo—, “signo de su devoción a María”.
Al formar parte de esta congregación, Juanita se compromete a una serie de prácticas de piedad y un apostolado concreto de ayuda al prójimo, clave en su espiritualidad que no se encierra en sí misma, sino que sale en búsqueda del más necesitado, incluso con la visita de los pobres en sus propios domicilios para reconfortarlos moral y materialmente.
Al mes siguiente de consagrarse como Hija de María, estando enferma, profundiza su lectura de Isabel de la Trinidad. Tiempo atrás ya la ha cautivado con su propuesta al Señor de hacer “de su alma su casita”, pero ahora se propone imitarla para “vivir con Jesús en lo íntimo de mi alma”. La beata francesa inspira a Juanita a “vivir una vida de cielo […] entregándome a Él sin reserva. Viviendo en una comunión íntima con el Esposo de mi alma”.
Continúan sus diálogos con Cristo teniendo siempre una mención a su relación de esposos: “Anoche, una hora con Jesús […]. Me dijo que me quería virgen, sin que ninguna criatura me tocara, pues debía ser toda para Él. Me apoyó sobre su Corazón”.
El año 1918 está marcado tanto por dos pruebas para Juanita. En el campo espiritual, es invadida por la sequedad, el abandono y las tinieblas. Por otra parte, en la vida cotidiana, la partida del colegio anticipadamente para hacerse cargo del hogar debido a los quehaceres de su madre por el matrimonio de Lucía y por las salidas que debe hacer a visitar a su marido, que trabaja unas tierras alejadas de Santiago, en San Javier. En los momentos de mayor tristeza, Juanita acude a la Virgen María.
Como alumna del Sagrado Corazón Juanita ha sido especialmente preparada para enfrentar el mundo, dados los riesgos que presentaba en todo sentido, mas ella siente más tristeza que temor y se prepara a su verdadera separación del mundo.
(Fragmento Adaptado de: Alexandrine de La Taille-Trétinville, El amor esponsal en santa Teresa de Los Andes, Teología y Vida, vol. 56 no.3 Santiago ago. 2015)