La Hna. Aleksandra Nawrocka, polaca, actualmente en Filipinas, se refiere a la necesidad de dignidad y lucha contra el racismo a partir de asesinato de George Floyd en Minneapolis, y de otro caso de discriminación ética paralelo en Filipinas, del cual ella fue testigo. Y nos muestra con mirada palautiana cómo abordar el tema desde la delegación de Asia.

CUANDO INJUSTICIAS SE VUELVEN CULTURA

El 25 de mayo del 2020 varias personas en Minneapolis fueron testigos del arresto y muerte de George Floyd, un hombre negro. En el video que fue colgado en los medios de comunicación, se puede ver cómo los cuatro policías, de una u otra forma, participan en la violencia que resultó en la muerte de George. Se puede escuchar cómo varias veces George decía que no podía respirar. Se le ve apagándose, hasta perder conciencia y ser declarado muerto antes de llegar al hospital.

El mismo día, una chica joven de 17 años en una montaña lejana de la provincia de Bukidnon en Filipinas estaba llorando. Era estudiante del bachillerato, le quedaba tan sólo un año para acabar la escuela. Tenía planes de hacer el curso profesional de cuidadora para poder encontrar un trabajo digno y ayudar a su familia en situación de extrema pobreza. Pero este día, todos sus planes fueron truncados. Los mayores de su tribu y su familia decidieron, que la chica tenía que casarse dentro de unas semanas. Si decía que no, sería una falta grande y la familia tendría que pagar a la familia de su futuro esposo por la vergüenza a la que fueron expuestos. La vida de la chica se va apagando, restringida al futuro incierto de vida en pobreza y trabajo en el campo.

Por qué pongo esas dos historias, que ocurrieron a miles de kilómetros de distancia, juntas? Se dice que el amor no entiende de colores ni fronteras. Tampoco el odio y la injusticia. En el 1963 Martin Luther King pronunció su famoso discurso “Tengo un sueño…” Hoy, después de más de cincuenta años, podríamos repetir sus palabras: “nuestra vida sigue mutilada por las esposas de segregación y las cadenas de discriminación; … seguimos viviendo en la solitaria isla de la pobreza en medio del vasto océano de la prosperidad material; …seguimos languideciendo en las esquinas de la sociedad encontrándonos exiliados en nuestra propia tierra”. Lo que pasó hace tantos años, se vuelve a repetir de nuevo en América, Filipinas, y tantos otros lugares de la tierra. ¿Por qué es así? Porque hemos permitido que, de alguna manera, la injusticia se vuelva parte de la cultura. De nuestra cultura, en la que crecemos, la que respetamos, en la que educamos a nuestros hijos e hijas. Seguimos viviendo en un mundo (y, desgraciadamente, una Iglesia) donde unos pocos tienen el poder sobre otros muchos, sólo por la razón de haber nacido en una situación considerada más privilegiada. Las sociedades modernas en su mayoría parten de los principios de la Revolución Francesa (libertad – igualdad – fraternidad), pero a una le da la impresión de que seguimos bastante lejos de hacer esos ideales nuestra realidad de cada día (¡y ya van más de dos siglos!). Y no sólo en lo referente al tema del racismo o tradiciones de las tribus nativas. Vivimos en el mundo donde la mujer no tiene igual derecho que el hombre; donde una persona negra/amarilla/homosexual es discriminada sin haber hecho nada malo; donde un hombre negro es brutalmente asesinado a plena luz del día; donde una chica de la tribu vive una vida que ella no escogió para sí misma. Sentíos libres para continuar la lista.

Y llega un momento cuando a la fuerza uno tiene que preguntarse: “¿y qué hago yo? ¿hay alguna opción, alguna alternativa?” Pues sí, alternativas hay, y muchas y variadas.

  1. “El mundo y sus cosas es indigno de ocupar lugar y sitio en el templo de tu alma. Mírale de lo alto de tu meditación y mírale nada más que para ordenar según Dios tus relaciones y comunicaciones indispensables con él.  En esa cuestión no alterques con él, no te defiendas; calla, ora y medita, ten de él compasión (…) Calla, huye discusiones y altercados con el mundo, porque esto sería descender de lo alto de las peñas para luchar a fuerza de brazos contra las olas del mar” (Carta 40,3-4). ¿Quiere decir que simplemente hay que dejar el mundo estar, sin preocuparse ni meterse en su barro? ¡Desde luego que no! Uno tiene que ser consciente que con lo que lucha no es algo (o alguien) que se pueda vencer fácilmente, “a fuerza de brazos”. La violencia y la injusticia son todo un sistema, contra el cuál muchos ya lucharon y perecieron, sin que nada cambie. Si uno en su lucha no se enraíza fuertemente en Dios, es muy fácil sucumbir a las fuerzas de frustración y desánimo. Si uno no está luchando desde Dios, muy pronto en su corazón nacerá el odio, porque no sabrá tener compasión del mundo (sí, de esos cuatro policías que mataron a George, y de esos mayores de la tribu que deciden sobre la vida de aquella chica joven). Los asuntos de tan grande importancia hay que tratarlas primero con Dios, “luchar con Dios” por su cumplimiento.
  2. “¿Tenemos fe? Pues adelante; marchemos, progresemos; se han de ligar con esta virtud la esperanza y el amor de Dios y de los prójimos. Marchemos siempre, siempre adelante, hasta llegar a ser semejanza e imagen de Dios; adelante siempre (…) ¡Adelante la obra de Dios! ¡Somos católicos! Bien, tenemos la fe; hemos dado el primer paso; continuemos y, para conducir la obra de Dios en el individuo y la obra de Dios en el cuerpo social a su última perfección, ¡cuánto tiene que trabajar la predicación! Ella principió; ella ha de continuar hasta el fin” (EVV 1,3). ¡Manos a la obra! Si queremos un mundo mejor, hay que remangarse y ensuciarse con él. Si queremos una sociedad más perfecta, no nos podemos quedar quietos, pero trabajar en su construcción. Me alegró la reacción de las personas que vieron el arresto de George, porque intentaron intervenir. En este momento, miles de personas protestan y hacen oír su voz. Esa es la predicación moderna que debe continuar. Pero hay que predicar también con nuestras obras, no sólo con palabras. Empezando por las pequeñas sociedades donde vivimos: nuestras familias, comunidades, centros educativos y de atención, parroquias etc. Que sean espacios donde reine la justicia, y no la persona en autoridad; donde se oigan los sueños de todos, no sólo de los superiores o curas; donde los niños y jóvenes aprendan a convivir sin dividirse a los pobres y ricos; donde todos podamos respirar y no ahogarnos en un ambiente lleno de prejuicios y desigualdades.
  3. “… Ofrécete a cuidarle [al Cuerpo llagado de Cristo] y prestarle aquellos servicios que estén en tu mano” (Carta 42,2) No nos engañemos, cambiar el sistema o la cultura no es fácil. Es posible que nunca lo logremos. Pero eso no puede ser una excusa para dejar de hacer lo que está en nuestras manos. Gracias a las personas comprometidas, la joven de la tribu podrá continuar su educación, aunque eso signifique romper unas cuantas reglas del Centro que la acoge (y seguro no les gustará a los mayores de la tribu). Ojalá la muerte de George no sea en vano, sino que sea el origen de un cambio real. Hay poder de cambio en nuestras manos, mucho mayor de lo que imaginamos. Pero el cambio tiene su precio, porque a veces hay que sacrificar más de lo que esperamos.

En la mitología clásica hay un mito que cuenta la historia de Sísifo. Por haberse rebelado contra Zeus, Sísifo fue castigado con tener que empujar una piedra enorme hasta la cima del monte. Cada vez que ya estaba cerca, la piedra caía, y Sísifo tenía que empezar de nuevo. Esa historia representa muchos de nuestros esfuerzos por construir un mundo más justo e igual. Con todas nuestras fuerzas empujamos, pero muchas veces damos con una pared inamovible. La golpeamos una y otra vez, aunque nada parece afectarla. Sin embargo, seguimos empujando. No por el castigo, sino porque, como Martin Luther King, tenemos un sueño. Yo sueño con un mundo donde las jóvenes puedan decidir por su futuro, puedan recibir la educación que quieran, tengan alternativas en la vida. ¿Cuál es tu sueño?

VIA: cmtpalau.org