Compartimos con ustedes la relfexión del P. José Luís Caravias, reconocido por sus libros de espiritualidad, de origen español, quien desempeña actualmente su servicio en el departamento de Misiones (Paraguay), acerca De Dios y esta pandemia que enfrentamos:
EL DIOS DE JESÚS NO CASTIGA CON PANDEMIAS
En estos días diversos llamados “cristianos” insisten en que esta epidemia que sufrimos la humanidad es un castigo de Dios. Y para demostrarlo aportan cantidad de citas bíblicas, casi todas del Antiguo Testamento. Ciertamente son citas auténticas, pero hay que saber mirarlas desde Jesús, dentro del proceso de revelación progresiva.
Dios es infinito, siempre mayor, muy superior a nosotros. Quiso crear este Universo maravilloso, en el que dejó plasmadas las huellas de sus dedos. Un mundo material casi infinito, en continua expansión, movido por poderosísimas energías, reflejo de su poder divino. Creó luego seres vivos, en maravillosa variedad en creciente evolución, movidos por instintos. Y finalmente creó a seres inteligentes, capaces de conocer y amar.
A partir de ahí comienza un hermoso proceso en el que Dios se va manifestando poco a poco a los seres humanos, según sus pobres entendederas. Los humanos comienzan a creer que hay un poder superior, del que dependen. Esta fe inicial se adapta y crece dentro de la cultura de cada época. Primero confunden a Dios con las fuerzas incontrolables de la Naturaleza. Esas energías, para ellos, son dioses, a los que hay que tener contentos para que no castiguen.
Cuando se van organizando un poco más, su modelo de Dios son sus “señores”, poderosos, dictatoriales, caprichosos, a los que hay que tener siempre contentos con cantidad de servicios y obsequios, pues necesitan su benevolencia para seguir viviendo.
Poco a poco, en larguísimo proceso, su fe se va purificando, hasta descubrir en Israel que hay un solo Dios. Este pueblo es el elegido para experimentar la presencia activa del Dios único. Pero Dios nunca lo da todo de un tirón, pues no le entenderíamos. Se manifiesta poco a poco, según las capacidades de sus creyentes
Es fascinante descubrir el proceso de entrega que realiza Dios con Israel. Lo tengo relatado en un libro que titulé “De Abraham a Jesús” (PPC, Madrid 2016). Se va viendo el proceso maravilloso de pedagogía de Dios, que se va dando a conocer poco a poco. Dios no quema etapas. Hay que asimilar cada experiencia para poder seguir a la siguiente. Primero le llaman “el Dios de Abraham”, el fiel cumplidor de sus promesas. Más tarde es el Dios de los profetas, denunciadores de los falsos rostros de Dios. Cada personaje bíblico da un nuevo paso de acercamiento a Dios.
Tardan en comprender que Dios es amor. Por varios siglos se insiste en el respeto y la obediencia. En los Mandamientos del Sinaí no sale la palabra amor. Se trata de “respeto” entre las personas y la sociedad.
En el Deuteronomio se mantiene la fórmula del Éxodo de “no tendrás otros dioses delante de mí” (Deut 5,7), pero a continuación se abre el panorama pidiendo “amar a Dios con todo el corazón” (Deut 6,5). El Deuteronomio, maravilloso tratado de Teología, es un hito muy importante en el proceso de revelación que Dios realiza con su pueblo escogido para manifestar su identidad.
Recién en el siglo 8° aC, con la experiencia de Oseas, se manifiesta Dios como amor misericordioso, capaz de perdonar y regenerar las traiciones de su pueblo. Especial destaque tienen algunos salmos y las experiencias del segundo y tercer Isaías.
Sí, la Biblia nos muestra diversas imágenes de Dios, que no son contradictorias sino complementarias, fruto del proceso de revelación. No somos capaces de entender de un golpe quién es Dios. Por eso, con humildad, hemos de ir asimilando lentamente lo que él pretende manifestarnos de sí mismo.
Poco a poco va disminuyendo la creencia en Dios castigador, y crece la del perdón regenerador y la del acompañamiento sanador. Hasta llegar a Jesús, en el que no encontramos la menor indicación de que las desgracias son castigo de Dios. Para Jesús Dios es amor puro, solidaridad absoluta con todo sufriente. Castiga amando, regenerando. Él cumple el dicho pulular de: Donde no hay amor, pon amor, y encontrarás amor. Ésta parece ser su actitud.
Acá hay un tema largo, muy importante, pero no es para desarrollarlo en un simple artículo. Hay que estudiarlo y orarlo muchísimo, muy en serio. Remito a mi libro. Me temo que los entusiastas actuales en afirmar que esta pandemia es castigo de Dios no han llegado a encontrarse aun con Jesús. Se quedaron en las épocas duras del Antiguo Testamento.
Jesús es siempre comprensión, bondad, solidaridad. No rechaza a nadie. Su corazón es siempre sensible a los dolores de su prójimo. Goza con misericordiar a todo tipo de enfermos. Especialmente acoge, bendice, ayuda a los pecadores que se acercan a él buscando perdón regenerador. Siempre está dispuesto a perdonar, sea a quien sea, con tal de que se le pida ayuda con humildad.
Él es la figura visible, definitiva, del rostro de Dios. “Quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9)). Con él hemos de cotejar todas nuestras ideas sobre Dios. No me lo imagino hablando como los que hoy afirman que el coronavirus es castigo divino. En cambio, sí me lo imagino solidarizándose con todos los infectados y con el personal de blanco que los cuidan. Pero siempre respetando las leyes naturales, evitando los contagios, como nosotros debiéramos de hacerlo.
¿Qué le pedimos entonces a Jesús en esta pandemia? Ser solidarios, como él. Fortaleza, esperanza y compromiso. Esfuerzo eficaz para conocer las causas de esta pandemia y luces y energías para saber construir una nueva sociedad. Sabiduría para que los técnicos encuentren vacunas y remedios eficaces y solidaridad después para que los remedios lleguen a todos.
Echarle la culpa a Dios es una estrategia para escurrir de nuestros hombros la responsabilidad. En esta epidemia hay irresponsabilidades humanas muy importantes. Se ha abusado gravemente de la bondad de la Naturaleza. Desde vaciar sus entrañas extrayéndole millonadas de hidrocarburos hasta destruir la capa de ozono, que nos defiende del exterior. Las ganancias altamente egoístas de unos pocos empobrecen a la mayoría de la humanidad. Ellos, los de los capitales egoístas, impiden todo progreso fraterno. Mucho me temo que los que insisten en castigo divino estén siendo idiotas útiles a favor del Gran Capital, ése que mata de hambre a millones de niños. Los poderosos están felices cuando se insiste en echarle la culpa a Dios… Así ellos quedan tranquilos. ¡Y no cambia nada!
No, la pandemia no la manda Dios. Pero pienso que Jesús está de acuerdo con esta explosión natural. El mundo no puede seguir como hasta ahora. Necesitamos un nuevo estilo de sociedad. No puede ser que un puñado de persona acapare la gran mayoría de los bienes naturales del Planeta. Y que los destruya, como las selvas, por ejemplo. No puede ser que más de mil millones de humanos pase hambre, en este planeta tan rico. No está nada bien que unos pocos se crean superiores intocables, y marginen al pueblo.
Desgraciadamente parece que para que este mensaje toque el corazón de los poderosos es necesario aún mucho más sufrimiento. ¿Hasta dónde podremos llegar?
Los fenómenos naturales actúan independientes de nuestros deseos. Por eso no hay milagros que cambien el curso natural de la naturaleza. Si las placas tectónicas se acomodan allá abajo necesariamente en la superficie se producirá un terremoto. Si tengo contactos imprudentes con un infectado yo también quedaré infectado. En estos casos no hay nada que hacer. Es absurdo pedir milagros. El milagro se llama conciencia y solidaridad.
Pero en todo lo que depende de nuestra libre voluntad sí es posible recurrir a Dios para aclararnos y fortalecernos. Y Dios puede hacer maravillas en nosotros y a través nuestro.
La Humanidad debiera ser capaz de construir un Mundo Nuevo, en el que se respete la Creación, la natural y la humana. ¡Ahí sí que está dispuesto a ayudar Dios! No el Dios de los fariseos… ¡El Dios de Jesús, que vive en toda persona de auténtica buena voluntad!
P. José Luís Caravias, SJ.
VIA: vaticannews.va