Estamos en el segundo domingo de Adviento y nos encontramos hoy con un pariente de Jesús, Juan el Bautista, que no trae un mensaje antiguo y nuevo a la vez: tenemos que preparar el corazón y la vida para la llegada del Mesías, del Salvador, que trae con Él paz, justicia, alegría, misericordia y gloria a todo aquel que lo quiera recibir.
Si miramos la primera lectura (Baruc 5,1-9) nos encontramos con un anuncio lleno de esperanza para el pueblo de Israel que, a causa de sus infidelidades y sus alejamientos continuos de Dios, había terminado en el destierro. Ahora Dios va a restaurar a su pueblo, Él mismo está preparando el camino de su regreso y lo está haciendo con un amor tierno y lleno de detalles como el de rebajar los monte elevados y colmar los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios, con un amor delicado que hace que hasta las selvas y todo árbol aromático den sombra a Israel en su retorno, con un amor concreto que se traduce para ellos en poder hacer su camino de liberación con alegría, misericordia y justica. Ellos se habían alejado, pero el Señor no los abandona ni los olvida; en su momento los trae de vuelta a la su tierra.
Sin duda Dios quiere y favorece lo mismo para nosotros, hombres y mujeres del siglo 21: que volvamos a Él con confianza y esperanza, que nos acerquemos porque también para nosotros hay abiertos caminos liberación que podemos recorrer con alegría, misericordia y justica que vienen de nuestro Señor.
Pero antes, necesitamos preparar “los caminos interiores” para que sus anuncios, sus promesas y su amor puedan llegar a nuestro corazón y producir frutos para el bien de los demás. Precisamente esto es lo que nos viene a decir Juan el Bautista (Lucas 3,1-6) que “recorrió toda [la] región del río Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados, 3,4: como está escrito en el libro del profeta Isaías:
Una voz grita en el desierto: Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se aplanarán, lo torcido se enderezará y lo disparejo será nivelado y todo mortal verá la salvación de Dios.
Para encontrarnos con Dios, para vivir en cercanía con Él, hemos de hacer cambios: enderezar senderos, rellenar barrancos, aplanar montes y colinas, enderezar lo torcido, nivelar lo disparejo. …y todo lo demás que le permita a Dios actuar en nosotros, y a través de nosotros, en la historia, en el mundo y en los procesos que va viviendo la humanidad.
Qué buen sería que en estos días pudiésemos poner nombre a esos montes, barrancos, colinas y zonas disparejas de nuestro actuar que dificultan la llegada de Dios a nosotros y las relaciones con nuestros hermanos y hermanas de camino.
Qué bueno sería también el darnos tiempo de mirar con detención nuestras vidas y descubrir cómo Dios va silenciosamente rebajando montes y rellenando barrancos para que avancemos mejor hacia el bien, el amor, la paz.
Quizás el descubrir los detalles de su amor y su fidelidad nos animen en este Adviento a hacer cambios más concretos en nuestra manera de responderle y de comprometernos con su Evangelio en bien de todos, especialmente “sus predilectos”.