Las lecturas de hoy hablan de los últimos tiempos y tal vez algunas palabras del profeta Daniel en la primera lectura (Dn 12, 1-3) y de Jesús en el Evangelio (Mc 13, 24-32) a algunos les pueden parecer amenazantes “Será aquél un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo. Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo.” o “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”
No temen estas palabras quienes viven en la cercanía de Dios. Y no pueden temer porque conocen su amor y misericordia y, porque, conociéndolo, intentan por todos los medios responder con fidelidad a un amor tan grande, gratuito y eterno. Es imposible tener una experiencia real de Dios y de su amor y temer.
Todo encuentro con Dios ilumina nuestro entendimiento, enamora el corazón y cambia nuestras perspectivas y prioridades, todo lo que somos y hacemos se ordena hacia el amor y el bien propio, de los otros y de la creación; nuestro ser descubre y se centra en lo verdaderamente importante y duradero; nuestras relaciones ya no son de utilidad o competencia sino que están marcadas por el deseo de experimentar la fraternidad, la hermandad, por el anhelo profundo de construir unidad y comunión, por la necesidad insaciable de amar y ser amados. Cuando conocemos a Dios, algo muy adentro nos llama con fuerza al amor genuino, trascendente, fecundo, lleno de ternura y acogida. Por eso, no tememos a las palabras que nos hablan del final de los tiempos y la venida de Cristo, por el contrario, ansiamos la visita de nuestro Señor, porque sabemos que entonces podremos gozar de la plenitud total. Es cierto que esta vida es bella y llena de posibilidades, pero también es cierto que por muchas oportunidades que tengamos hay algo en nuestro interior que busca más, que necesita más, que cree en más.
El profeta Daniel habla de personas sabias y maestros de justicia que resplandecerán por toda la eternidad cuando venga Cristo. Pero esas personas ya están aquí, esas personas ya van iluminando nuestros caminos, y tal vez nosotros somos una de ellas. Recordemos que en las cosas de Dios no hay improvisaciones; la relación con Dios es un permanente caminar por sus sendas, un seguir sus pasos, un acoger y vivir sus palabras, un permanente discernir en nuestro agitado hoy para descubrir qué mensajes, qué actitudes, qué realidades vienen de Dios eligiéndolo a Él una y otra vez. Es vivir un poco como los girasoles, siempre buscando y volviéndose hacia donde está el sol. Los girasoles no temen al movimiento pues saben que del sol reciben la vida, por eso lo buscan, lo siguen, lo eligen. Tampoco nosotros nos cansemos buscar a nuestro Dios, de seguirlo, de elegirlo, porque también nosotros, de Nuestro Sol, recibimos Vida, y vida con mayúscula.
El salmista del Antiguo Testamento pide hoy al Señor hoy que nos enseñe el camino de la vida… Nosotros, hombres y mujeres del Nuevo Testamento sabemos que ese camino es uno solo, y nos lo enseñó Jesús cuando dijo “Yo soy el camino” (Jn 14,6). Sí, Jesús, su vida, su Palabra, su mensaje es el camino. Y si por él andamos, ¿por qué temer? Por más confusa, empinada y oscura que sea la ruta, en fe podemos decir con el salmista” con él a mi lado, jamás tropezaré.
Hoy vivimos tiempos de confusión, a la Verdad le dicen mentira y a la mentira la entronizan como verdad. Se nos ofrecen otros caminos, otras verdades, otros señores, otros “soles” … hay personas, movimientos y grupos interesados en crear esta confusión, interesados en desplazar al Dios de la vida del corazón de los creyentes… Cuidemos nuestra relación con Dios porque cuando un corazón se enfría, cuando la fe se debilita somos presa fácil del enemigo, que anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 Pe 5,8).
Si vivimos poniendo a Cristo en el centro de nuestra existencia, si con nuestras familias y nuestra sociedad lo buscamos y seguimos como a nuestro Sol, no habrá nada que tener cuando veamos venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad porque nuestra elección la habremos mucho antes de ese momento y por eso en nuestros corazones habrá regocijo y no miedo, habrá paz y no angustia.
Hay que vivir alertas, dispuestos, fieles, confiados. Y para quienes dicen que todo esto de la fe en Dios son infantilismos, enajenación de la realidad o respuesta fácil a las búsquedas más hondas, y que hay que vivir la vida cómo se nos dé la gana, pues nosotros les proponemos las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy “Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora”.
Hoy es el día de volver a elegir, elijamos al Señor, elijamos el regocijo y la paz.