Cuando en un hogar se vivió el amor, la ternura, el respeto, la honestidad, la acogida, la solidaridad, cuando se valoraron y cultivaron el esfuerzo, el trabajo, el servicio, la justicia, no es extraño que los hijos lleven a sus vidas de adultos esta herencia. Y al interactuar con ellos es como si entráramos en la intimidad de sus historias y podemos casi intuir cómo fueron su padre, su madre, sus abuelos, hermanos, tíos o cualquiera de los adultos con quienes crecieron, de quienes recibieron “un estilo”, con quienes fueron aprendiendo a ser personas, ciudadanos, creyentes…
Hoy, en el Evangelio, Jesús pregunta a sus discípulos “¿Quién dice la gente que soy yo? Si un padre, una madre, una familia hiciera esta pregunta, muchas veces, no siempre, les podríamos responder “Podemos decir quiénes son ustedes por lo que sus hijos reflejan”.
Los creyentes que somos cercanos a la Palabra de Dios, que participamos en una comunidad de fe, que con mayor o menor fidelidad seguimos a Jesucristo, podemos tal vez responder a esa pregunta como Pedro “Tu eres el Mesías”, pero la multitud de personas que en el siglo XXI no tienen contacto ni con la Palabra, ni comunidades de fe y que ni siquiera a veces conocen el nombre de Jesús, ¿Cómo podrían responder a esta pregunta? ¿Cómo podrían decirnos quién es Jesús? La respuesta es simple y tremendamente comprometedora: Por nosotros, a través de nosotros, de nuestros actos, gestos, presencia, actitudes y obras.
Así como los hijos reflejan a sus familias, así también nosotros -cristianos- reflejamos, revelamos, mostramos quién y cómo es nuestro Dios. Somos los frutos de la misión salvadora que Cristo vino a cumplir en esta tierra, las obras que surgen de nuestra fe en Él lo comunican a quienes nos rodean, nuestras comunidades lo revelan a la sociedad.
Como Iglesia, como comunidades de fe ¿Qué Jesús estamos comunicando, reflejando, revelando?
Mi vida familiar, mi vida personal ¿Qué dicen de Jesús?
En estos agitados tiempos, en la vorágine de cada día, muchas veces nosotros, nuestro compromiso con el bien de los demás, con la justicia y verdad, seremos el único libro donde muchos van a leer sobre Jesús.
Sin duda que seguirlo y vivir el Evangelio son tareas que superan nuestra fragilidad y a veces nos asustan las implicancias y el compromiso que eso significa, mucho más cuando en la liturgia de hoy Cristo nos dice “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (MC 8,27-35); sin embargo, es una misión de fe que no podemos eludir, por nuestro bien y el de la humanidad.
Comuniquemos a Cristo y cuando tengamos miedo, cansancio, pereza, con Isaías confiados digamos “El Señor me ayuda…tengo cerca a mi defensor…” (Is 50, 5-9).
Hna. Adriana Montenegro.