¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Esta audiencia se celebra en dos lugares: nosotros aquí, en la plaza, y en el Aula Pablo vi hay más de 200 enfermos que siguen con la pantalla gigante la audiencia. Todos juntos formamos una comunidad. Con un aplauso saludamos a los que están en el Aula.

El miércoles pasado empezamos un nuevo ciclo de catequesis, sobre los mandamientos. Pero debemos entender mejor esta perspectiva.

En la Biblia los mandamientos no viven por sí mismos, sino que son parte de una relación, una conexión. Hemos visto que el Señor Jesús no ha venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento. Y está esa relación, de la Alianza entre Dios y su Pueblo. Al inicio del capítulo 20 del libro del Éxodo leemos —y esto es importante—: «Pronunció Dios todas estas palabras» (v. 1).

Parece una apertura como otra, pero nada es banal en la Biblia. El texto no dice: «Dios pronunció estos mandamientos» sino «estas palabras». La tradición hebrea llamará siempre al Decálogo «las diez Palabras». Y el término «decálogo» quiere decir precisamente esto. Y también tienen forma de ley, son objetivamente mandamientos. ¿Por qué, por tanto, el Autor sagrado usa, precisamente aquí, el término «diez palabras»? ¿Por qué? ¿Y no dice «diez mandamientos»?

¿Qué diferencia hay entre un mandamiento y una palabra? El mandamiento es una comunicación que no requiere el diálogo. La palabra, sin embargo, es el medio esencial de la relación como diálogo. Dios Padre crea por medio de su palabra, y su Hijo es la Palabra hecha carne. El amor se nutre de palabras, y lo mismo la educación o la colaboración. Dos personas que no se aman, no consiguen comunicar. Cuando uno habla a nuestro corazón, nuestra soledad termina. Recibe una palabra, se da la comunicación y los mandamientos son palabras de Dios: Dios se comunica en estas diez Palabras, y espera nuestra respuesta.

Otra cosa es recibir una orden, otra cosa es percibir que alguno trata de hablar con nosotros. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Yo puedo deciros: «Hoy es el último día de primavera, cálida primavera, pero hoy es el último día». Esta es una verdad, no es un diálogo. Pero si yo os digo: «¿Qué pensáis de esta primavera?», empiezo un diálogo. Los mandamientos son un diálogo.

La comunicación «se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo» (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 142). Pero esta diferencia no es una cosa artificial. Miremos lo que sucedió al inicio. El tentador, el diablo, quiere engañar al hombre y a la mujer sobre este punto: quiere convencerlos de que Dios les ha prohibido comer el fruto del árbol del bien y del mal para tenerlos sometidos. El desafío es precisamente este: ¿la primera norma que Dios dio al hombre es la imposición de un déspota que prohíbe y obliga o es la atención de un padre que está cuidando de sus pequeños y les protege de la autodestrucción? ¿Es una palabra o es una orden? La más trágica, entre las varias mentiras que la serpiente dice a Eva es la instigación de una divinidad envidiosa —«Pero no, Dios siente envidia de vosotros»— de una divinidad posesiva —«Dios no quiere que vosotros tengáis libertad»—. Los hechos demuestran dramáticamente que la serpiente mintió (cf. Génesis 2, 16-17; 3, 4-5), hizo creer que una palabra de amor fuera una orden.

El hombre está frente a esta encrucijada: ¿Dios me impone las cosas o cuida de mí? ¿Sus mandamientos son solo una ley o contienen una palabra para cuidarme? ¿Dios es patrón o padre? Dios es Padre: nunca olvidéis esto. Incluso en las peores situaciones, pensad que tenemos un Padre que nos ama a todos. ¿Somos súbditos o hijos? Esta lucha, tanto dentro como fuera de nosotros, se presenta continuamente: mil veces tenemos que elegir entre una mentalidad de esclavo y una mentalidad de hijos. El mandamiento es del señor, la palabra es del Padre.

El Espíritu Santo es un Espíritu de hijos, es el Espíritu de Jesús. Un espíritu de esclavos no puede hacer otra cosa que acoger la Ley de manera opresiva y puede producir dos resultados opuestos: o una vida hecha de deberes y de obligaciones o una reacción violenta de rechazo. Todo el cristianismo es el paso de la carta de la Ley al Espíritu que da la vida. (Cf. 2 Corintios 3, 6-17). Jesús es la Palabra del Padre, no es la condena del Padre. Jesús vino a salvar, con su palabra, no a condenarnos. Se ve cuando un hombre o una mujer han vivido este paso y cuando no. La gente se da cuenta de si un cristiano razona como hijo o como esclavo. Y nosotros mismos recordamos si nuestros educadores nos han cuidado como padres y madres o si nos han impuesto solo unas reglas. Los mandamientos son el camino hacia la libertad, porque son la palabra del Padre que nos hace libres en este camino.

El mundo no necesita legalismo sino cuidado. Necesita cristianos con el corazón de hijos. Necesita cristianos con el corazón de hijos: no olvidéis esto.

 


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Nuestro mundo no tiene necesidad de legalismo, sino de sentirse amado y cuidado. Pidámosle con confianza al Señor el don de su Espíritu Santo, para que nos conceda acoger sus mandamientos con espíritu filial, y vivir como hermanos en la libertad de los hijos de Dios. Muchas gracias.