QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN
Hoy es un domingo donde brota de lo profundo de nuestro espíritu el deseo de unirse al salmista y cantar con él durante todo el día “Te doy gracias, Señor, de todo corazón”. Gracias por todo: porque existe, porque se ha revelado, nos ha redimido, camina junto a ti y junto a mí.
Cualquiera de nosotros podría decir lo que San Pablo expresa en la segunda lectura “Por la gracia de Dios soy lo que soy”….Efectivamente por su amor y gracia somos quienes somos hoy. Nuestro Dios y Señor ha hecho un largo camino con nosotros y en nosotros, y se ha servido de las más variadas mediaciones: personas, situaciones, lugares, tiempos, dones personales, habilidades, familia, cultura y tantas otras.
¿Cómo no alabarlo y darle gracias? ¿Cómo no ponernos delante de Él reconociendo su poder, su amor, como hacen los pescadores a la orilla del lago? ¿Cómo no decirle con sinceridad de corazón «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador»? ¿Cómo no agradecer todas sus mediaciones?
Sí, es un día para alabarlo y darle gracias porque hemos tenido alegrías, y allí ha estado nuestro Dios, gozándose de nuestra felicidad, contemplándonos como buen Padre, Hemos vivido experiencias dolorosas, y allí ha estado también, dejándose conmover por nuestro dolor, sosteniéndonos, alentándonos y fortaleciéndonos, casi siempre desde el anonimato de las mediaciones. Hemos buscado, y Dios caminaba a nuestro lado. Nos hemos extraviado, y ha salido a nuestro encuentro. Hemos sido heridos y nos ha sanado. Regresábamos del quehacer de la vida diaria con las manos vacías y el corazón encogido y Él nos ha regalado frutos insospechados que han esponjado nuestro corazón
Pero hay algo más maravilloso aún: nos ha escogido; por puro amor gratuito, porque sí, porque su amor no tiene explicaciones.
Escogió a Isaías, que se sentía impuro. Lo purificó y lo envió a profetizar.
Escogió a Pablo, el perseguidor, lo llenó de su gracia y lo envió a los gentiles.
Escogió a Pedro y los otros, los llenó de su Espíritu Santo, y los envió hasta los confines de la tierra.
Nos elige hoy a nosotros, me elige a mí, te elige a ti. Así como somos, con nuestras luces y sombras, nuestras lejanías y cercanías. Y nos elige para enviarnos a compartir su existencia, su amor, su salvación. También a nosotros nos invita a ser mediación suya para los demás.
Por su gracia somos lo que somos: “barro y aliento divino”, y es en ese aliento, en esa gracia, donde radica nuestra alegría, nuestra esperanza y la fuerza para la misión que a cada uno nos regala, la potencia para ser sus mediaciones.
Por eso, agradecidos, usando las palabras del salmista repitamos a lo largo del día:
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.