PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
Al comenzar esta cuaresma la liturgia nos hace una primera invitación: ir al desierto, ir hacia ese espacio de soledad y silencio que nos permita revisar, discernir, mirar hacia adentro y allí encontrarnos con nosotros mismos, reconocer las motivaciones profundas que guían nuestra existencia y descubrir cuál es el lugar que ocupa Dios en nuestras vidas.
Estos 40 días son un tiempo de gracia que se nos regala para hacer una gran revisión, para encontrarnos más hondamente con Dios y para ordenar todo lo nuestro hacia Él, que es el único que nos ama con amor eterno, gratuito e incondicional.
Cuaresma es tiempo para preguntarnos ¿Cuál es el lugar que Dios ocupa en mi vida? ¿Cuál el lugar de mis hermanos y hermanas? ¿En qué estoy invirtiendo mi tiempo y energías? ¿Quién o qué se lleva lo mejor de mi persona y mis dones?
¿Es Dios y su Evangelio quien guía mi vida con sus decisiones, elecciones y prioridades?
Dice el Evangelio de hoy que Jesús después de cuarenta días “sintió hambre”… y aprovechando esa debilidad vino el diablo para ofrecerle “con qué llenar esa necesidad”…
Esta es una experiencia que muchas veces nos toca vivir. Tenemos una necesidad, buscamos algo, queremos realizar un sueño y entonces con asombro vemos que se nos presentan muchas ofertas, muchas maneras de lograr aquello y nos confundimos porque comprobamos que toda elección conlleva una pérdida.
¿Esperaba acaso el diablo que Jesús cambiara el poder y la gloria de Dios para elegir los poderes y glorias humanas? ¿Esperaba que quisiera alimentarse de algo distinto a las palabras de vida de nuestro Señor? ¿Esperaba que eligiera los pasajeros reinos humanos olvidando el Reino eterno?
¡Qué equivocado! Ni Jesús, ni nadie que conozca la grandeza y eternidad del amor de Dios puede elegir a otro, nadie que haya experimentado en su vida la gloria, el poder y las promesas de Dios, puede elegir cualquier otra cosa sino DIOS Y SU REINO.
Para eso también son estos cuarenta días: para “conocer mejor y más profundamente a nuestro Dios y su amor infinito y eterno” y así elegirlo siempre a Él.
Aprovechemos esta cuaresma: revisemos nuestro corazón y reconozcamos por qué o quién nos estamos dejando mover, y dediquemos más tiempo para encontrarnos con el Señor de modo que de veras lo conozcamos más y experimentemos las manifestaciones de su poder y gloria en nuestras vidas y el devenir de la humanidad.