Francisco Palau, fue un hombre profundamente contemplativo, místico, buscador, visionario, profeta, misionero, escritor, apasionado por el misterio de comunión: Dios y los prójimos en unidad.

Durante su niñez y juventud, descubre que el corazón de todo ser humano tiene una capacidad infinita para amar, años más tarde, él mismo lo expresa: “nuestro corazón está fabricado para amar y ser amado y sólo vive de amor”

“Dios escribió con su propio dedo en las tablas de mi corazón esta ley: Amarás con todas tus fuerzas…y esta voz eficaz creó en él una pasión inmensa, la que se hizo sentir desde mi infancia y se desarrolló en mi juventud. Yo, joven, amaba con todas mis fuerzas, porque la ley de la naturaleza me impulsaba con ímpetu irresistible”  

Sin embargo, durante gran parte de su vida, vive en clave de “BÚSQUEDA”, ya que experimenta en su corazón un vacío, una insatisfacción, él mismo nos lo narra:

“Mi corazón semejante a una débil barquichuela, había extendido sus velas…y carecía de dirección”

“Fui en pos de lo bello, bueno y amable que los sentidos presentaban” –pero con ello sólo- “Se hacía sentir en el corazón un vacío inmenso”

Lo que le lleva a buscar en Dios:

“…busca a Dios sólo; y creyendo que la Divinidad sin relación a los prójimos, basta, se detiene aquí, se para aquí…”

“Poco satisfecho…busqué dentro y fuera de mí, busqué en la soledad del claustro, dentro de mí mismo, y nada hallé”…

Es hasta el día 12 de noviembre de 1860, cuando Dios le concede en la Catedral de Ciudadela (Menorca) una experiencia vital que marcaría su vida, Dios le hace descubrir lo que es el proyecto de Dios Padre para la humanidad y al mismo tiempo una realidad que es ya de por sí existente: tiene una experiencia profunda de unidad total, se le descubre que Dios y los prójimos son una misma Unidad, se le revela el Cristo Místico (ó Cristo Total), en donde toda la humanidad somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo y Él es la cabeza.

Se le revela el gran misterio de comunión universal, en donde La Iglesia es:

“CRISTO Y LOS PRÓJIMOS FORMANDO UNA SOLA FAMILIA, UN SOLO CUERPO, UNIDO ENTRE SÍ CON SU CABEZA. LOS PRÓJIMOS, BAJO CRISTO SU CABEZA UNIDOS ENTRE SÍ POR AMOR. LOS PRÓJIMOS FORMANDO EN DIOS UNA SOLA COSA”

Ante tal revelación, Francisco Palau exclama:

“Yo pensaba que eran objetos separados: no pensaba que Dios y los prójimos fueran cabeza y cuerpo…”  

Lo anterior en Francisco Palau no fue sólo un nuevo concepto de Iglesia, sino experiencia, que determinó toda su vida y que ha dado nacimiento a una espiritualidad de comunión, es decir una espiritualidad eclesial, la cual todos estamos llamados a vivir.

“Dios al crear el corazón humano sopló sobre él, le inspiró el amor, le mandó amar; si está fabricado para amar y ser amado,… Le manifestó y le reveló el objeto de su amor que es Dios y sus prójimos, es decir la Iglesia”.

Descubre al mismo tiempo que el creer ésta realidad, tiene consecuencias profundas para nuestra vida, siente que el Cristo místico le dice :

“Cuanto haces a tus prójimos lo haces a mí, porque yo soy ellos y ellos son la Iglesia”

Lo anterior lo lleva a vivir en radicalidad el amor a Dios y a los prójimos mediante el servicio y las obras concretas de cada día, él mismo expresa:

“Puesto que nuestro enlace espiritual es ya un hecho consumado, ya no hay que insistir en materia de amores: tú me amas, yo te amo, y el amor es obras.”

“Mi misión se reduce a anunciar a los pueblos que tú [Iglesia] eres infinitamente amable […] Amor a Dios, amor a los prójimos: éste es el objeto de mi misión. Y tú eres los prójimos formando en Dios una sola cosa.”

Éste misterio de profunda e íntima unión fue lo que constituyó la pasión y el eje de la vida de Francisco Palau. Hoy, ante un mundo dividido, en donde se marca el individualismo, el egocentrismo, constituye un mensaje de gran fuerza, profundidad y actualidad para nuestra vida y tan necesario para la construcción de una sociedad que se fundamente en el amor, pero un amor vivido desde la realidad de este misterio: Dios y los prójimos en unidad, lo cual es lo único que puede colmar el corazón humano y por ende llevarlo a vivir la felicidad y plenitud a la que ha sido llamado.

Mireya Hernández Ávila, cmt