574683_10203168946804475_464145698_nDesde el 11 al 21 de Enero del presente año, fui invitado a participar de la actividad misionera en La Maravilla. Sector rural próximo a San Carlos, comuna de Chillan. Allí estuvimos alojados en la escuelita de “Chicalindo”, que actualmente servía como sede deportiva. La comunidad misionera era conformada por 9 integrantes. De los Andes la Hna . Carmen y un dato importante de la comunidad que constituimos fue que la mayoría de los jóvenes que participaban habían Estefanía, voluntaria del Santuario; de la región de Serena la Hna. Paulina y la Hna. Maria Angélica; de Talcahuano Isaac y Laura; de San Carlos,  Ismael; y de Santiago Yoselhyn y yo. El objetivo principal de la misión era poder animar a la comunidad de la Capilla en el marco de la celebración de San Sebastián, su patrono. Objetivo el cual, según mi consideración, se logro satisfactoriamente iniciado algún discernimiento acerca de su vocación. La invitación de Jesús a los discípulos de Juan, “Vengan y vean” (Jn 1, 39), era para mi una nueva invitación a estos jóvenes. Los cuales se interesaban en compartir, con una mayor profundidad la vida activa del Maestro. Por esta razón creo que lo que vivimos al interior del grupo tubo un especial énfasis testimonial en el estilo de vida carmelitano que compartíamos con las hermanas. De tal forma que el trabajo misionero de la semana fue acompañado con una fuerte vivencia desde la oración y desde la fraternidad. Es decir los tres aspectos esenciales del carisma integrados armoniosamente.

En cuanto a los momentos de oración, que los teníamos por la mañana, puedo decir que muchos de nosotros llegábamos 1609878_10203104241906893_1669724839_ncon la “almohada pegada en la cabeza”. A pesar de esto, la oración matinal no carecía de disposición interior, sino más bien creo que siempre tubo una profundad especial. En la oración podíamos compartir con hondura las experiencias que íbamos recogiendo de las visitas familiares. Día a día comprendíamos como Dios nos interpelaba a través de las personas con las que compartíamos. Las oraciones por la mañana nos permitían además compartir experiencias que nos enriquecían mutuamente. Lo que decía uno de nosotros era como una semilla fecunda que se quedaba en el corazón de quienes escuchaban atentamente. La creatividad personal, acompañada de la inspiración del Espíritu Santo, logró que cada oración matinal no fuera igual a la otra. Y especialmente, aun con un poquito de sueño, cada oración lograba animarnos y fortalecernos para un nuevo día de misión.

En cuanto a la vida comunitaria, el compartir fraterno y los momentos de espontánea recreación, puedo decir que cada uno de nosotros aporto con su “granito de arena” para crear un clima de familia por los días que estuvimos juntos. Anécdotas que día a día fueron sucediendo y acompañando nuestra vida en común, y que de las cuales ciertamente, se recordarán por mucho tiempo. Recuerdo por ejemplo el día que deje las llaves dentro del inmueble, y que, cual brigada antinarcóticos, logramos entrar hábilmente por una de las ventanas. Otro día resulto que nuestro celo por expandir la Palabra de Dios tubo un eco mas allá de lo meramente humano. Y como San Antonio de Padua, quien le predicaba a los peces, fuimos visitados por gallinas, perros, un caballo, un murciélago y un ratón. Lamentablemente los dos últimos no sobrevivieron al “impacto” de nuestra predicación. En sintonía con estos momentos de intensas risotadas también existió, según mi parecer, una intima vida fraterna. Los momentos que compartimos en las horas libres los dedicábamos muchas veces a crear ideas pastorales, especialmente para el rezo de la novena que compartíamos con los locatarios cada tarde. Como también gastamos mucho tiempo en simplemente sentarnos a conversar de nuestras vidas y de nuestros proyectos a futuro. Cada noche, cuando nos reuníamos nuevamente para comer, compartíamos lo más significativo del día y nos coordinábamos para las actividades del siguiente. La dimensión fraterna, desde la recreación y el “compartir-se”, propia del carisma carmelitano, estuvo muy presente en nuestra comunidad misionera por la buena disposición que aportamos cada uno.1504147_10203104142464407_798435738_n

Y en cuanto a lo principal, que fue nuestra actividad misionando, podría decir que existieron distintas y diversas maneras 1509737_10203104392190650_478834487_nen las cuales pudimos compartir La Palabra de Dios. Ya sea desde la visita a las casas, en el rezo de la novena de San Sebastián, desde la liturgia, desde el simple hecho de compartir de un mate al caer la tarde, desde una actividad de juego o deportiva, como en el caso de los niños y jóvenes, en todos estos lugares de encuentro, intentábamos compartir a Jesucristo, nuestro tesoro. Es decir para cada proceso y etapa de vida existió un espacio de encuentro con ese Dios que muere de amor por comunicarse a la humanidad. Habitualmente en estas experiencias nos vimos interpelados por el paso de Dios en la vida de las personas con las que interactuábamos. La inicial “puerta a puerta” fue el primer contacto directo con las personas del sector. La visita a las casas nos daba las primeras señales de como iba a ser recepcionado nuestro mensaje. Y la verdad es que la mayoría nos recibió a “puertas abiertas”. El simple gesto de dejarnos pasar al interior de la casa hablaba de la disposición a querer dejar pasar al Señor a lo intimo de sus hogares. En estas visitas, después de compartir amenamente sobre la vida cotidiana, se lograba un clima de intimidad. Y luego de hacer oración, muchas veces con algún pasaje bíblico, las personas nos compartían lo más sagrado de sus corazones, sus necesidades, sus carencias, sus angustias, sus penas, sus dolores, una suplica desesperada, el dolor por el familiar fallecido, las necesidades económicas, situaciones de violencia, la necesidad de lluvia para los campos, los dones que Dios les había dado inmerecidamente, una oración de gratitud y alabanza a Dios nacida desde el corazón, o la simple gratitud ante la providencia. ¡Uff!, tantos momentos llenos de emoción, enseñanzas de vida a través de rostros concretos, que hasta ahora siguen resonando en mi corazón y dejando un nudo en la garganta.

Dicen por allí que “el misionero es el que más queda misionado”. Hoy vuelvo a hacer vida esa premisa. Las palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium expresan bellamente esta misma experiencia: Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco de que aferrarse”[i]. Creo, ciertamente, que el Señor me hablo desde la sencillez de las personas. Desde esas miradas compasivas, llenas de amor después de toda una vida de esfuerzos y sacrificios. Me hablo desde el despojo de las propias seguridades. Me hablo desde la alegría en medio de los sufrimientos, en la que cuenta mas las muchas cosas que se tiene, que lo mucho de lo que se carece. Me hablo desde el compañerismo entre los vecinos. El “mano a mano” como le llamaban, la ayuda desinteresada de retribución. En fin, estas y muchas otras enseñanzas quedaran guardadas en mi memoria como un tesoro encontrado y diligentemente custodiado.

1504147_10203104142464407_798435738_nUna de las experiencias que misionando me marcaron personalmente fue que el día en que me encontré con una gran cruz instalada por misioneros anteriores. Don Juanito, me compartía que su fallecido abuelo fue quien conoció a los misioneros de antaño, quienes hace 60 años habían pasado por allí. Para mí fue muy significativo, ya que pude comprender cuan pequeño era mi trabajo frente al designio de Dios. Vinieron a mí las palabras del Evangelio:El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu[ii]. Comprendí que si ha habido sequía en los campos, esta no ha sido de Espíritu en las personas. Que Dios a buscado la manera y los instrumentos para que esa semilla misional de hace 60 años atrás pudiera continuar fresca y viva en las generaciones posteriores. Comprendí que yo era un eslabón mas, pero continuador. Después de la visita a la casa de Don Juanito quede con la serena seguridad, que con la ayuda de otros misioneros en adelante, esta semilla seguirá dando fruto.

Otro de los momentos significativos fue el día en que trabajamos junto a Don Miguel. Nos levantamos muy temprano. Caminamos hacia el campo casi durmiendo aun. Y ya a las 6:30 de la mañana, cuando aun no salía el sol, empezábamos nuestra jornada arrancando garbanzos. De esta forma hacíamos vida las palabras del apóstol Santiago, en las cuales fe y obras[i] van íntimamente unidas. Ayudábamos así a un campesino que solo, y con una pierna enferma, trabajaba afanosamente por segar todo un campo plantado con esta legumbre. Por mi mente pasaba la repetida idea “comer garbanzos ya no será lo mismo que antes”. Fue muy significativo para mí pues en reiteradas veces de la visita a las casas aconsejábamos a las personas a que tuvieran paciencia ente el sufrimiento y esperanza ante las dificultades. Pues bien, poner nuestras manos sobre la hierba seca y lista para ser arrancada, significo para mí la respuesta fehaciente de ese Dios compasivo que se preocupa por sus hijos. Significo para mi pasar de la palabra a la acción, del “sermón” al testimonio. De la impotencia ante el dolor no consolado a la alegría de alivianar, en algo, la pesada carga de un hombre. Un campesino con rostro concreto, Don Miguel.

Así pues, para mí la experiencia vivida en la actividad misionera en La Maravilla fue algo que me esperaba desde hace mucho tiempo. Y verdaderamente puedo decir que supero todas mis expectativas. Ciertamente podría decir que desde el inicio de mí formación religiosa esperaba esta oportunidad. Y es que fue muy importante poder misionar desde mi estado de consagrado con aquellas hermanas que me “engendraron en el Señor”. Todos nosotros, hermanas, jóvenes, yo fraile, los sacerdotes que nos acompañaron, y la Iglesia local desde los misionados, representaron para mi una experiencia impagable de Comunión y Eclecialidad. Una vivencia en plenitud desde el carisma de Francisco Palau. Todos trabajando, codo a codo y desde nuestras vocaciones particulares, para la construcción de la belleza de la Iglesia, allí donde la vida clama.

Fray Patricio OCD

 


[i] Cf. Santiago 2, 14 – 18

 


[i] Evangelii Gaudium; nº 7.

[ii] Evangelio según San Juan 3, 8