En estos días celebramos el gran nacimiento de Cristo: cantamos villancicos, en la televisión dan películas emotivas, se compran regalos, etc. Todos estos días son de gran movimiento: las tiendas comerciales se llenan, apenas se puede caminar por el centro de las ciudades; muchos andan más nerviosos que de costumbre en estos días, en fin hay un gran alboroto durante la Navidad. Pero ¿nos hemos puesto a pensar cómo fue ese día hace ya más de 2000 años?
“Cuando estaban en Belén le llegó el día en que debía de tener su hijo. Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, dentro de la cueva, porque no había lugar para ellos en la sala común..:” (Lc. 2, 6ss)
El P. Palau, establece una estrechísima relación de las fiestas de la Navidad con la “CUEVA”. Se alegra profundamente porque en la cueva él celebra el nacimiento del Redentor con un gozo particular, con un sentido de plenitud que no halla en otros sitios. Precisamente porque en este lugar de “vacío” todo su ser se queda pobre, acogiendo el Misterio. Así se expresa el P. Palau, refiriéndose a su cueva:
“…la mía no es más ancha…pues vivo en un sepulcro abierto dentro de la tierra… He celebrado las fiestas aquí con el niño Jesús,que prefirió una cueva a los palacios de los reyes. Estas son las fiestas de la cueva, porque Dios quiso para sí una cueva. Es Dios Hijo, dueño por nacimiento de estos sitios. ¡Qué pobreza” Contentaos con la que Dios os da… Yo no he dejado de ofreceros a Dios Niño y pobre” (Carta 76)
El P. Palau descubre desde su cueva, el encuentro con este Niño. Cristo es su gozo, su alegría en la cueva, y en él se va transformando en el hombre nuevo, con la luz que es el Verbo encarnado y que ilumina el misterio de todo hombre. Es el hombre que desde la cueva de su interioridad, de su pobreza, también celebra el nacimiento de la Iglesia. El P. Palau ve en el misterio de la Navidad, el misterio de la Iglesia; de esa Iglesia que es Dios y los Prójimos en unidad, de esa Iglesia de rostros concretos, muchos de ellos sufrientes, que necesita de mensajeros que le anuncien que Dios ha nacido, que somos dignos y que Él nos salva, Él nos trae la paz, la salvación. Pidamos pues que Dios nazca en esta realidad, entre estas pajas que hoy lo esperan. Sólo así podremos ser fieles al espíritu originario de la Navidad: Dios y el hombre, la Iglesia, nace en una cueva, entre las pajas de nuestra pobreza y de nuestro dolor, ganándonos el gozo y la alegría de saber que no estamos solos, que es el Emmanuel, el “Dios con nosotros”.
“Llegada la Noche Buena, al bajar Cristo en el altar, presentóse muy niña, entre pajas, en Cristo, la Iglesia. Y oyóse la voz del Padre que dijo: Esta es mi Hija y tu hija, mi Esposa y tu esposa… Tomé, concluida la misa, la imagen de Niño Jesús, y en procesión le acompañamos,…, en su pesebre a la cueva” (Eucaristía de Navidad 1864)
Hna. Marcela Jaque, CMT.