En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,39-45)
Los efectos de la encarnación en María es el servicio. María se olvida de sí misma y acude con prontitud en ayuda de Isabel. El primer gesto de María tras acoger la palabra es ponerse en camino y marchar a aprisa.
Unos de los rasgos más característicos de la fe en Dios es saber acudir junto a quien está necesitado de nuestra presencia. Una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días consiste en acompañar a vivir a quienes se encuentran hundidos en el dolor, los problemas…
Estamos formando una sociedad que está hecha para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos, los triunfadores… Procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convirtiendo el amor en un intercambio mutuo de favores.
Ponerse en camino no es fácil cuando nos consideramos muy ocupados, muy aviados, creernos muy pero muy importantes… Todos esto pone en peligro en el creer de que Dios se hizo hombre, de que Dios comparte nuestra vida, de Dios se humaniza, de que Dios camina con nosotros.
Para ponerse en camino necesitamos recuperar el bendecir; significa hablar bien, mirar bien, desear el bien….
(Ulibarri, F. “Conocer, Gustar y vivir de la Palabra” Ciclo C)