Conoce un poco del pensamiento y revelaciones de la nueva doctora de la Iglesia:
La concepción hildegardiana de Dios no es diferente de las concepciones teológicas católicas medievales, matizadas por las peculiaridades propias de sus visiones. La Trinidad, en el libro del Scivias, aparece como una luz en la que, a su vez, se diferencian una «luz serenísima» (splendidissimam lucem), que figura al Padre, una figura humana color zafiro (spphirini coloris speciem hominis), que simbolizaba al Hijo, y un «suavísimo fuego rutilante» (suavissimo rutilantem igne), como manifestación del Espíritu Santo, imágenes que conservan su diferenciación compartiendo la misma naturaleza única: «de tal modo que era una única luz en una única fuerza», «inseparable en su Divina Majestad» e «inviolable sin cambio».
Dios también se presenta como la fuente de toda fuerza, vida y fecundidad. En el Liber vite meritorum es representado como un varón (vir) precisamente porque en él radica el vigor que comunica a lo existente, no sólo a través del acto de la creación sino incluso a través de la inmanencia de su poder que sostiene al mundo, otorgando fecundidad (viriditas) a la naturaleza y al espíritu.
Como en la restante cultura teológica medieval, Hildegarda considera al hombre como el centro del mundo creado por Dios y partícipe de la obra redentora. Según el Liber divinorum operum, el hombre, hecho a semejanza de Dios, posee parecido con otra de las grandes obras del omnipotente: el cosmos. Esta semejanza se refleja incluso a nivel corporal, pues en el cuerpo se pueden distinguir partes aéreas, acuosas, invernales, nubosas, cálidas, etcétera. Hombre y cosmos interactúan y están ordenados conforme al plan divino. Es por ello que el cosmos puede ser leído como una lección para enseñar al hombre a amar a su creador y guardar la debida moral. Tanto uno como otro están destinados a su reintegración final a Dios, pero el hombre con su libre albedrío puede optar por rebelarse.
La calidad moral del hombre se encuentra herida desde la caída de Adán y Eva a causa del pecado, no obstante, Dios elige esa misma debilidad para otorgar la salvación por medio de su hijo Jesucristo, quien toma carne para rescatar al hombre, quien a su vez debe tender hacia Dios con sus pensamientos y actos, eligiendo las virtudes antes que los vicios.
El Verbo de Dios, hecho carne en la figura de Jesucristo, posee así la doble naturaleza divina y humana, de la misma manera que la Iglesia, los sacramentos y las virtudes poseen las realidades sobrenatural y mundana.
La abadesa del Rin comparte la visión patrística de la Iglesia como nueva Eva salida de la costilla de Cristo, custodia de la salvación en el mundo y prefigurada en la virgen María. Se opone a la Sinagoga, que representa a los enemigos de la fe y de Dios. En las visiones descritas en el Scivias, la Iglesia es figurada como una «mujer inmensa como una ciudad», coronada y vestida con resplandor, con el vientre perforado por donde entran una multitud de hombres con piel obscura que son purificados al salir por su boca.
Una imagen común en la teología cristiana no es ajena a la eclesiología de Hildegarda: los esponsales de la Iglesia, quien contrae matrimonio con Cristo a través de su pasión: «Inundada por la sangre que manaba de su costado, fue unida a él en felices esponsales por la voluntad superior del Padre, y notablemente dotada por su carne y por su sangre» haciéndose así mediadora de los sacramentos que actualizan la vida de Cristo en el tiempo.
Te dejamos a continuación una de las canciones compuestas por esta santa, de las cuales se piensa que son de corte místico: